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miércoles, 1 de mayo de 2024

LOS QUE HAN SUBIDO AL TEIDE - MR. WISE EN 1844

La ascensión al Teide en mayo de 1844 de "Henry Alexander Wise" y otros oficiales pertenecientes a la fragata de los Estados Unidos "USS Constitution", que salió de Nueva York el 28 de mayo de 1844 al mando del Captain John Percival. A Mr. Wise  le acompañaba se mujer, cinco hijos y varios esclavos.


Fuente: William Lynn

NOTAHenry Alexander Wise (1806-1876) abogado, naturalista, embajador en Brasil, 33 gobernador de Virginia, general de ejercito confederado durante la guerra de secesión y propietario de esclavos.
 

Hay muy pocas referencias a la escala en Tenerife de la fragata Constitution:
"... In two years (1844–46) she called—in this order—at the East Atlantic islands belonging to Portugal and Spain;..."
Fuente: Naval History and Heritege Command.

Documentos encontrados por "Agustín Miranda Armas". 

Texto extraído de Gaceta de Madrid: núm. 3795, de 03/02/1845, páginas 2 a 3

Habiendo hecho los necesarios preparativos la noche antes, desembarcamos la mañana del 2 de Junio en el muelle de Santa-Cruz de Teneriffe, capital de las islas Canarias. Todos los individuos que componíamos la expedición, íbamos cómodamente montados, con su arriero cada uno. Llevábamos además una buena previsión de víveres para la campaña, y muy de mañana nos pusimos en camino hacia el puerto de la Orotava, población marítima situada al lado opuesto de la isla y en la base, digámoslo así, del Pico, "Monarca de los mares." Cada uno de nosotros tuvo cuidado de atar a su silla una capa y una chaqueta de paño que nos preservase del frío de los montes. El camino que nos condujo fuera de la capital es ancho y cómodo y está empedrado de grandes trozos de maciza lava bien unidos por la mano del hombre. De cuando en cuando encontrábamos camellos cargados de cuarterolas de vino y otros efectos, y mujeres del campo que sostenían sobre sus cabezas canastas llenas de legumbres, frutos que iban sin duda á vender en la plaza de Santa-Cruz. Los principales animales de carga que hallábamos, eran camellos y burros, los que atendida la diferencia de tamaño, presentaban el mas notable contraste, pues la pequeñez de los burros resaltaba mas aún junto a la gigantesca altura de los camellos que caminaban lentamente balanceándose ya á un lado ya a otro, bajo el peso de su ponderosa carga.

Fuente: USS Constitution Museum - World Cruise (1844 – 1846)

El país presenta al principio un aspecto árido, como el vecino desierto del continente, con pocas señales de vegetación, pues solo de cuando en cuando se suele encontrar una huerta de perales o durazneros, cercada por un muro de negra lava cubierto de zarza. Pero así que se va subiendo, después de haber andado el espacio de cerca de una legua, el viajero queda sorprendido agradablemente al notar no solo el cambio de clima, sino la diferencia que se advierte en el aspecto del país. Habíamos llegado a la llanura donde está situada la antigua y aun respetable ciudad de la Laguna, elevada de 2238 pies sobre el nivel del mar. Al calor sofocante de Santa-Cruz había sucedido la agradable temperatura de un clima delicioso y templado, y en vez de la aridez que por doquiera nos rodeaba poco antes, veíamos en torno nuestro numerosos plantíos de patatas, de maíz, de trigo y de toda suerte de árboles frutales. Sin embargo, los vapores de la mañana condensados nos cubrían de tal modo de humedad, que llegamos con sumo placer a una posada donde nos sirvieron un desayuno bastante regular. Esta ciudad fue antiguamente el asiento del Gobierno, pero habiendo destruido algunos fenómenos volcánicos la población que le servía de puerto, el Gobierno se trasladó á Santa-Cruz donde reside actualmente. La ciudad conserva aun numerosas señales de su pasado esplendor; juzgando a las demás mujeres por dos jóvenes que encontramos en la calle, y cuyo vestido manifestaba que salían de la iglesia, el bello sexo merece allí este nombre pues las dos jóvenes en cuestión eran realmente hermosas. 

