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martes, 31 de diciembre de 2024

LOS QUE HAN SUBIDO AL TEIDE: LA EXPEDICIÓN FRANCESA DE LASTROLABE - 1837

ACADEMIA DE CIENCIAS.
VIAJE AL POLO AUSTRAL.


En el viaje de las corbetas "L'Astrolabe" y La Zélée, al mando del capitán "Jules Dumont d'Urville",  hacia el polo Austral, en el año 1837, parte de la tripulación subió al Pico del Teide.

Fuente: Biodiversity Heritage Library -1841


En la expedición, entre otros iban los naturalistas Jacques Bernard Hombron, Pierre Marie Alexandre Dumoutier, el dibujante Ernest Goupil y el hidrógrafo-cartógrafo Clément Adrien Vincendon-Dumoulin.


"...Llegamos el día 30 de septiembre y zarpamos el 7 de octubre,..." --> AÑO 1837

"...Durante los primeros diez kilómetros avanzamos entre arboledas de castaños y pinos; hasta la mitad del camino la temperatura es suave y los vientos del mar refrescan con su aliento; más allá y sin transición, el frío nos agarra y nos congela; hay que caminar hacia el sur y hacia el sol; luego nos topamos con cuevas revestidas de salitre y aplastamos fragmentos de piedra bajo nuestros pies. Esta es la región de las nubes. —De repente, por un cambio repentino e inesperado, un calor violento te golpea y te obliga a buscar refugio hacia el norte.— ¡Entonces entramos en el dominio del volcán! Caminamos sobre arena grisácea que se dobla y se hunde bajo los pies del viajero; luego, sobre lava endurecida, compacta y agrietada; muy abajo, se ven las nubes apoyadas en las laderas de la montaña, coronadas aquí y allá con copos claros y transparentes matizados con los colores del arco iris. — Arriba, caos, fragmentos de rocas esparcidas, escorias recubiertas de una capa de azufre en fermentación, naturaleza en ruinas, imagen de desolación y muerte. — Finalmente, más arriba, sobre el cráter, una cúpula de humo que te oculta el cielo y que, a veces, descendiendo hacia la tierra, se condena a sí misma y te envuelve en una oscuridad impenetrable. — Tal es la cima de Tenerife, este rey de las Islas Afortunadas..."

La Presse, 26 de octubre de 1838 - RETRONEWS - BNF


Fuentes




domingo, 29 de diciembre de 2024

LOS QUE HAN SUBIDO A TEIDE: M. DE LA-ROCHE - 1848

M. de La-Roche subió al Teide el 20 de septiembre de 1848.

RECUERDOS DE UN VIAJE AL TEIDE


Fuente: M. de la Roche - "Revista de Canarias" del 8 de febrero - 1880

"En 10 de Setiembre de 1848 á las 4 de la tarde salí de Santa Cruz de Tenerife, á caballo, con dirección á Tacoronte, donde debía pasar la fiesta del Cristo, que allí se celebraba, y salir en seguida para verificar la ascensión al Teide...

…habiendo concluido nuestra comida ya de noche y con un tiempo claro y despejado que nos anunciaba un feliz viaje al Pico...."

…El día 20 a las 12:30 nos levantamos; y después de haber esperado cerca de hora y media a que todos los arrieros se reuniesen, nos preparamos á montar en nuestros mulos á la 1:37, con buen tiempo. Electivamente: a dicha hora nos pusimos en marcha alumbrados por la luna, cuya claridad nos hizo marear a Cumella y á mí, y guiados por un paisano llamado Juan Polo, que en otro viaje había servido de guía a Abel Aguilar.

Durante el viaje, que hicimos lentamente, abrigados con nuestras respectivas mantas, dispuestas como las que usan los hombres del campo de este país, se cantó y se embromó para hacer menos desagradable la aspereza del camino. Al amanecer se examinó el termómetro, el que había bajado hasta 8º. Seguimos nuestro camino y á poco descubrimos el Teide iluminado y majestuoso. No es fácil expresar la sensación que nos causó su vista, que ciertamente es objeto digno de la pluma de un poeta. A cosa de las 7 nos detuvimos para almorzar, lo que se verificó con un regular apetito; habiendo concluido á las 7:15, a cuya hora soplaba un viento fresco del N.N.O. A las 7:30 volvimos á montar. A las 8:15 nos detuvimos de nuevo en el llano de Pedro Hernández, donde Abel Aguilar y Cumella tomaron ejemplares de algunas piedras volcánicas (entre ellas, de obsidiana, que es de una belleza notable). Hiéranse algunas paradas más, y por último llegamos á las 9:30 á la "Estancia de los Ingleses".

Este sitio, donde los viajeros que visitan el Teide se guarecen del sol y aguardan la hora conveniente para verificar la ascensión, se reduce á unos cuantos grandes trozos de rocas volcánicas, á cuyo al redor hay algunas piedras para formar una especie de abrigo donde pasar las noches. Desde una altura inmediata ala Estancia vimos claramente la Isla de Canaria y algo más confusas las de Lanzarote y Fuerteventura. Luego los cinco amigos expedicionarios nos acostamos sobre nuestras mantas, á tin de recuperar con el sueño las fuerzas perdidas en las noches anteriores. Después de haber dormido algún tiempo, y siempre recostados, mi mente no pudo menos de remontarse á la época en que se encontraba en actividad el famoso volcán, que visitábamos con el único objeto de admirar los asombrosos efectos de aquel inmenso y no bien apagado foco de fuego subterráneo...

En la Estancia comimos á las 3 de la tarde, y después estuvimos viendo la isla de Canaria, y las de Lanzarote y Fuerteventura, que parecían verse allá entre nubes; pero lo que más admiración nos causó fue ver el cono de sombra que el Teide formaba al declinar de la tarde, y que fue prolongándose a través de la parte oriental de la isla de Tenerife, en seguida por el mar hasta tocar el límite del horizonte, y luego en las nubes, á la manera de una inmensa pirámide que fuera á tocar en el cielo con su cúspide. Mientras se prolongaba más y más el cono de sombra, el sol iluminaba aún con su luz entre dorado y rojiza las montañas volcánicas situadas á nuestra derecha é izquierda, hasta que al fin, el sol puesto, desapareció todo y el crepúsculo apenas suministraba luz para descubrir la gran parte de la Isla devastada por las lavas del Teide. El termómetro marcaba entonces 7º; el silencio más imponente reinaba en aquella soledad, y sólo se oía la voz de uno de nuestros compañeros que á alguna distancia observaba cantando el mismo espectáculo.

