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martes, 14 de mayo de 2024

EL SOL - 12/04/2024

El sol del día 12/05/2024

Manchas solares
Telescopio Vixen ED115 + Canon Eso 70D.


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Telescopio solar LUNT LS60MT/B1200R&P ALLROUND ED
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domingo, 12 de mayo de 2024

ACTIVIDAD INTENSA EN EL SOL

 El sol del día 10/05/2024

Manchas solares
Telescopio Vixen ED115 + Canon Eso 70D.


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jueves, 9 de mayo de 2024

EN LA PRENSA BRITÁNICA - COSAS QUE PASAN EN EL PICO DEL TEIDE

 Curioso artículo publicado en el "Oxford Journal" del 17 de marzo de 1781.

"Un corresponsal de algún naturalista señalaría las razones por las que los licores llevados a la cima del pico de Tenerife se calientan; por qué el agua extraída de la cueva de nieve en la mitad de la montaña, que es excesivamente fría, casi hierve cuando se lleva a su cima; que en esta Cumbre los licores espirituosos pierden toda su fuerza, y la malvasía de Tenerife todo su sabor; ese Vino Blanco asume un color, y se convierte en cuatro. — ¡El aire está tan impregnado de azufre en ese pico, que provoca un sabor sulfuroso en la boca y el mismo olor en la respiración! ¡La Piel de la Cara se abre y se hincha, y los Labios se cubren de Vejigas!"


Fuente: British Newspaper Archive - Oxford Journal - 17/03/1781





LOS QUE HAN SUBIDO AL TEIDE - MR TOMAS LEACOCK

En el "Exeter and Plymouth Gazette" del  04/02/1837 encontramos un artículo titulado "SCIENCE. ASCENT OF THE PEAK OF TENERIFFE" que recoge una carta remitida por "Octavian Blewitt, F.G.S." sobre la ascensión al Teide de "Tomas Leacock" acompañado por "G. Veitch, H.B.M, Vice-Cónsul en Madeira" además de los guías. 

-- Thomas Slapp Leacock (1817-1883), British entomologist and businessman --

Lo relevante de esta ascensión es que se realizó en un día (saliendo desde La Orotava) en pleno invierno, considerándose la primera ascensión en esta época del año. 

LA ASCENSIÓN

NOTA: se ha redactado combinando traducción del texto literal (en cursiva) y extractos redactados a partir del texto original y recortes de prensa 

"... Mi estimado señor: En cumplimiento de su solicitud de comunicar a la Real Sociedad Geográfica un relato de la ascensión del Pico de Tenerife, mi amigo Thomas Leacock..." 

"...procedo a darle usted los detalles descritos por ese caballero en una carta dirigida a mí, fechada en Madeira, el 25 de enero de 1836..." - escrita por "Tomas Leacock". 

NOTA: el año debe estar mal, ya que debe ser de 1837

Fuente: Museu de Fotografia da Madeira - Atelier Vicente’s  

Llegaron a Tenerife a mediados de noviembre deseosos de ascender al Pico a pesar de que todos les aseguraron que era completamente imposible en esa estación del año y que sería una locura intentarlo.

Decididos, en todo caso, a llegar lo más lejos posible, alquilaron los caballos asegurando a los acompañantes y guías (que no querían oír hablar de subir a la cima)  que sólo pensaban recorrer una parte del camino. Preparada la comida, la expedición partió de la Orotava  sobre las cuatro y media de la mañana del 28 de noviembre de 1836, llegando a la primera estancia entre las 9 y 10 de la mañana. 

Leacock dice que el pico se eleva abruptamente desde una inmensa llanura de piedra pómez,  el paisaje  hermoso (Posiblemente se encuentren en el Portillo).

El día era notablemente bueno y el sol brillaba intensamente sobre la nieve en la cima del pico. Parecía tan atractivo que no podían pensar en regresar sin intentar el ascenso.

Le preguntaron al guía si podrían ascender,  pero este se negó y dijo que no lo haría por nada del mundo; le ofrecieron  dinero, pero aun así se negó.

Tras ponerse ropa adicional, Leacock y Veitch continuaron la marcha a caballo a escondidas de los guías y resto de expedición, subiendo por el sendero hasta que los caballos no pudieron más; desmontaron, dejaron los caballos solos para continuar a pie.

Como ningún guía les quiso indicar el camino, hicieron la subida de forma directa, llegando a la cima entre las 12 y la 1 de la tarde.