Después de haber pagado tan cara nuestra credulidad y de haber tomado una taza de café con leche de cabra, nos pusimos de nuevo en camino a las ocho de la mañana bien provistos de víveres. Al salir de la Laguna vimos sobre las colinas que la rodean unos molinos de viento que movían continuamente sus inmensos y alados brazos. Su terrible aspecto, que les da la apariencia de monstruosos gigantes, nos hizo conocer que es muy digno de disculpa el error del buen caballero andante D. Quijote de la Mancha al batirse contra ellos. Caminábamos entonces por una bellísima llanura bien cultivada y en la que alternaban los plantíos de trigo, de patatas y de maíz. Bien pronto descubrimos desde esta elevación los pintorescos valles que van á morir en la costa, sembrados de lindos pueblecillos campestres que formaban el mas bello punto de vista.

Todos nos sentimos poseídos de admiración y placer al fijar nuestros ojos en el valle de Tacoronte, que se desplega en toda su magnificencia con sus antiguos conos volcánicos tan regulares como si fuesen montes artificiales construidos por la mano del hombre. Después de haber caminado algún tiempo contemplando tan soberbio paisaje, llegamos a un sitio delicioso desde el agua atravesaba la carretera conducida por canales de madera para regar los campos vecinos. La vegetación desplegaba allí un lujo y un vigor verdaderamente admirables. Por todas partes no se veían mas que sembrados de trigo, maíz y otros granos, en medio de los cuales sobresalían multitud de árboles cargados de fruta. Lo restante del camino presentaba el mismo aspecto. A la izquierda campos cercados por muros de piedra seca cubiertos de zarza mora, y a la derecha pintorescas colinas alfombradas de viñedos e higueras cuyo espeso follaje de resplandeciente verdor convidaba al viajero a buscar bajo su sombra algunos instantes de descanso.

Cuando descubrimos el mar al otro lado de la isla, comenzamos á bajar de la altura en que nos encontrábamos, llenándonos de admiración y sorpresa las vistas que sin cesar se presentaban a nuestros ojos. Ninguna descripción es capaz de pintar exactamente tanta belleza. Los ojos recorren sin cesar extensos valles cultivados en los que sobresalen multitud de cabañas y pintorescas iglesias campestres. Los vallados de zarza en que apoyan sus dobladas ramas los durazneros y perales cargados de frutos, los viñedos en que brillan los tiernos pámpanos de agradable verde, las redondas colinas cubiertas de cereales, los valles, las quebradas, los barrancos en cuyas escarpadas orillas clava sus sarmientos la vid, los jardincitos inmediatos á las cabañas con sus pintadas flores, sus calles de árboles y sus cercas de mirto y orégano, todo forma una armonía tan completa y encantadora, que merecía el pincel de un gran maestro para trasladar al lienzo tantas bellezas. El azulado mar mirado desde aquella elevación, parecía llegar hasta el cielo en su lejano horizonte. Guando el magnífico valle de la Orotava se desplega a la vista, su grandioso aspecto pone término a este panorama que nunca se puede olvidar. 

Fuente: Todo a babor - Fragata Constitution

Desde entonces comenzamos a bajar atravesando los pueblecillos de la Matanza y la Victoria y teniendo siempre enfrente el magnífico valle con sus dos volcánicas montañetas del Puerto y del Realejo, semejantes en un todo á los montecillos que construían los indios del Hanahuae para colocar sus templos. El camino es generalmente en este punto muy inclinado y escabroso; pero nuestros caballos eran buenos y estaban acostumbrados á bajar por tan empinadas fragosidades, de manera que no tardamos mucho tiempo en descender a la encantadora región cuyas bellezas parecía brindarnos la naturaleza. La villa de la Orotava se halla distante del puerto de la Cruz, unas dos ó tres millas y mucho mas elevada que el, y en vez de estar como este rodeada de arenales, de cuyo fondo se alzan multitud de aisladas rocas volcánicas, se extiende circundada por el Norte de plantíos de distintos colores, y por el Sud de una elevada cadena de montes sobre los cuales se ostenta gigantesco el empinado Pico casi siempre oculto tras una cortina de nubes que parece encerrar en su vaporoso seno los misterios de aquella elevada región de nieves y tormentas á fin de esconderlos a los profanos ojos de los mortales. En este «Valle de Belleza» es donde se produce el mejor vino de Teneriffe.

Al entrar en la inmensa cañada encontramos un correo que nos enviaba el cónsul americano, el cual nos condujo a galope por un camino pedregoso al puerto, haciéndonos atravesar infinidad de plantíos, viñedos y jardines. Verdaderamente, el encanto mayor de esta islas, es la maravillosa mezcla de las producciones de todos los climas; tan cierto es esto, que en tiempos pasados se estableció un jardín botánico con el fin de aclimatar los vegetales de las Indias antes de trasportarlos al suelo europeo. Este jardín conocido con el nombre de jardín del Rey, es aun el objeto mas bello que se encuentra en el camino que va desde el puerto de la Cruz a la villa de la Orotava.

