Corría el año de 1982,
cuando los miembros que formamos el club de marcha del instituto Padre Anchieta
de Taco, decidimos realizar una excursión al Teide de dos días, pernoctando en
el refugio de Altavista. Cien pesetas
costaba quedarse en el refugio.
Todo comenzó como una idea, que
no tenía mucho futuro, pero poco a poco fue fraguando y al final estábamos
apuntados una veintena de compañeros de varios cursos y tres profesores.
Una vez que estaba todo previsto,
nuestro querido conserje “Charli” se
encargó de gestionarnos la contratación del micro que nos subiría desde el
instituto hasta la pista de Montaña Blanca, donde iniciaríamos nuestro ascenso
al Teide.
Ya de por sí el trayecto en el
micro fue una aventura y una fiesta, para muchos de nosotros era la primera vez
que subíamos al Teide caminando y era toda una expectación como sería la noche
en el refugio de Altavista. Durante el camino íbamos planeando lo que haríamos
cuando estuviésemos allí.
Sobre las 10 de la mañana
comenzamos a caminar por la pista de Montaña Blanca, teniendo la primera parada
prevista en los huevos del Teide. Descansamos, almorzamos y poco a poco en
grupos de cuatro o cinco fuimos
iniciando la marcha hacia Altavista.
Unos mejor que otros, fuimos
subiendo por el sendero, hasta llegar al refugio. Una vez allí, se te subía la
moral, se te quitaban todas las fatigas y se olvidaba el sufrimiento de la
subida. Para un grupo de chicos y chicas de 16 y 17 años no estaba mal la azaña
de subir por primera vez el Teide. Los primeros lo hicieron en 2 horas,
recuerdo que yo tardé cuatro y otros compañeros bastante más.
Al atardecer, calentamos nuestro caldo de sobre en la vieja
cocina de hierro fundido que existía en el lugar para cenar algo caliente,
junto con el bocadillo de chorizo.
Cuando nos abrieron
las habitaciones, para acostarnos, que sorpresa, las camas tenían forma de
nichos de madera, recuerdo que sentí un cierto rechazo a dormir allí dentro,
pero luego cuando te acostabas dentro del saco de dormir, perdías la sensación
inicial.
Bueno dormir, fue imposible
hacerlo, entre unos y otros, nos pasamos
toda la noche en vela.
Ya de madrugada, sobre las 5
aproximadamente nos levantamos y tras tomar algo caliente, iniciamos la marcha
hacia el Pico del Teide. Salimos en varios grupos. Hacía un frío espantoso, que
a cada minuto se sentía más, especialmente porque algunos no llevamos la ropa
adecuada.
No fui capaz de llegar al mirador de La
Fortaleza, a mitad de camino me volví al
refugio junto con algunos compañeros. El resto continuó su viaje hasta el Pico,
viendo amanecer desde allí.
Cuando regresaron del pico, con
la muestra de los efectos del frío y el azufre en sus caras, nos contaron su
experiencia sobre el amanecer que se divisa desde el punto más alto de la isla.
A medida que lo iban relatando, la rabia
me inundaba por no haber sido capaz de subir hasta el mismo pico, prometiéndome
a mí mismo que lo volvería a intentar lo antes posible; no obstante aquel día disfruté
del amanecer desde Altavista, que tampoco estaba mal.
A media mañana bajamos
nuevamente hasta el cruce de Montaña
Blanca, para regresar en el micro hasta el Instituto.
Fotos: Juanca Viera y
José Eugenio Aguilar Rodríguez.