"En la cima dimos tres hurras... me llevó la gorra el aire y no la vi más"

"Descendimos al cráter, recogimos muestras de escoria y azufre, que estaba bastante caliente, luego bajamos lo mejor que pudimos y llegamos a la Orotava sobre las 20 horas del mismo día."

"Fue un trabajo duro, puedo asegurarle, peor que nuestras propias excursiones en Madeira. Una persona en La Orotava no nos creía cuando les decíamos que habíamos llegado a la cima, hasta que mostramos el azufre y ni siquiera entonces parecían satisfechos."

"Ascendimos así al Pico invernal, con nieve en la cima en un día; la gente en pleno verano tarda dos y a veces tres días en lograrlo."

"No tengo nada más que añadir a esta animada descripción del Sr. Leacock, que la mayoría de los especímenes que recogió en el cráter, consistentes en escoria, lava celular y azufre, están ahora en mi posesión."

OCTAVIAN BLEWITT, F.G.S.
To Wm. Brockedon, Esq., F.R.S
F.R.G.S., &c. &c.
London, Dec. 7,1836

Fuente: Exeter and Plymouth Gazette-04/02/1837 - BNA

Fuente: Dublin Evening Packet and Correspondent - 20/12/1836 - BNA




Fuente: Royal Geographical Society


FUENTES:

martes, 7 de mayo de 2024

LOS QUE HAN SUBIDO AL TEIDE - MRS HAMMOND - 1815

La primera mujer de origen extranjero de la que tenemos constancia documental de su ascenso al pico del Teide es la escocesa Mrs. Hammond el 6 de mayo de 1815.

NOTA: el día exacto no está claro, aunque si el mes y el año, al coincidir con la ascensión de Leopold Von Buch.

En mayo de 1815 la escocesa Mrs Hammond ascendió al Teide. Dio la vuelta al cráter, visitado la parte del pan de azúcar que habitualmente ningún viajero visita (hacia el lado del Chahorra). Después de su estancia en el pico, descendió con la expedición de "Leopold Von Buch", visitando también con ellos el interior de la "Cueva de Hielo".

Foto: Baena

Ya por la tarde descendieron las dos expediciones hacia la Orotava.


TRADUCCIÓN:
"...Ya llevábamos unas horas en el borde y en el interior del cráter cuando apareció con su compañía la escocesa Mrs Hammond, la primera mujer que, hasta donde recordaban los vecinos, había escalado el Pico. Pasó por el borde de todo el cráter, incluido el lado raramente visitado hacia el Chahorra, y aunque sus zapatos y pies estaban cortados por la afilada obsidianas, descendió con nosotros a la notable cueva del hielo que, durante el verano, suministra esta materia necesaria e indispensable a las ciudades de Santa Cruz, La Laguna y La Orotava. Por la tarde, todos descendimos a La Orotava.”
Fuente: “Physicalische Beschreibung der Canarischen Inseln” - Leopold von Buch - 1825

 

LOS QUE HAN SUBIDO AL TEIDE - RICARDO RUIZ Y AGUILAR - 1867

Ricardo Ruiz y Aguilar fue militar, diputado a Cortes, empresario y articulista.

Relata su ascensión al Teide en la carta que escribió a su padre el 9 de diciembre de 1867

Mi querido papá:...

Salimos, pues, de La Orotava, a las tres de la tarde de un hermoso día. Limpio el horizonte de nubes, parecía prometernos para la mañana siguiente una hermosa perspectiva desde la altura en cuya demanda caminábamos. Componíase la caravana del indispensable guía, armado de un largo palo con punta de hierro, a guisa de lanza, y que marchaba delante de nosotros a buen paso. Detrás seguíamos el grueso de las fuerzas, compuesto de dos alemanes gruesos y colorados, un prusiano, ya viejo, catedrático y miembro de la Academia de Ciencias de Berlín; un holandés o belga, naturalista muy instruido según decían, y un inglés, naturalista también, que aún ignoro cómo es el timbre de su voz, pues no desplegó sus labios en todo el camino sino para hacer exclamaciones en distintos tonos; además, venía también un suizo, que se halla establecido aquí, de jardinero del Botánico, y que, en calidad de intérprete, hacía el viaje. Un compañero y yo completábamos el grupo, cerrando la marcha dos acémilas cargadas de provisiones y de abrigos, y otra con instrumentos científicos, consistentes en dos barómetros, dos termómetros, un telescopio, una brújula y varios otros que no conocía. En este orden y montados en buenas cabalgaduras, emprendimos a buen paso la agria cuesta que conduce a la inmediata cumbre.