Llegamos al puerto donde Mr. Cullen, nuestro cónsul, nos concedió todas las comodidades de la mas amable hospitalidad. Como era demasiado tarde para comenzar nuestra ascensión, comimos y salimos después a pasearnos por la población. Todos los edificios están construidos de lava mas o menos compacta y pintados de blanco menos en las esquinas que son de color negro. Subiendo por una calle muy pendiente, llegamos al bellísimo jardín de nuestro cónsul lleno de flores y emparrados, y con una extensa pajarera en el medio donde cantan millares de pojaros de diferentes especies. Entonces vi la inmensa cantidad de tuneras que se cultivan allí para la cría de la cochinilla. Los insectos cubren las pencas envueltos en una especie de tela blanca de donde los sacan para matarlos al vapor y ponerlos después a secar al sol, en cuya disposición se exportan. Antiguamente la cochinilla estaba muy cara y constituía uno de los principales artículos de comercio en Teneriffe. 

Otro de los ramos de exportación es la orchilla, especie de liquen que vegeta en las rocas y que da un tinte bellísimo. La barrilla forma también aun un producto importante de las Canarias. El carbonato de sosa se consigue quemando una planta marina extraordinariamente hermosa, pues está cubierta de depósitos alcalinos parecidos al cristal, los cuales brillan al sol asemejándose a una multitud de diamantes, rubíes y esmeraldas.

El 3 de Julio, después de almorzar, se reunió la comitiva compuesta de tres caballos, a mas de los que montábamos, para llevar los víveres y el agua necesaria, debiendo añadir el del cónsul que nos acompañó hasta la villa de Orotava. Al llegar al puerto habíamos tomado un arriero que debía servirnos también de guía llamado Cristóbal, el cual demostró durante el camino que era un excelente muchacho. Los caballos iban cargados de todo cuanto podíamos necesitar durante el viaje.

Lo primero que visitamos fue el jardín del Rey donde crecen juntos los vegetales de totos los climas. Los castaños de la India, las magnolias de la Florida cubiertas de flores, las acacias, los cactus y el te de China, el café, las rosas, los geranios, los naranjos y los cipreses; los productos en fin de todos los climas crecían juntos en aquel terreno neutral, formando el mas extraordinario y bizarro conjunto.

Subiendo siempre por un camino muy bien empedrado llegamos á la villa de la Orotava después de haber andado como unas dos millas mas. El coronel nos llevó á los jardines de Franchis para que viésemos el célebre drago, descrito por Humboldt, y que según se cree tiene mas de 500 años. El encargado de este jardín perteneciente al marques de Sauzal, nos aseguro que tenia mas de 1000 años. Sea como fuere, después que le vio Humboldt, ha perdido la mitad de las ramas, aunque no por eso deja de ser un árbol sumamente notable. En el día tiene 50 pies de alto y 40 de circunferencia en su base. Debajo de él hay un estanque de agua corriente hecho de lava enrededor del cual crecen los naranjos, mirtos, plátanos etc. etc. Mientras que en otro punto del jardín se eleva una magnífica palma de coco, cuyo prolongado astil parece querer alcanzar las nubes. Desde los balcones de la casa gozamos de la magnífica vista que presenta el valle terminado por el mar y en el interior quedamos encantados de los afables modales de la marquesa y de la belleza de sus dos hijas que cantaron con suma gracia al piano varios aires españoles. Después de haber bebido una copa de excelente vino de Teneriffe, nos vimos obligados á separarnos de tan amable familia para continuar nuestra ardua peregrinación. A las once salimos de la villa de la Orotava por una estrecha y pudiente calle empedrada de losas de basalto.