En la Estancia de los Ingleses pasamos la noche con las incomodidades consiguientes á lo intenso del frio y á lo desabrigado del sitio. Sin embargo, a pesar de esto y del viento que soplaba, dormimos alguna cosa al calor de las hogueras de leña de retama que los arrieros habían cogido en los contornos. A la 1 de la madrugada nos levantamos, y después de haber tomado café montamos á caballo, es decir en nuestras mulas, y llegamos a Altavista media hora después . A los 10 minutos empezamos a subir el volcán a la claridad de la luna, que no nos hubiera impedido rompernos cien veces la cabeza, á no ser por el práctico que nos acompañaba, con el que llegamos á las 4:30' ' al pie del Pan de Azúcar, donde descansamos un rato después de haberlo hecho diez ó doce veces en el Malpaís del volcán. Impacientes por llegar á la cima del Teide, empezamos á trepar el Pan de Azúcar, y llegamos á la cúspide del cono de 20 a 25 minutos después. Nada más imponente que el mirarse á más de 13000 pies de elevación sobre el nivel del mar, en el punto culminante del archipiélago canario, dominando las seis islas que rodean a la de Tenerife, a la que parece hizo la naturaleza superior á las demás, tanto por su riqueza, población y producciones, como por ese elevado monte que la enseñorea. El alma experimenta sensaciones difíciles de describir, y que no es fácil comprender al que no las ha sentido. Al nacer el sol, la sombra del Pico se proyectaba precisamente al occidente, por ser el 21 de setiembre, formando un fenómeno en sentido inverso al que observamos la tarde anterior desde la Estancia de los Ingleses. El cráter del Teide está cubierto de las más variadas materias volcánicas, entro ellas azufres y otras que se conservan á una temperatura bastante alta, á causa sin duda de los fuegos interiores. Por diferentes puntos se veía exhalar un vapor sulfúrico que causaba una incomodidad bastante grande á la respiración. Por fin los grupos de nubes que se veían bajo nuestros pies, semejantes á un mar inmenso de algodón agitado por las más variadas ondulaciones, causaban un efecto sorprendente. A causa de dichas nubes no pudimos ver sino la isla de la Gomera y más confusamente las de la Palma y el Hierro, que, con las que habíamos visto la tarde anterior, completan las seis circunvecinas.

Poco antes de las 8 de la mañana tomamos en el cráter un corto desayuno, y en seguida bajamos el Pan de Azúcar en breves minutos y nos dirigimos por el Malpaís al Pozo de la Nieve, al que nos descolgamos por medio de una soga, habiendo vuelto a subir haciendo uso de la misma, después de haber examinado el hielo perpetuo que en dicho pozo se encuentra depositado, y bebido del agua fresca que encierra. A las 9:10 partimos del pozo de hielo y llegamos en 20 minutos a la Estancia, desde la cual, habiendo almorzado antes, nos pusimos en marcha par ala Orotava, a cuyo pueblo llegamos a las 3 de la tarde sin que en nuestro viaje nos hubiera ocurrido ningún suceso desagradable. El camino que a la ida habíamos pasado de noche, ofrece el espectáculo desolador y los efectos consiguientes a las repetidas erupciones volcánicas del Teide, así es que produce la sensación más desagradable que puede imaginarse."



Fuente: M. de la Roche - "Revista de Canarias" del 8 de febrero - 1880


sábado, 28 de diciembre de 2024

LOS QUE HAN SUBIDO AL TEIDE: J. LECLERCQ - 1879

 El escritor Jules Leclercq, subió al Teide el 4 de agosto de 1879.

CAPITULO XIII
ASCENSION AL PICO DE TENERIFE


 

Fuente: "Voyage aux Iles Fortunées..." - Jules Leclercq - Paris - 1898

Acabo de llegar de Santa Cruz, donde he pasado veinticuatro horas, y aquí estoy de nuevo en Orotava, equipado para emprender la ascensión al Teide. Mi reloj está reparado; Reemplacé mis gafas de sol y mi termómetro. No he conseguido convencer a nadie en Santa Cruz para que me acompañe al Pico, ni siquiera al Doctor Masferrer, que quiere esperar hasta septiembre, que es más favorable para esta excursión. Quiero aprovechar la luna llena para subir al cono durante la noche; me voy irremediablemente mañana.

¿Por qué deberías acercarte al Pico desde el norte?

Algunas personas de Santa Cruz me habían aconsejado que intentara subir desde el lado sur de la montaña. En este caso, tuve que coger el autocar desde Güimar, para luego ir a caballo hasta el pequeño pueblo de Chasna, lo que me llevaría dos días. Pero cuando vi el horrible camino prehistórico que me iba a llevar a Güímar, con un calor atroz, ¡y Dios sabe en qué compañía de gente y pulgas! Cambié rápidamente mis planes. Me habían dado una imagen muy poco atractiva de las quince horas de cabalgata desde Güimar a Chasna, por caminos imposibles, atravesando las zonas más calurosas de la isla. Entonces, no había posadas, ni nada para comer, salvo el horrible gofio. En resumen, ya había tomado posesión de mi lugar en el carruaje; pero cuando me vi condenado a asarme en ese horno con otros seis viajeros, aunque literalmente sólo había cuatro plazas, tomé la sabia decisión de regresar aquí lo antes posible.

Santa Cruz es definitivamente intolerable en verano. Abrumado por el calor y los mosquitos, no pude dormir anoche. A las cuatro de la mañana me levanté. El cocinero del hotel todavía dormía; Los dos cafés de la plaza estaban cerrados y, como no pude conseguir una taza de café para saciar mi sed ardiente, busqué una cabra y allí mismo me ordeñé un gran tarro de sabrosa leche. Luego abandoné sin remordimientos el invernadero de Santa Cruz en el autobús de las cinco. He cruzado por tercera vez los cuarenta kilómetros que separan la capital de La Orotava. En el altiplano de la isla encontré la frescura y la brisa, que pronto me hicieron olvidar el calor tórrido de la costa sur.

El guía Ignacio.

A la una estaba en mi destino. Fui inmediatamente a buscar al guía Ignacio, cuya buena apariencia me inspiraba plena confianza. Estará en la posada mañana por la mañana, con dos caballos.

El cielo está cubierto de feas nubes que no auguran nada bueno. Alea jacta es!

Anteayer, 4 de agosto, a las siete y media de la mañana, el guía Ignacio y el arriero Miguel estaban en la puerta de la Fonda del Teide. 

Preparativos para la expedición.

Habían traído un caballo blanco, de mirada inteligente y gentil, que debía servirme de montura hasta la meseta de Alta Vista. Había también un caballo marrón, que llevaba una de aquellas inmensas albardas del país, levantadas en forma de voluta en ambos extremos; sobre la albarda estaban atados un barril de agua, una bolsa que contenía las provisiones de mis hombres y mantas; El posadero añadió una cesta en la que había colocado para mí un cuarto de rosbif, unos huevos, té, vino añejo de Tenerife e incluso un poco de cerveza inglesa embotellada. Ignacio y Miguel no tenían monturas: los canarios iban siempre a pie.

Terminados los preparativos, encendí un cigarrillo, monté y saludé a los anfitriones de la Fonda del Teide, al juez y al recaudador de impuestos del distrito, prometiendo volver a cenar con ellos la noche siguiente.

La partida.