A la media hora de marcha por un verdadero camino de cabras penetramos en el bosque de los castaños, que ocupa una extensión inmensa. La mal llamada senda va serpenteando entre ellos, habiendo algunos de excesiva corpulencia, en cuyas espesas ramas anidaban millares de pajarillos que nos acompañaban alegremente con sus trinos; de este modo llegamos a la estancia llamada Pino del Dornajito, desde donde se descubre toda la parte septentrional de la isla, coronada por montañas elevadísimas, cubiertas de hermosos árboles, cuya corpulencia solo es comparable a su remota antigüedad. Profundas cavernas y horribles derrumbaderos completaban el cuadro, en cuyo fondo se destacaban los desnudos brazos de algunos dragos, que semejaban gigantescos esqueletos convertidos en tales por la mano del tiempo. Varias veces mis compañeros de viaje detuvieron la marcha para examinar ora una flor, ora un insecto desconocido, guardando muchos de estos objetos en sus inconmensurables bolsillos, después de haberlos contemplado largo rato con ayuda de su microscopio.

Pasada la región del monte verde, llamado así por su vegetación siempre lozana, se entra en la de los helechos, compuesta de infinidad de plantas de esta familia, sobre las cuales hicieron no pocas observaciones mis compañeros de viaje, alternadas por ciertos ¡oh! ¡oh!, de mi amigo el inglés, con cuyas interjecciones expresaba su admiración. Yo, que soy profano en ciencias naturales, noté tan sólo que por allí abundaban más los pedruscos volcánicos, viéndose en ellos, perfectamente, la acción del fuego que los había calcinado; entre estos los había sumamente pesados, tanto que me parecieron piedras minerales, y otros, por el contrario, eran tan ligeros, que yo supuse debían ser la llamada piedra pómez.

Llegamos por último a El Portillo que no es otra cosa sino un paso estrecho entre dos columnas basálticas por donde se entra a Las Cañadas. Desde allí se descubre ya todo el Pico, cuyo aspecto es, más que nunca, majestuoso; completamente despejado de nubes, e iluminado por los últimos rayos del sol poniente, formaba un contraste admirable y singular la claridad que se observaba en su base y en su cima, con la casi profunda oscuridad del medio. Largo rato permanecimos absortos ante aquel espectáculo y únicamente el temor de que la noche se nos echara encima fue lo que nos obligó a continuar el camino; las exclamaciones del inglés adquirieron un tono más enérgico y aún me parece que en alguna de ellas usó otra vocal distinta de la o, que era la única que hasta entonces le había oído pronunciar.


Las Cañadas, o sea el llano de las retamas, es una superficie cubierta de un polvo amarillento, que dijeron era pómez de ese color. La reverberación de los rayos solares y el polvillo que levanta el viento sofocan en gran manera al caminante; nosotros lo pasamos bien porque era una hora algo avanzada y ya no alcanzaba a molestar el sol. Este llano, que tendrá unas cinco leguas de diámetro, alberga en su centro al pico del Teide sirviéndole de base. En casi toda la llanura se elevan grandes sotos de retamas hasta una altura de ocho o diez pies, pero lo más particular es que esta retama presenta un hermoso color blanco y despide una fragancia en extremo agradable; yo no había visto nunca retamas de ese color y he oído después que sólo aquí se crían de esa clase; ignoro la parte de verdad que tenga esto. Alternando con ellas encontrábamos enormes piedras volcánicas, arrojadas sin duda en remotos tiempos por el Teide, y algunas de las cuales, que llamaban obsidianas, he oído servían a los guanches para hacer sus instrumentos de corte y filo.

Llegamos por último al pie del Pico, que llaman El Montón de Trigo, sin duda en alusión a su finura que es un verdadero montón de piedra pómez menudísima. Emprendimos la subida sin vacilar, pues la noche se echaba encima y, aunque con trabajo, porque las bestias resbalaban a cada paso en aquel suelo movedizo, llegamos a poco al término de nuestra jornada, es decir, a la Estancia de los Ingleses, que se reduce a una especie de caverna espaciosa, resguardada de los vientos, y que ofrece un abrigo seguro a los viajeros para pasar la noche, y que puedan conseguir su objeto, cual es el hallarse en la cima del Teide al salir el sol. El nombre que lleva debe tener su origen en la costumbre de detenerse allí los viajeros, y como el pueblo bajo llama ingleses a todos los que no hablan su idioma, de ahí el nombre que conserva y con el cual se conoce.