Texto extraído de Gaceta de Madrid: núm. 3796, de 04/02/1845, páginas 2 a 3

Por uno y otro lado no veíamos mas que campos de trigo y otros granos y huertas de papas y verduras, en las cuales había gran número de hombres, mujeres y niños cultivándolas. Dejamos atrás gran número de huertas y casas rústicas y llegamos al fin a un punto que dijo nuestro guía llamarse «La quin­ta», que es donde termina verdaderamente la población. A las doce del día ya nos hallábamos en el Monte Verde, cuyo nombre se ha granjeado a causa de estar cubierto de verdes brezos, hayas y codesos. La altura en que nos encontrábamos no podía ser mas agradable por la frescura que se gozaba en ella y por el magnífico panorama que se presentaba a nuestros ojos. Un poco mas adelante comenzamos a andar sobre un terreno pedregoso, formado de corrientes de compacta lava profundamente cortado por hondísimos barrancos que formaran los torrentes de agua al bajar con espantosa furia desde lo alto de las cumbres cuando las nubes descargan sobre ellas la lluvia y el granizo. 

En este terreno negruzco crecen multitud de codesos de grandes flores amarillas, las cuales contrastan con la aridez del suelo al exhalar su fragancia en aquel jardín de rocas. A la una y treinta y seis minutos nos hallamos rodeados de una espesa niebla que nos impedía ver los objetos a la distancia de 10 pasos, y poco después llegamos a la región superior donde el sol brillaba con todo su esplendor, y en que las nubes formaban a nuestros pies una inmensa llanura que nos estorbaba distinguir los valles, y que se asemejaba enteramente a un extenso mar cuyo horizonte iba a confundirse con el azulado cielo. Entonces divisamos por primera vez el Pico de Teide, claro y majestuoso; masa extraordinaria de cenizas volcánicas que se eleva sobre la negra cordillera que rodea el valle de la Orotava. Pero lo que mas admiración nos causó fue la extensa capa de nubes que se hallaba á nuestros pies. 

Parecíame estar contemplando un Océano interminable, cuyas olas se hubiesen de improviso paralizado congelándose, o un tremendo campo de nieve en que se reflejaban los puros rayos del sol. Entonces podíamos decir que nos hallábamos sobre las nubes, pues mientras que los habitantes del valle carecían de la luz del sol bajo aquel pabellón de vapores que quizás descargaban a la sazón en algún paraje torrentes de lluvia, nosotros teníamos sobre nuestras cabezas un cielo, cuyo puro color azul no era empanado por la mas ligera nubecilla. Nuestros pies pisaban extensas llanuras de cenizas volcánicas, en las cuales extendía de distancia en distancia sus descarnadas ramas un vegetal cubierto de racimos de blancas y olorosísimas-flores, que llamó nuestro guía retama. Los pastores llevan allí en la primavera y verano sus manadas de cabras casi silvestres para que pasten esta fragante flor, a que son muy aficionadas. A las tres hicimos alto en una especie de conca que indicaba ser el extinguido cráter de un volcán llamado Vista alta. Allí, bajo los ardientes rayos del sol, sin sombra alguna que, nos abrigase, encendimos fuego, descargamos los caballos y dispusimos nuestra comida, que nos pareció deliciosa atendido el buen apetito que nos había dado tan fatigosa marcha. Las ramas de retama alimentaban continuamente la hoguera, que nos sirvió para asar las aves y carne fiambro que llevábamos, y que comimos con gran placer, rociándola á menudo de excelente cerveza y de riquísimo vino de Teneriffe.

Cuando hubimos concluido, proseguimos nuestro camino atravesando las cañadas, señales ciertas de la inmensa erupción volcánica que se efectuara allí en tiempos pasados. Aquellas llanuras de piedra pómez casi reducida a polvo, en que se levantaban de distancia en distancia solitarias masas de lava de caprichosas formas, ya semejantes a torres y castillos, ya a elevados muros, no dejaban de presentar un aspecto imponente en su majestuosa aridez. 

Entonces descubrimos algunas cabras silvestres que brincaban sobre las rocas, y que hubieran experimentado los efectos de nuestras armas de fuego a no habernos dicho Cristóbal que tenían dueño que las reunía en cierta época del año. Continuamos pues nuestra marcha ascendiendo siempre y descubriendo a cada paso nuevos grupos de rocas de abridiana medio cubiertos por la piedra pómez, y fragmentos de piedra desprendidos de lo alto del pico, y cuya angulosa forma los había hecho detener en la ladera, donde parecían próximos á rodar de nuevo amenazando destruir en su caída todos los objetos que encontrasen a su paso. Distraídos con tan variadas vistas llegamos a las seis, a la que se llama la Estancia de los ingleses. No se crea por esto que había allí posada o edificio que se le pareciese. Aquel majestuoso hotel no tenia mas pavimento que las cenizas volcánicas, ni otro techo que el azul y estrellado pabellón del cielo. Algunas cuevas m uy poco profundas sirvieron de asilo á los caballos: nosotros preferimos quedarnos al aire libre, rodeados por todas partes de una inmensa hoguera que encendieron nuestros arrieros con ramas de retama, y que hacia sumamente necesaria el frio de la noche, que comenzaba a dejarse sentir con bastante rigor. Entonces dispusimos nuestra cena, á la cual añadimos un nuevo manjar desconocido de nosotros, y que nos regaló el alegre Cristóbal. Consistía este en una especie de harina hecha de trigo tostado, la cual después de haberla mezclado con agua y azúcar, de manera qué formase una pasta bastante sólida, no dejaba de tener un sabor agradable. Este polvo se llama gofio, palabra que se conserva aun de los guanches, antiguos habitantes de la isla. La palabra gofio manifiesta cuán largo tiempo hace que se practica en las Canarias el cultivo del trigo y del maíz, conocido allí con el nombre de millo. 