Salimos bajo un cielo nublado; Las nubes están bajas y oscurecen por completo nuestra visión del pico que estamos a punto de conquistar; pero Ignacio me asegura que encontraremos el sol más allá de las nubes. Cruzamos la Plaza de la Constitución, desde donde la vista abarca todo el Valle de la Orotava hasta el Océano, para luego volver a subir por la interminable calle San Agustín. Todas las chicas nos espían mientras pasamos por las persianas.

Pronto entramos en el barranco de San Antonio, que se abre a la izquierda. Mi caballo entonces comprende que vamos hacia la cima, y ​​muestra cierta inclinación a resistirse; pero una descarga de golpes con el palo, asestados por el arriero, lo devuelve al deber.

Aún puedo ver nuestra pequeña caravana subiendo por un bonito sendero zigzagueante, bordeado de altos agaves, de cuyo centro a veces emerge un tallo fino, esbelto, de varios metros de altura, que lleva en su extremo una flor.

Aspecto del país.

El paisaje tiene un aspecto muy africano. A nuestro alrededor sólo hay nopales de cochinilla. De vez en cuando, al borde del camino, aparece una de esas chozas de paja que constituyen la miserable vivienda del campesino canario; Me recuerdan a los wigwams de los indios americanos. La buena gente que vive en estas primitivas viviendas tiene como única fortuna una vaca y dos cabras. Pero por otro lado tienen el clima más hermoso del mundo. En este admirable Valle de la Orotava todo respira alegría y tranquilidad.

A los cultivos de cochinilla pronto les siguió la región de los cereales. Los campesinos cosechan, improvisando letras sobre melodías que he oído de un extremo a otro de Andalucía: son melodías lentas, cuya extraña forma obviamente fue tomada prestada de los árabes. Estas canciones españolas parecen hechas para estos campos tranquilos, donde la atmósfera es siempre tranquila, cálida y fragante.

El país se va cubriendo de grupos de árboles a medida que ascendemos. Primero están los frondosos laureles, luego los castaños, después los hermosos pinos canarios. Desde lo alto que hemos alcanzado, vemos extenderse a nuestros pies, con todas sus armonías y gracias rurales, el inmenso país de las Hespérides, desde las colinas de Santa Úrsula hasta los lejanos pueblos de los Realejos, desde las estribaciones de Tigaiga hasta el Atlántico, que se pierde en la distancia entre las nieblas de los trópicos. Es uno de los panoramas más maravillosos que se pueden contemplar. Mil metros más abajo, emergen como hongos los tres cerros volcánicos conocidos como Montañetas. Las nopalerías tienen la apariencia de un inmenso mosaico formado por cuadros blancos y verdes. La ciudad y el puerto no parecen más que pueblos del tamaño de un puño.

A las nueve entramos en el barranco de Johanera. Mi caballo toma espontáneamente el recorrido del barranco: el año pasado subió al Pico doce veces y este año sube por primera vez; Él nunca toma el camino equivocado.

Cambio climático

Apenas llevábamos una hora y media en carretera cuando llegamos a la región de las nubes. En ese mismo momento se produjo un cambio repentino de temperatura. 

Área de nubes.

Los vapores flotaban a nuestro alrededor como humo ligero; Pequeñas gotas microscópicas se adherían al borde de mi casco. Al mismo tiempo, la vegetación estaba cambiando visiblemente: habíamos pasado de repente de la zona tórrida a la zona templada; Los cactus y agaves habían desaparecido como por arte de magia para dar paso a helechos y codesos. Todo me transportaba al corazón de los Alpes: las cabras pastaban en esta región, agitando los cencerros que colgaban de sus cuellos. Sentí un placer inefable al encontrarme tan inesperadamente en el clima y el paisaje del norte, cuyas bellezas sólo se pueden apreciar plenamente cuando uno ha estado intoxicado durante largo tiempo por la naturaleza tropical.

Cabras y pastores.

Las laderas de Monte Verde, donde nos encontrábamos en esos momentos, son el refugio favorito de esas preciosas cabras tinerfeñas que dan tan rica leche. Cuando los vi en la niebla, de lejos pensé que eran vacas pequeñas, porque son tan grandes. A esta altitud encuentran el clima y las plantas que les convienen. La niebla es aquí, por así decirlo, constante: es la zona de estas nubes que forman un cinturón en la cima de Tenerife de donde emerge el cono; Los marineros lo saben bien.

La humedad que reina en estas zonas confiere un potente desarrollo a la vegetación. Los helechos, las retamas y los codesos, cuyos tallos comen las cabras, alcanzan tamaños considerables. Entre estos arbustos salta un simpático pajarillo que emite un grito quejumbroso: Ignacio lo llama el “caminero”.

En medio de estas soledades viven los pastores de Tenerife que han conservado, se dice, el tipo de los antiguos guanches. Los que encontramos me parecieron medio salvajes: iban vestidos con un poncho de lana blanca; Tenían el pelo despeinado, las piernas desnudas, los pies calzados con sandalias y llevaban un largo palo con el que trepaban por las rocas.

Dos incidentes.

Dos incidentes retrasaron nuestra marcha en medio de la niebla. Nuestro barril de agua estaba perdiendo su precioso contenido; Nos detuvimos en un lugar desolado para sellarlo. La pobre bestia que lo transportaba estaba empapada en sudor. Durante nuestra parada, Ignacio se dio cuenta de que había perdido su chaqueta. Él envió a Miguel a buscarla, pero regresó con nosotros sin haberla encontrado. Tan frío como todos los canarios, se lamentaba el pobre Ignacio al verse amenazado de congelarse vivo durante la noche.

Cuando nos acercamos a la región conocida como Codesos, donde florecen hermosos bosques de pinos, la niebla se había vuelto tan espesa que no podíamos distinguir objetos a diez metros de distancia. No hizo falta mucha imaginación para creer que estaba en las laderas boscosas del Gausta-Fjeld, que una vez escalé en Noruega.

Por encima de las nubes.

Abandonamos esta región de nieblas tan repentinamente como habíamos entrado en ella. Llevábamos caminando casi tres horas cuando el sol apareció ante nosotros en todo su esplendor: la temperatura de la zona templada fue inmediatamente sucedida por la de la zona tórrida. ¡Qué fenómeno más extraño, esta superposición del clima de los trópicos con el clima de los Alpes! Ahora estábamos flotando por encima de las nubes, que se elevaban verticalmente detrás de nosotros como un muro. Ante nosotros se recortaba contra el cielo azul la montaña Caramujo; A la izquierda apareció la Montaña Blanca.

Aparición de Teide.

Mientras cruzábamos la cresta de un contrafuerte, de repente apareció ante nosotros el Teide a la derecha. El noble pico perfilaba claramente su silueta cónica contra un cielo de un azul tan pronunciado que sólo puedo compararlo con el admirable cielo de Colorado. La escena era de una belleza serena e imponente: ante nosotros el Teide, con sus líneas sencillas y serias, ahogado en su eterno halo de azul; Detrás de nosotros había un caos de nubes que nos ocultaban las regiones inferiores.


Fuente: "Voyage aux Iles Fortunées..." - Jules Leclercq - Paris - 1898

Comida en la montaña.