Ya había cerrado la noche y el frío se dejaba sentir más de lo que nosotros quisiéramos; se encendió una gran fogata con trozos de retama y, al amor de la lumbre, dimos un furioso asalto a nuestras provisiones; llevábamos un vino muy añejo y de gran fortaleza más algunas botellas de coñac, y observé que ambas bebidas habían perdido mucha fuerza, pues la cantidad que bebimos hubiera sido bastante para hacernos perder la cabeza en la Villa. Esta observación fue corroborada por el guía, que nos dijo era un fenómeno que sucedía siempre en aquellas alturas, no habiendo licor, por fuerte que fuere, que no perdiera gran parte de su fortaleza en aquella ascensión. Mis compañeros de viaje prepararon sus instrumentos, colocando los termómetros a la entrada de la cueva y examinando de vez en cuando sus variaciones que anotaban con sumo cuidado en el libro de memorias. Se había levantado un vientecillo Norte que mantenía heladas nuestras espaldas, mientras la hoguera nos abrasaba por delante; traté de conciliar el sueño pero fue imposible, teniendo que resignarme a permanecer sentado en una piedra, oyendo recitar cuentos a nuestro anciano guía que, al parecer, tenía buen repertorio de ellos. Así pasó una gran parte de la noche hasta que dieron la señal de partir. Reinaba una oscuridad profunda y el frío era intensísimo; aún faltaban más de tres horas para amanecer, que eran las que se necesitaban para llegar a la cima, y fue preciso abandonar aquella consoladora fogata y lanzarse resueltamente a la subida, sin distinguir apenas el terreno que se pisaba, no otro horizonte delante de nosotros que aquella inmensa mole destacándose sobre un cielo recamado de estrellas.

Más de dos horas tardamos en llegar a la estancia de Los Neveros, que no es otra cosa sino una pequeña llanura, denominada también Alta Vista y en la cual comienza el Malpaís, que es un conjunto de fragmentos de lavas y piedras volcánicas, sin señal alguna de vegetación. Después de mil incomodidades y peligros, salvados a costa de infinitas precauciones, y con ayuda de las primeras tintas del alba, llegamos a la Cueva del Hielo. Aún faltaría una hora para la salida del sol y, por consiguiente, se decidió visitarla antes de lanzarnos a escalar el Pan de Azúcar.

Foto: Cueva del Hielo

La Cueva del Hielo se halla al pie de la subida del llamado Pan de Azúcar, en atención a su figura y al color que le imprime la nieve de que se halla cubierto. Está formado de diversos peñascos tostados y su entrada la tiene a la inmediación del techo, siendo preciso para bajar a ella, valerse de una escalerilla colgada de unos quince tramos; el largo de la cueva es de unas 45 varas por 7 ú 8 de ancho. El techo es una bóveda casi perfecta compuesta de piedras enlazadas, de las cuales se desprenden innumerables carámbanos de hielo, en forma de estalactitas, formando figuras caprichosas; el suelo es también de hielo muy duro, y en el centro se levanta una pirámide de la misma materia, que dicen no se ha visto deshecha jamás. Sobre el fondo suele haber como una vara de agua extremadamente fría, y si se rompe el hielo, como hizo el inglés que venía con nosotros, salta el agua a borbotones.

Los dos alemanes que venían con nosotros, y que sin duda tenían noticia de esta cueva, se habían provisto de una sonda de algunas libras de peso, con una cuerda de bastantes brazas; la arrojaron, pues, por distintos sitios, añadiendo los ronzales de las bestias y todo lo que pudieron haber a las manos sin conseguir hallar fondo, y, según nos dijo el jardinero del Botánico, jamás se ha podido hallar. A mí me parecía aquello sumamente extraño, pero en lo que después he leído sobre el particular no me ha sido posible encontrar ninguna relación de viajeros que digan con seguridad haberle hallado fondo, por muy profunda que esta sea.

El guía nos daba prisa, pues habíamos perdido mucho tiempo en esas observaciones, y no hubo otro remedio (a despecho del viejo prusiano que se hallaba examinando con el microscopio un insecto pequeño que encontró en el agua) que lanzarnos fuera y prepararnos a escalar a pie el dichoso Pan de Azúcar.