Bien abrigados con nuestras chaquetas y capotes, porque el frio apretaba, tardamos algún tiempo en dormir, pues el bueno de Cristóbal alejaba de nuestros ojos el sueño con sus canciones improvisadas y monótonas, aunque no enteramente desprovistas de cierta melodía agradable en aquellas profundas soledades. Al mismo tiempo contribuían á prolongar mi insomnio y á hacerme experimentar una sensación extraña la novedad de mi situación; el brillo de la atmosfera y el resplandor de las estrellas que centelleaban perpendicularmente  sobre mi cabeza. Justamente en el zenit se hallaba la constelación de la corona boreal, y desde entonces siempre que la veo recuerdo nuestro vivac en las laderas del gigantesco Pico de Teide.

Poco hacia que había podido conciliar el sueño cuando Cristóbal nos despertó gritando ¡la estrella, la estrella!! En efecto, su brazo señalaba una brillantísima estrella que acababa de aparecer detrás de las rocas, y que debía servirnos de guía. — !Arriba, arriba! caballeros, añadió entonces, y todos nos pusimos de pie sin esperar que nos llamase de nuevo. Llenos de curiosidad comenzamos á subir con ligereza; pero pronto experimentamos la poderosa sensación que producen la fatiga y las náuseas propias de las grandes alturas. ¡Qué no hubiéramos dado en aquellos momentos al caminar casi arrastrándonos detrás de nuestro guía, medio muertos por el cansancio y por la faja de hierro que parecía oprimir nuestras frentes a causa de la rarefacción de la atmósfera, con tal de hallarnos tranquilos á bordo de nuestro querido buque! Algunos de los que formaban la expedición experimentaron todos los horrores del mareo, y tuvieron que quedarse atrás, declarando que les era imposible continuar: las estrellas nos parecían moverse en el cielo, y hasta hubiéramos jurado que las rocas giraban en torno de nosotros. Así proseguimos subiendo enterrándonos en la piedra pómez, parándonos frecuentemente para descansar y beber, y animados tan solo por nuestra curiosidad y por el alegre Cristóbal, que nos decía a cada instante: «un poquito mas, señores, un poquito mas.»

No obstante brillar la luna en el firmamento con todo su esplendor y las estrellas también, no pudimos atender a la belleza de la noche, pues solo estábamos ocupados por un único pensamiento: el de llegar y poner término así á nuestro cansancio.

A las tres y media de la mañana del día 4, cuando los matices de púrpura y oro de que se iba revistiendo el Oriente nos indicaban el nacimiento del sol, alcanzamos la cima del Pico que se eleva 11890 pies sobre el mar. Entonces descansamos en una especie de cráter llamado la caldera , cuyo piso se halla aun caliente en algunos parajes de resultas de los vapores que se desprenden del antiguo volcán. Luego que nos hubimos repuesto algo de nuestra fatiga, miramos enrededor de nosotros, poseídos de satisfacción a vista de los inmensos obstáculos que acabábamos de vencer. Las rocas cubiertas en el cráter de una especie de sal (sulfato de alúmina) y de cristales é incrustaciones de azufre, y por las grietas que hay en tierra, salen periódicamente ráfagas de vapores que impiden meter la mano en ellas.