Nos sentamos a la sombra de unos magros laburnums (escobones) para tener nuestro primer almuerzo. Ignacio esparció metódicamente las provisiones en el suelo, y un apetito perfecto presidió nuestra ligera comida. El vino de Tenerife resultó ser excelente. El agua del barril se utilizaba para saciar la sed de los pobres caballos que morían de sed.

Después de tres cuartos de hora de descanso, partimos de nuevo con renovado ardor. Se trata de atravesar el inmenso espolón de Tigaiga que desciende desde el pie del Teide y separa el valle de la Orotava del de Icod. Atravesamos las áridas laderas del Juradillo, situado inmediatamente debajo del Tigaiga; Estas laderas están sembradas de escoria arrojada por el volcán. A pesar del sol abrasador, a estas alturas corre una brisa agradable. El cono del Teide, hacia el que marchamos, parece estar a sólo un disparo de fusil, tan limpio está el aire.

Las retamas.

A continuación viene la empinada subida a Montana Colorado. Subimos a través de gran cantidad de  escoria. El resplandor del sol sobre el suelo blanquecino es extremadamente doloroso. En este lugar el termómetro marca 35°. Aquí es donde vemos las primeras retamas, un tipo de brezo arbóreo que constituye la única vegetación a estas alturas.

Las nubes, que ahora se elevan varios miles de metros por encima de nosotros, presentan el aspecto grandioso de una llanura hasta donde alcanza la vista, cubierta de nieve en toda su extensión; no es una llanura absolutamente plana, sino montañosa, atravesada por barrancos, como las sabanas que se extienden entre el Mississippi y las Montañas Rocosas.

Estas nubes, que cuando las mirábamos desde abajo ofrecían la imagen de inconstancia y movilidad, ahora se nos aparecen como una extensión de materia sólida, congelada en la inmovilidad absoluta; Los barrancos y hoyos que surcan su superficie no varían en apariencia más que los valles terrestres. Del lado de Santa Cruz, la llanura nublada termina en un profundo precipicio en forma de herradura, que me recuerda a las Cataratas del Niágara; Este precipicio no cambiará de forma durante todo el tiempo que dure nuestra subida, y mañana, en el descenso, lo volveremos a ver bajo el mismo aspecto.

A la una, vemos el Pico, que habíamos perdido de vista desde que entramos en los barrancos, alzarse orgulloso, dominándonos con toda su altura. Esta vez el cono se revela en su totalidad ante nuestros ojos; Desde la base hasta la cima, nada más que el sol ilumina con su luz deslumbrante. Un monumento prodigioso construido por fuerzas subterráneas y de una regularidad que recuerda las pirámides de Egipto, parece que una raza desaparecida puso allí la plaza. La cumbre adopta la forma de un pan de azúcar que se superpone al gran cono truncado, y cuyo tono blanquecino contrasta con el tono amarillo del Teide; Perdemos de vista el Pan de Azúcar a medida que nos acercamos al cono inferior, del mismo modo que dejamos de ver la cima de un campanario a medida que nos acercamos al pie del edificio.

Estancia de la Cera.

Hacemos una breve parada en el lugar conocido como Estancia de la Cera. El sitio es sublime en su naturaleza salvaje. A nuestro alrededor hay un océano de escoria. Sobrecalentada por el sol, esta escoria está tan caliente que la mano no soporta el contacto con ella.

Las Cañadas.

Ya podemos ver sobre nuestras cabezas las crestas de las Cañadas, largas cadenas de rocas que se elevan como una serie de bastiones defendiendo el acceso a la montaña. Estas rocas, cuyas cimas dentadas, como sierras, parecen haber sido cortadas a punzón, forman una pared circular de nueve o diez leguas de circunferencia. Atravesamos la muralla por una brecha que se abre al noreste y nos encontramos en este vasto recinto, que no es otro que el antiguo cráter del volcán.

Este cráter es el más grande del mundo, después del de Kilaouea en las Islas Sandwich; París estaría encantado de hacerlo. Cuando pensamos en los materiales incandescentes que un día debió contener este prodigioso horno, nos viene a la mente el nombre del Pico de Tenerife, Teide o Echeyde, que en la lengua de los guanches significaba Infierno.

En el mismo centro de este antiguo cráter surgió el volcán actual; Se coloca como un cono en el centro de una caldera. Los bordes de la caldera son las Cañadas; La Caldera es el nombre que se le da a la caldera; Es también el nombre del famoso cráter extinto de la isla de Palma, vecina de Tenerife.

Nada puede dar una idea de los desiertos de África mejor que el recinto de Cañadas. Imagínese una inmensa llanura perfectamente lisa, cubierta en toda su extensión por miríadas de piedras pómez desintegradas y salpicada de bloques de obsidiana. Ni un vestigio de sombra. Los macizos de retama blanca, que alcanzan los dos metros de altura, poco contribuyen a disminuir la monotonía de esta llanura sahariana, donde no vi más seres vivos que un milano solitario y algunos cuervos.

Cruzando la Caldera.

La travesía de la Caldera es dolorosa, casi desesperanzada. Caminamos durante horas hacia el Pico que se eleva gigantesco en medio de este desierto. El cielo es de un azul increíble, el sol calienta como una bala de cañón al rojo vivo, la piedra pómez arde bajo los pies y no hay casco ni paraguas que puedan proteger los ojos del insoportable resplandor de la luz del sol reflejada en el suelo reflejado. Quien sube al Teide regresa con la cara roja y los ojos inflamados, debido al reflejo de la Caldera. Esta reverberación provoca principalmente un dolor ardiente en las fosas nasales, como si se estuviera introduciendo allí pimienta de cayena. Mis guías sangraban por la nariz, igual que yo; la sequedad del aire era tal que teníamos los labios agrietados y partidos. Al sol, el termómetro alcanzó casi los 55°; A la sombra de mi paraguas, marcaba la mitad: esta enorme diferencia no necesita explicación. Ahora bien, como no hay el menor rincón de sombra en toda la llanura de las Cañadas, es la primera temperatura la que hay que tener en cuenta. Esta región tórrida contrastaba singularmente con la región húmeda y fría de nubes que acabábamos de dejar.

Por fin conseguimos superar esta larga y ardua travesía de la Caldera, y tras rodear un altozano amarillento que los guías llaman Roque de la Pera, atacamos una especie de contrafuerte del Teide que lleva el nombre de Montaña Blanca. Las laderas están llenas de miríadas de bloques de obsidiana de todos los tamaños y formas, negros como el ébano pulido. Este vidrio volcánico es de una estructura tan compacta y de tal dureza que los guanches, que no conocían el hierro, fabricaban con él instrumentos cortantes, como hacían los antiguos mexicanos. En esta región oscura y silenciosa no hay el más mínimo rastro de vegetación.

Tomamos unos momentos de descanso al pie de un largo sendero de obsidiana. Los pobres caballos bebieron con avidez; Ya sentían la influencia del aire enrarecido, pues desde que habían dejado la llanura de las Cañadas para subir a la montaña, ya no podían dar diez pasos sin respirar. A estas alturas había una brisa refrescante; el termómetro, a las cuatro, no marcaba más que 30° al sol, 22° a la sombra; Así que la temperatura era muy agradable.