A los pocos minutos de haber salido de la cueva, llegamos a un sitio que llaman La Rambleta, donde observamos varios respiraderos del volcán en los que se percibía cierto olor a azufre, y a los cuales llaman las narices del Pico. Desde este punto empezamos a divisar las cimas de Lanzarote, Fuerteventura y La Palma, cargadas de vapores que iban disipándose conforme avanzaba el sol en su carrera. A estos respiraderos aplicaron el termómetro mis compañeros de viaje, observando una notable elevación de la temperatura. Aquí también fue donde el viejo prusiano empezó a sentir mareos y a vomitar, siendo preciso dejarle allí, pues le fue imposible pasar adelante.

Sólo nos restaba subir el último trozo, que sólo es accesible por la parte sur, donde serpentea una especie de senda, trazada por ciertas piedras o lavas antiguas mezcladas con cenizas movibles y fragmentos de piedra pómez. La altura perpendicular de este último picacho es de unos 560 pies, su inclinación es considerable y si no fuese por el zig-zag que hace la senda trazada y por algunas piedras que se mantienen algo firmes en aquel suelo movedizo, sería totalmente imposible la subida; aún así, tuvimos que lamentar la caída del holandés, que se lastimó una pierna y le fue imposible continuar. Los demás, aunque resbalamos y caímos diferentes veces, pudimos continuar. Sin embargo, el cansancio de la subida, las emanaciones sulfurosas de aquel terreno y la acción del sol que se empezaba a sentir hicieron su efecto sobre mi compañero de deportación, que no pudo seguir adelante, y sobre los dos alemanes, de los cuales uno se quedó también. Yo, aunque sentía la cabeza pesada y todos los síntomas precursores del mareo, apretaba el paso sin cuidarme de nadie y, unas veces a gatas y otras arrastrándome con ayuda de algunos tragos de coñac que llevaba en una pequeña cantimplora, pude llegar sano y salvo a la cima, donde ya se hallaban el guía y el jardinero. Momentos después llegó el inglés, sofocado y sudando, haciendo ufff..., y arreglándose el cuello de la camisa.

Hay cosas que es preciso verlas para comprender su grandeza; por mucho que yo me esfuerce en pintar a usted la grandiosidad del espectáculo que se ofrecía a mi vista, siempre aparecerá pálido, comparado con aquella sublime realidad: el sol se hallaba ya sobre el horizonte, y la gigantesca sombra del Teide se proyectaba en el mar, extendiéndose hasta la isla de La Gomera; más allá El Hierro, casi perdido en la bruma, semejaba un punto en aquel océano sin límites; las elevadas crestas de La Palma, Lanzarote y Gran Canaria se divisaban con toda claridad, percibiéndose también la extensa y llana isla de Fuerteventura que parecía una mancha oscura en aquel horizonte brillante. A nuestros pies, todo el contorno de Tenerife, con sus profundos barrancos, sus amenos valles y el sinnúmero de pueblecitos esparcidos por doquiera; la parte de la Isla que mira a levante, completamente iluminada por los primeros rayos del sol, mientras la parte opuesta, sumida en profunda oscuridad, formaba un contraste admirable. Largo rato permanecieron inmóviles contemplando aquel incomparable panorama que nuestro mismo silencio hacía más y más majestuoso; sólo se percibían nuestras agitadas respiraciones y el roce de la brisa matinal haciendo flotar nuestras capas; este silencio elocuente sólo fue interrumpido por una serie de exclamaciones del inglés, cuya admiración había llegado a su colmo, regalándonos en prueba de ello todas las vocales de su idioma, expresadas en todos los tonos de la escala musical. Recorrimos el borde del cráter para disfrutar distintos golpes de vista y, como a cada momento variaba la perspectiva en razón a la mayor altura del astro del día, no podíamos decidirnos a abandonar aquel sitio. Por último, el calor iba siendo insoportable y fue preciso dar tregua a nuestra admiración para poder examinar el volcán antes que la temperatura se hiciera irresistible.