Al fin mostrose el sol en el horizonte de aquel mar de nubes que atravesáramos el día anterior, y que nos impedía ver los valles situados a nuestros pies. La escena no podía ser mas magnífica. La sombra del pico en que nos hallábamos se proyectaba en la atmósfera sobre las nubes; pero con tal exactitud, que cualquier marinero la hubiera tomado por tierra firme, por un segundo Teide. La sombra era del mas puro color azul rodeada de una faja de púrpura, por debajo había una franja anaranjada, después otra blanca, y esta especie de arco iris se prolongaba hasta el punto en que la luna se ostentaba con su débil y plateada brillantez. Del mismo modo se produce otro espectro en los montes de Hartz, en Alemania. Pero el espectáculo que teníamos ante los ojos no había terminado aun. Al elevarse el sol sobre el horizonte que formaban las nubes se desvaneció la gigantesca sombra lentamente en los aires. Entonces abriéndose aquel inmenso mar de vapores nos dejó ver el verdadero y las otras islas Canarias que se presentaron a lo lejos envueltas en púrpura y azul. Sea ilusión o realidad, hasta nos pareció distinguir en ellas las ciudades y los riachuelos que reflejaban la luz del sol. ¡Oh! aquella magnífica y portentosa escena recompensó con usura los momentos de cansancio y de dolor que sufriéramos al subir.

El cráter presentaba una suave pendiente que de todos lados bajaba hacia el centro. El suelo cubierto de blancas sales y de cristalizaciones de azufre de variados colores estaba caliente en algunos sitios, principalmente en las inmediaciones de las grietas, por las cuales salían ráfagas de vapor.

Después de haber permanecido una o dos horas en el cráter, comenzamos a bajar el Pan de azúcar, llamado así a causa de la semejanza que tiene por su forma y color con los panes de azúcar refino. Al descender, apoyados en un palo de que el buen Cristóbal había tenido cuidado de proveernos la noche anterior, no experimentamos ni con mucho la mitad del cansancio que nos agobiara al subir. Sentados unas veces nos dejábamos resbalar por las movibles cenizas volcánicas, mientras que otras, descargando el cuerpo en los palos, saltábamos pomo cabras de roca en roca. Así continuamos rápidamente hasta que nos detuvimos en la Cueva de la Nieve, que es un pozo natural donde los habitantes se proveen de nieve durante todas las estaciones del año. Efectivamente, en el fondo descubrimos una inmensa cantidad de agua congelada capaz de abastecer a muchas ciudades a un tiempo.

El sol entretanto se iba elevando mas y mas sobre el horizonte, y el calor comenzaba á ser insoportable, Seguimos bajando y Cristóbal, por aprovechar el tiempo, como el decía, iba comiendo gofio amasado con agua y azúcar y bebiendo sendos tragos de vino que llevaba en un barrilito capaz de contener a lo sumo dos botellas. Al fin llegamos a la Estancia de los ingleses agobiados de fatiga, de falta de sueño y de calor. ¡Ah! nunca olvidaré la fresca brisa que nos bañó al recontarnos a la sombra de una roca y el vaso de friísima agua que me dio uno de nuestros compañeros que tuvo que volverse atrás por no serle posible continuar subiendo.

Después de haber descansado algún tiempo montamos en nuestros caballos, y viajeros, arrieros y guías bajamos cómoda mente sin detenernos hasta el Monte Verde. Allí pasamos de una atmósfera abrasada por los rayos del sol á la fresca región de las nubes, las cuales, a pesar de ser bastante espesas para impedir la vista de los objetos inmediatos, nos humedeció muy poco.

En vez de dirigirnos a la villa de la Orotava tomamos Un camino que debía conducirnos por la izquierda directamente al puerto, pues la fatiga nos hizo renunciar hasta el vehemente deseo que teníamos de volver á ver á nuestra amable amiga la marquesa del Sauzal y a sus hermosas hijas. Sin embargo, nos detuvimos en una cabaña construida de piedra y cubierta de paja para pedir un vaso de agua, el que nos dio de muy buena voluntad una joven hermosa y robusta, de negros y rasgados ojos. Bebimos el agua con gran placer, y después de haber tributado nuestras gracias a la complaciente y fresca labradora continuamos nuestra marcha hacia el puerto.

Atravesando fértiles plantíos y profundísimos barrancos llegamos al valle de la Orotava, cuyo origen volcánico manifiestan claramente las dos montañeras del puerto y del Realejo, que solitarias y silenciosas parecen ser los centinelas, a cuya celo confió el Omnipotente la custodia de aquel nuevo Edén. Algo mas repuestos de la fatiga con la vista del magnífico anfiteatro que se desplegaba a nuestros ojos, entramos en casa de nuestro cónsul, donde nos esperaba una soberbia y bien servida comida.

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