El mar de nubes se espesó a medida que el sol continuaba su curso: se había vuelto de un blanco lechoso que contrastaba sorprendentemente con el admirable azul del cielo. La montaña llamada por los guías "lo Costado" se alzaba como un promontorio en medio de ese océano de vapores suspendido como una inmensa pantalla sobre el Atlántico invisible. Las cimas de las montañas más altas de Gran Canaria surgían a prodigiosa distancia del seno de las nubes, como fantásticos arrecifes. Esta imagen, tan extraña, tan nueva, parecía más un ideal que una realidad.

Región de lava.

Ahora aquí está la región de lava. Son bloques gigantescos de color negro, de forma ovoide más o menos regular. Como señala el señor Masferrer, cuya interesante nota¹ me resultó una valiosa guía en esta ascensión, estos bloques ocupan a menudo posiciones tales que es inconcebible que hayan podido ser arrastrados hasta allí por el solo impulso de la gravedad: por lo tanto podrían ser verdaderas bombas volcánicas lanzadas por la fuerza explosiva del cráter; Pero esta opinión parece difícil de aceptar cuando se considera el enorme volumen, el peso prodigioso de algunos de estos monolitos, que sugieren una fuerza eruptiva de un poder muy superior al que puede observarse en los fenómenos contemporáneos. Algunos científicos creen que estas masas de lava se crearon por la separación de ciertas porciones de la materia fluida.

Algunos científicos creen que estas masas de lava se generaron por la separación de ciertas porciones del material fluido que formó el flujo al salir del cráter; tomando la forma de gotas monstruosas, habrían adquirido una velocidad mayor que la corriente y llegado a lugares donde esta no podía llegar. Esta opinión parece confirmarse por su posición respecto a la corriente.

Estancia de los ingleses.

Unos instantes más y llegamos a la Estancia de los Ingleses (2.891 metros sobre el nivel del mar). Es costumbre pasar la noche aquí bajo las estrellas.

Cualquiera que haya escalado el Etna recordará la "Casa de los ingleses", donde se hace parada para pasar la noche antes de subir a la cumbre. Dos de los volcanes más famosos del mundo cuentan pues con una "estación inglesa": una coincidencia que muestra claramente los hábitos de viaje de la raza anglosajona. Pero si la "Casa de los ingleses" ofrece un verdadero refugio, no ocurre lo mismo con la "Estancia de los Ingleses", donde no hay refugio de ningún tipo. Dos rocas entre las que reina un corredor abierto a todos los vientos forman los muros de la estancia; No hay techo más que el firmamento. Aquí es donde pasaremos la noche. Ignacio me dice que podemos ir a dormir más arriba, en el Altavista; En esta casa no hay leña para hacer fuego, y como la noche parece que va a ser fría, decidimos acampar aquí. Se quitan los arneses a los caballos, que ya no aguantan más, y los guías parten en busca de ramas secas de retama, la única planta que a esta altura puede servir como combustible.

Mientras tanto, me siento en un punto rocoso. Son las cinco y media de la tarde. Desde lo alto de mi observatorio diviso las Cañadas todavía iluminadas por el sol, que ya se ha retirado de aquí ante la sombra invasora de la montaña. Cuando se mira hacia abajo desde lo alto de la estancia hacia la larga sierra circular de las Cañadas, se pueden ver claramente los bordes de un antiguo cráter. La Caldera, que forma el fondo de este cráter, aparece cubierta por una capa móvil de pequeños fragmentos de piedra pómez, cuya blancura contrasta con las negras corrientes de lava que la recorren por todos lados.

A pesar de su sencillez más que primitiva, la estancia tiene un aspecto pintoresco. Al pie de una gran roca, los caballos comen su avena. Nuestra casa ocupa un espacio de unos pocos metros cuadrados entre dos bloques volcánicos de cuatro o cinco metros de altura. En el suelo están colocadas todas nuestras riquezas, el barril, las provisiones, las mantas. Aquí y allá, fragmentos de botellas y latas rotas de conservas dan testimonio del paso de viajeros anteriores.

Fuego de retamas.

Los guías pronto regresan con una gran provisión de ramas de retama: hay suficiente para mantener un gran fuego encendido durante toda la noche. A esa altura las noches son frías, incluso cerca de los trópicos. En pleno verano en la cima del Teide suele helar. Hacia las seis de la tarde prendemos fuego al aguardiente seco y un calor benéfico relaja nuestros miembros entumecidos por la fatiga.

En este momento, una sombra gigantesca, en forma de cono perfectamente regular, se proyecta hacia el este sobre las Cañadas: es la sombra del Pico. Crece a medida que se pone el sol; A las seis y media pasa las Cañadas y se proyecta sobre las nubes. A las siete de la tarde, cuando el sol se pone sobre la llanura, la escena se vuelve indescriptiblemente hermosa. La sombra del Teide se extiende sobre las montañas de Gran Canaria, luego, cada vez más, invade las nubes rosadas que se ciernen sobre esta isla lejana: parece una montaña completamente negra, una pirámide fantástica, emergiendo del seno mismo de Gran Canaria, y aplastando con su prodigiosa elevación los picos más humildes que lo rodean. La larga pared de las Cañadas ha pasado de marrón a rosa; Rosa también es la franja de cielo que bordea el mar de nubes. Este mar ha adquirido un aspecto tan compacto que parece congelado. Oscuros barrancos lo recorren en todas direcciones: me parece ver un vasto continente boreal enterrado bajo la nieve y el hielo acumulados durante siglos.

Después de unos minutos más, presenciamos la última escena de este maravilloso atardecer. Las escarpadas cumbres de las Cañadas se van ahogando a su vez en la sombra que nos invadió durante dos horas; El cielo se torna rosa púrpura hacia el cenit, mientras que en el horizonte cambia a gris perla; El mar de nubes deja su tono nevado para tomar el tono del ópalo. Entonces la sombra del Pico, que crece como si quisiera oscurecer toda la naturaleza, desaparece con la velocidad del rayo, y con ella se desvanece todo ese admirable encanto cuyo esplendor no olvidaré nunca.

Bajo las estrellas.

Cerca del trópico, no hay crepúsculo a esa altitud. Apenas han abandonado los espacios los últimos rayos del día, cuando millones de estrellas surgen en todos los puntos del firmamento: a través de la atmósfera pura brillan con un resplandor que nunca las he visto. Hacia las ocho, tras las oscuras murallas de Les Cañadas, aparece el disco de la luna, que se encuentra en su fase llena. Se eleva rojo como un carbón encendido y se eleva majestuoso hacia el cielo.

Esta noche radiante, transcurrida a casi 3.000 metros de altitud, me recordó la que pasé hace un tiempo en uno de los picos más altos de las Montañas Rocosas. Durante estos deliciosos momentos, nos dejamos llevar por el encanto de la meditación. La profunda calma de la atmósfera, el imponente silencio que reina a estas alturas, la serenidad del firmamento, todo te transporta a no sé qué elemento de la eternidad: uno se siente más lejos del mundo habitado y más cerca de las estrellas, y vemos en los cielos, escrito en signos luminosos, el gran nombre del Creador.