Descendimos, pues, al fondo del cráter, que llaman La Caldera, aludiendo a su figura, y, aunque con trabajo, pudimos llegar al fondo, apoyando los pies en algunas lavas cortadas y salientes que facilitaban la bajada. La figura de este cráter es elíptica: la parte más ancha tiene unos 300 pies de diámetro y la más estrecha 200, por unos 100 de profundidad. Su fondo está cubierto de una sustancia roja y caliente y, por algunas aberturas exhala vapores que hacen un ruido extraño. No observé otra particularidad que la de dejarnos en el terreno las suelas de los zapatos, a pesar de haber andado con muchas precauciones, no permaneciendo parados en un sitio; pero es tal la acción corrosiva de aquella tierra calcinada, que, a despecho de nuestro cuidado, nos quedamos descalzos. El inglés aplicó largo rato su termómetro a aquellas aberturas o respiraderos observando una elevación de temperatura considerable, que corroboró la opinión de muchos viajeros, los cuales están conformes en que de algunos años acá van aumentando de una manera sensible los grados de calor del volcán: esto hace temer que algún día despierte de su letargo, convirtiendo esta hermosa isla en un montón de escombros, surcados por torrentes de lava que todo lo destruyen. Triste espectáculo, cuyo sólo pensamiento hace estremecer. Aún existen ancianos que recuerdan la última erupción acaecida en 1798, y cuyos relatos horrorizan, pues cuentan que fue precedida de una serie de terremotos, que sembraron la alarma entre los habitantes, refugiándose en el campo y en los jardines, para no quedar sepultados en las ruinas de sus casas; al propio tiempo el Teide comenzó a arrojar humo por intervalos, hasta que por último lanzó de su seno a una altura inmensa materias inflamadas, acompañadas de horribles detonaciones. Desde entonces permanece en reposo y únicamente causan alguna inquietud los frecuentes temblores de tierra que se experimentan durante la estación de verano.

Pronto nos vimos precisados a dar por terminada la visita, pues el calor era cada vez más sofocante; escalamos, pues, La Caldera, volviéndonos a hallar otra vez en el borde del cráter, desde donde arrojamos la última mirada al horizonte. Aunque la perspectiva continuaba siendo grandiosa, había perdido ya mucho de su brillo y originalidad; a la sazón no se divisaba ya la isla de El Hierro, perdida en las brumas; y a las de Lanzarote y Fuerteventura costaba trabajo distinguirlas medio veladas por blancas nubes. Lanzamos nuestro postrer adiós a aquel horizonte infinito y con una brevedad, sólo comparable al trabajo que nos había costado subir hasta la cima, llegamos al pie del Pan de Azúcar; allí buscamos un trozo de sombra donde tomar un refrigerio cuya necesidad se dejaba sentir y, después de una frugal comida, montamos a caballo, entregándose cada cual a sus reflexiones.

Ninguna cosa digna de referirse ocurrió al regreso; todos teníamos ganas de llegar a casa y descansar de las molestias de la expedición. Así fue que a las dos o las tres de la tarde, llegamos a La Orotava.

Me he extendido más de lo que pensaba en esta narración, pero no lo siento, porque creo contribuirá algo a distraerle algunos ratos. Sí yo tuviese dotes de escritor amenizaría mis cartas con cuentos y anécdotas que las harían menos áridas pero, como no lo soy, hay que contentarse con buenos deseos y sana intención.

           Le quiere mucho su hijo.

FUENTES




domingo, 5 de mayo de 2024

FOTOGRAFIANDO EL SOL II

Continuamos practicando y aprendiendo a fotografiar el sol.
Fotos hechas desde candelaria el 05/05/2024.

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FOTOGRAFIANDO EL SOL

Seguimos practicando y aprendiendo a fotografiar el sol.
Fotos hechas desde candelaria el 03/05/2024.


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miércoles, 1 de mayo de 2024

LOS QUE HAN SUBIDO AL TEIDE - MR. WISE EN 1844

La ascensión al Teide en mayo de 1844 de "Henry Alexander Wise" y otros oficiales pertenecientes a la fragata de los Estados Unidos "USS Constitution", que salió de Nueva York el 28 de mayo de 1844 al mando del Captain John Percival. A Mr. Wise  le acompañaba se mujer, cinco hijos y varios esclavos.


Fuente: William Lynn

NOTAHenry Alexander Wise (1806-1876) abogado, naturalista, embajador en Brasil, 33 gobernador de Virginia, general de ejercito confederado durante la guerra de secesión y propietario de esclavos.
 

Hay muy pocas referencias a la escala en Tenerife de la fragata Constitution:
"... In two years (1844–46) she called—in this order—at the East Atlantic islands belonging to Portugal and Spain;..."
Fuente: Naval History and Heritege Command.

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