Tuvimos que pensar en reparar nuestras fuerzas. Alimentamos el fuego de la retama y cocinamos allí nuestras provisiones. Para gran asombro de mis guías, preparé un caldo de Liebig que podría haber aparecido en la mesa de un Lúculo; Lo que quitaba la ilusión era que sólo teníamos una taza, que pasaba de mano en mano. Calentamos un cuarto de fiambre, hicimos copiosas libaciones de vino de Tenerife y una taza de té humeante concluyó nuestra alegre cena. Luego nos quedamos alrededor del fuego, fumamos y hablamos. El vino había puesto a mis guías de buen humor. Ignacio cantó seguidillas.

Querido sol.

El frescor aumentó con la noche. El termómetro, que al atardecer marcaba 12°, bajó a 4°. Sin embargo, los guías afirmaban que normalmente a esa altitud hacía incluso más frío.

Agobiados por el cansancio, nos envolvimos en nuestras mantas y nos tumbamos sobre las rocas, con los pies orientados hacia el fuego. Ignacio y Miguel, auténticos montañeros que eran, pronto se pusieron a roncar. Por mi parte, al no estar acostumbrado a dormir bajo las estrellas, especialmente sobre las rocas, dormí poco. El frío me despertaba cada vez que el fuego se apagaba, y como la madera de retama arde muy rápido, yo casi siempre estaba ocupado reavivando la llama. La brisa nocturna formó una corriente de aire entre las dos rocas, lo que me provocó un resfriado. ¡Coger un resfriado en las Islas Afortunadas es algo totalmente inaceptable!

Ascenso a la luz de la luna.

Habíamos quedado en empezar a rodar de nuevo a las dos de la mañana, para alcanzar la cumbre antes del amanecer. Desperté a mis roncadores media hora antes, porque había que preparar el té y enjaezar los caballos. Terminados estos preparativos, abandonamos la estancia ante el frío cortante. La luna ilumina nuestro camino: brilla con increíble resplandor y nuestras sombras se proyectan en el suelo con la mayor claridad; Podemos distinguir claramente los detalles del paisaje, que presenta un aspecto cada vez más desolado: ya no vemos ningún rastro de vegetación; Las retamas han desaparecido a su vez.

Caída de un caballo.

La subida se hace difícil, peligrosa incluso para los caballos. Las pobres bestias trepan a través de un caos de lava en movimiento con una pendiente extremadamente pronunciada; No pueden dar veinte pasos sin detenerse a recuperar el aliento, y empiezo a temer que no podrán soportar la fatiga de la expedición hasta el final. Me quedo quieto en la silla, con el pecho presionado contra el cuello, listo para cualquier cosa. Hubo un momento en que mi caballo se detuvo frente a una formidable pila de bloques de lava; Lo excité con mi talón. En el esfuerzo que hacía para salvar el obstáculo, la correa se rompió, sentí que me deslizaba con la silla sobre la grupa casi vertical, y estuve a punto de caer detrás de mi montura en medio de la lava áspera, al borde de un precipicio; El propio caballo tropezó y vi sus cascos a una pulgada de mi cabeza. Me levanté magullado, con las manos sangrando y muy feliz de haberme librado del apuro. Los guías corrieron a reparar la correa y llegamos a la meseta de Altavista sin más incidentes. Eran entonces las tres y cuarto.

El malpaís.

Los caballos no avanzaron más. Quedaron al cuidado de Miguel y continué la subida a pie con Ignacio. Con la ayuda del palo con punta de hierro nos acercamos a una colada de lava conocida con el significativo nombre de Mal-País. Aquí, como en México, este nombre designa espacios invadidos por materiales volcánicos. Imaginemos un prodigioso caos de bloques negros y angulosos, a los que los pálidos destellos de la luna daban un aspecto verdaderamente siniestro; Parecen las ruinas carbonizadas de alguna Babilonia. Los bloques se tambalean bajo nuestros pies, emitiendo un sonido hueco y metálico cuando chocan; Debemos saltar de un punto a otro, con pie firme y seguro, de lo contrario nos romperemos los huesos. Este camino, digno de inspirar la imaginación de Holbein, parece largo como un siglo.

La Rambleta.

Después de una hora llegamos a la meseta de la Rambleta, situada a 3.569 metros de altitud. En esta meseta se ha reconocido un antiguo cráter lleno de material volcánico. Es una miniatura de la meseta de las Cañadas; Tiene el aspecto de una llanura circular de cuyo centro emerge el cono más alto del Teide. Es de allí, dijo el señor Berthelot, "de donde se desbordaron los numerosos torrentes de lava que inundaron Las Cañadas. El Teide tenía períodos alternos de descanso y despertares terribles; Fue probablemente después de uno de estos sueños traicioneros que una nueva erupción produjo el pico actual. En medio de la Rambleta se levanta este capitel volcánico que cubría la antigua sima; Corona la montaña y forma el pirandón del gran cono”. Me detuve un momento a contemplar en la Rambleta un curioso fenómeno al que los guías dan el nombre de Narices del Pico. Las paredes de las rocas están surcadas por grandes grietas por donde escapan potentes chorros de vapor de agua. Humboldt descubrió que estos vapores tenían una temperatura de 50°. Esta temperatura también es muy variable.

Escalada del Pan de Azúcar.

El último cono o Pan de Azúcar, de sólo 150 metros de altura, es la parte más difícil de la subida. Hay que subir en un ángulo de 45° a través de fragmentos de escoria y piedra pómez que ceden bajo los pies a cada paso y te hacen resbalar hacia atrás; Esta es la desesperada historia de todos los picos volcánicos. El aire enrarecido nos obliga a realizar paradas frecuentes². A medida que subimos, vemos escaparse del suelo vapores sulfurosos que el viento empuja hacia nosotros y cuyo olor sofocante afecta dolorosamente nuestras vías respiratorias.

Última desgracia.

Una última desgracia me esperaba antes de alcanzar la cumbre. Mi bastón con punta de hierro, que manejaba con dificultad en mis manos magulladas, llegó a golpear la visera de mi casco. El casco se cayó y lo oí precipitarse en la oscuridad y rodar de escoria en escoria, con enormes rebotes. Tuvimos que salir a buscarlo, y fue el valiente Ignacio quien lo encontró en el fondo de una grieta, vergonzosamente maltratado. ¡Pobre casco! ¡Mutalus cuántico ab illo!

CAPITULO XIV
EN LA CIMA DEL PICO

 
Fuente: "Voyage aux Iles Fortunées..." - Jules Leclercq - Paris - 1898


El amanecer.

Son las cinco de la mañana cuando llegamos a la cumbre. Aunque el sol todavía no es visible, ya ha amanecido, lo que me hace suponer la presencia de la estrella bajo las nubes. A primera vista puedo ver que no se nos concederá el disfrute de la vista de las regiones inferiores. Contra mis esperanzas, el mar de nubes no se despejó durante la noche. Los valles aún están sumidos en la oscuridad, pero ya la luz del día se extiende a nuestro alrededor. Somos los primeros en saludar el amanecer.

Lo que se ve desde la cima del Teide.

Después de media hora de espera, vemos el sol emerger de entre las nubes; casi al mismo tiempo la gigantesca sombra del Pico se proyecta hacia el oeste sobre la isla de La Gomera; Tiene la forma de un triángulo isósceles de la más perfecta regularidad, de medidas nueve o diez leguas desde la base hasta la cumbre. El Pico, cuya sublime frente golpeamos con nuestros talones, se eleva como un inmenso obelisco desde el seno del ilimitado mar de nubes que se despliega a más de dos mil metros bajo nuestros pies. A medida que el sol sale en el cielo, este mar adquiere diferentes tonalidades; Vemos zonas rosas, azules, blancas: las nubes superiores proyectan allí sombras azules que simulan islas fantásticas, y los rayos solares, iridiscentes en las miles de gotitas suspendidas en la atmósfera, producen combinaciones de colores de una belleza mágica. Veo todos los matices del prisma. Oro, fuego, diamante, son comparaciones demasiado opacas para expresar la magnificencia de este luminoso océano de vapor.

La sombra del Pico, que ayer por la tarde ganaba terreno al mismo tiempo que el sol se ponía en el horizonte, ofrece ahora el fenómeno contrario: al principio indistinta y lejana, pronto abandona la isla de La Gomera para acercarse un poco más gradualmente, haciéndose más claramente visible en la capa de nubes; Disminuye imperceptiblemente, la cima del triángulo finalmente se funde con la base del Pico, y la sombra desaparece ante el sol triunfante. Un amanecer visto desde lo alto del Teide en un día claro debe ser uno de los espectáculos más maravillosos que el hombre haya visto jamás. Según los cálculos de Humboldt, el sol ilumina la cima del Pico durante doce minutos³ antes de iluminar la base, a nivel del mar. Según el mismo científico, la vista se extiende cien leguas desde la cima del Pico. Se dice que la costa de África sería visible si no fuera absolutamente plana. El aire es aún más limpio en la cima del Teide que en Quito, la ciudad que goza de la atmósfera más pura del universo.

Las nieblas me ocultaron parte del cuadro; Pero lo que vi me ha compensado suficientemente por mi fatiga. Si las islas más lejanas del archipiélago, Hierro, Fuerteventura y Lanzarote, eran invisibles, podía ver los picos de La Palma, La Gomera y Gran Canaria: parecían arrecifes perdidos en medio de un océano de nieblas.

Sólo era visible la parte oriental de Tenerife; Los vapores se abrieron paso en círculo por el lado de Santa Cruz y, con la ayuda del telescopio, pudimos distinguir los barcos anclados en el puerto a diez leguas de distancia. El Circo de las Cañadas se abrió bajo nuestros pies en una caída inmensa.

Por una extraña ilusión óptica, todas las líneas de perspectiva se desdibujaron: el enorme cráter de la Caldera, que tiene nada menos que cincuenta y cuatro kilómetros de circunferencia, parecía nada más que una cuenca, los puntos más distantes de la parte visible de la isla parecían estar a mis pies; La colosal cordillera de Anaga se parecía a esas montañas en miniatura que aparecen en los mapas en relieve. Dominábamos el país como desde lo alto de un aerostato suspendido en el espacio. Me parecía que el archivo se deslizaba bajo mis pies, tan pequeño y encogido se me presentaba el paisaje. Me sentía bajo los efectos de una especie de vértigo, y tengo entendido que los viajeros podían decir que experimentaban en la cumbre del Teide la misma sensación de vacío que se experimenta en lo alto del mástil de un barco. Esta impresión de aislamiento debe ser aún más vívida en un día claro, cuando toda la isla se despliega ante los pies del espectador, desde las orillas del mar hasta la cumbre del Pico.

Mientras admiraba los esplendores que se presentaban ante mis ojos, me sentí presa del frío de la mañana: el termómetro sólo marcaba 3° a la sombra y un viento helado me penetraba hasta los huesos. Para provocar la reacción, hice un recorrido por el cráter situado inmediatamente debajo de la cumbre, en el lado occidental del Pico. Se trata de una cráter⁴ de forma ovalada, de unos cien metros de longitud y de treinta a cuarenta metros de profundidad. A su alrededor se alza una especie de muralla en ruinas, formada por enormes bloques de tráquea grisácea.

En el cráter.

El descenso al cráter no presenta otro peligro que el de quemarse las botas: para evitar este inconveniente, basta con no detenerse en el mismo lugar. Caminamos sobre un suelo caliente y húmedo, del que se escapan abundantes columnas de vapor sulfuroso, que el viento empuja en todas direcciones. Este suelo es de color rojizo y contrasta con el tono blanco de las paredes interiores del recinto. Lo que le da al terreno un aspecto muy especial son las eflorescencias sulfurosas de color amarillo que se encuentran en su superficie. Recogí algunas buenas muestras de azufre cristalizado: estaban pastosas y calientes cuando las saqué del suelo; Se endurecieron al enfriarse. Hay también eflorescencias salinas, de aspecto blanco y cristalino, de sabor amargo y ácido: forman, en muchos lugares, costras de más de un centímetro de espesor, presentando en su superficie las formas siguientes: más fantásticas.⁵ El suelo, blando y terroso, conserva la huella de los pies y ofrece tan poca consistencia que pude, siguiendo el ejemplo del señor Masferrer, hundir en él mi palo con punta de hierro hasta el final y sacarlo caliente y húmedo, recubierto de arriba a abajo con cristales de azufre. El suelo está más caliente y contiene una mayor cantidad de azufre debajo que en la superficie, como se puede ver levantando la corteza superior.

Se ha observado que la temperatura de la sulfata aumenta cada año, lo que sería un mal augurio. Si esto es así, observa el señor Berthelot, ¡cuán doloroso es el pensamiento que acompaña a esta observación, cuando se reflexiona sobre la crítica situación de los habitantes de Tenerife si el Teide saliera un día de su reposo! No hay hora, decía un naturalista, que no pueda convertirse en esta situación en la última de un pueblo entero.

Este cráter no es el único del volcán: hay uno mucho más grande situado hacia el suroeste y conectado al Pico por un contrafuerte: se trata del cráter de Chahorra, comúnmente llamado Pico Viejo. Subiendo el borde occidental del cráter, vi este otro cráter a unos seiscientos metros bajo nuestros pies: su tinte marrón contrasta con la blancura del Pan de Azúcar. Este volcán tuvo un período de tres meses de actividad en 1798. Cordier, que lo describió por primera vez en 1803, lo considera el cráter principal del Teide: le asigna nada menos que una legua y media de circunferencia. Buch le da una profundidad de 140 pies y una altitud absoluta de 9.276 pies; Asegura que no podría rodearlo en una hora.

Punto más alto del Teide.

Después de explorar el cráter, quería subir al punto más alto del pico. El último pico es tan estrecho que no puede acomodar a más de un espectador y apenas se puede permanecer de pie en él. Mientras yo disfrutaba del placer de dominar una de las más altas cumbres de nuestro hemisferio, y repasaba en mi mente los nombres de los ilustres viajeros que allí me habían precedido⁶⁶, Ignacio se divertía arrojando fragmentos de rocas a la ladera por donde íbamos a descender: estos proyectiles tardaban dos o tres minutos en llegar a la Rambleta, levantando nubes de ceniza y polvo al rebotar. No pude evitar sentir una sensación de pavor al pensar que estaríamos ejecutando las mismas zarabandas si nuestros pies giraban en estas empinadas pendientes.

Tras una estancia de casi dos horas en lo alto del Teide, Ignacio me avisó de que era hora de ir a reunirnos con Miguel que nos esperaba en Altavista. Di una última mirada al magnífico mar de nubes que el sol no pudo disipar, al cráter humeante, a las oscuras Cañadas que rodean la Caldera, a los lejanos picos de Gran Canaria, de La Palma, de La Gomera, Luego tomé de nuevo el bastón de montaña.

El descenso.

Descendimos rápidamente por los senderos de escoria que tanto trabajo nos habían costado en la subida y al cabo de un cuarto de hora nos encontrábamos en la meseta de La Rambleta, al pie del Pan de Azúcar. A continuación emprendemos la ardua travesía del mal país, desviándonos ligeramente de la ruta que habíamos seguido anteriormente, pues debíamos pasar por la Cueva del Hielo, una cueva de nieve donde los guías acostumbran a renovar su provisión de agua. El mal país es aún más terrible en la bajada que en la subida: veinte veces pensé que me iba a romper el cuello allí, y miraba con envidia la agilidad de Ignacio, que saltaba sobre las puntas afiladas de los grandes bloques de lava como si fuera una carretera importante.

La cueva de hielo.

Llegamos a las ocho a la caverna: esta nevera natural se abre en medio de una colada de lava, a poca distancia de un lugar donde habíamos encontrado vapores de agua ardientes, y no es una de las menores curiosidades del Teide; El fondo está lleno de una gran acumulación de nieve que nunca se derrite, incluso con las temperaturas más altas. Aquí es donde los isleños vienen a abastecerse de provisiones para hacer sorbetes. Humboldt atribuye la congelación del agua en este lugar a una evaporación muy rápida, dependiendo de las circunstancias especiales del lugar.

Junto a esta fría atmósfera reinaba un calor ático que hacía absolutamente insoportable el eco de la lava sobrecalentada. Allí nos esperaba Miguel, armado con su barril. Bajó al fondo de la hielera, colgado de una cuerda que Ignacio soltó. Cuando hubo reunido una abundante cantidad de nieve, continuamos nuestro interminable descenso a través del Malpaís y llegamos a Altavista.

Allí encontramos a Miguel, que había ido delante cargado con su barril, había atravesado el malpaís como si fuera una llanura. Con la nieve derretida hicimos un caldo y partimos nuevamente hacia las diez. Recordando mi desventura de la mañana, tuve cuidado de no hacer el peligroso descenso desde Altavista hasta la Estancia a caballo. No decidí volver a montarme hasta que llegamos a la gran meseta de las Cañadas. Entonces era mediodía.

Calor terrible.

Cruzar las Cañadas en el momento más caluroso del día es uno de mis recuerdos de viaje más dolorosos. Nada puede dar una idea del dolor ardiente que produce la reverberación de pequeños fragmentos de piedra pómez. Todos teníamos los labios, las fosas nasales y los ojos inflamados; Mis gafas ahumadas no podían protegerme del resplandor de la llanura inundada, cegada por las brillantes luces del sol cenital. Ni una nube en el cielo, ni un rincón de sombra que nos proteja. Cuando me bajé del caballo, mis pies ardían como si estuvieran en contacto con un fuego ardiente. Me consumía la sed y me parecía que respiraba el aire de un horno.
¿Cómo puedo describir la felicidad que sentí cuando, tras dos horas de caminata por este desierto sahariano, sin agua y sin oasis, encontramos esta región alpina donde pastan las cabras de Tenerife? ¡Ah! Nunca he comprendido mejor el encanto de los climas nórdicos y me he reconciliado con nuestras nieblas: me he sentido realmente en mi elemento en medio de estas espesas nieblas; Antes agotado, privado de fuerzas, encontré aquí vigor y energía. ¡Con qué placer veía a las cabras retozar entre los helechos y las retamas, y cuánto más hermosas me parecían estas plantas alpinas que las tristes retamas de la Caldera!

Regreso a Orotava.

Hicimos nuestra última parada bajo el árbol laburno (Cytise) al pie del cual habíamos descansado el día anterior. Hacia las cuatro habíamos atravesado la región de las nubes y volvimos a encontrar, siempre atractivo, siempre hermoso, el valle de la Orotava. Una hora más tarde estaba conduciendo de regreso a la ciudad, tan destrozado como uno puede estar después de una carrera de treinta y cuatro horas. Pero yo tenía el honor de no parecer cansado y permanecía en la silla tan erguido como un yo, con mi bastón con herraduras de hierro sobre mi hombro. Sabía que muchos ojos oscuros me espiaban detrás de las persianas. Llegué con esta tripulación a la Fonda del Teide, donde me esperaba una reconfortante cena. Luego dormí once horas consecutivas y escribir esta historia terminó de refrescarme.

  1. Breve noticia de una excursión al Pico de Teide, por RAMON MASFEREER Y ARQUIMBAU. (Análisis de la Sociedad Española de Historia Natural, Tomo VIII, 1879.).
  2. Se ha descubierto que el aire contiene un 19% de oxígeno en la cumbre del Teide.
  3. Más exactamente 11' 51".
  4. Una sulfata es un volcán medio extinto, que puede volver a activarse tarde o temprano.
  5. El Dr. Masfcrrer, que estudió este suelo, descubrió que estaba compuesto principalmente de sulfato de sodio, probablemente mezclado con un hiposulfito de la misma base alcalina. Disolver esta sustancia en agua destilada es ácido (papel de prueba); No produce precipitados de sulfuro de hidrógeno, carbonatos alcalinos, cloruro de platino, oxalato de amonio, amoniaco, nitrato de plata; Por el contrario, da un precipitado abundante de cloruro de bario. Calentado con potasa, libera vapores sulfurosos. Dada la composición de las traquitas y el vapor sulfuroso que se infiltra en ellas, el origen de esta sustancia es muy natural.
  6. Los principales científicos que ascendieron a la cima de Tenerife son: Edéns en 1715; El Padre Feuillée en 1724; Lapeyrouse en 1791; Humboldt en 1799 y 1804; Cordier en 1803; Libro en 1815; Bertlielot en 1825, 1827 y 1828; Webb en 1828; Santa Claire-Deville en 1848; Lyell en 1854; Ilartung en 1854; Fritsch en 1863. A estos nombres citados por el Sr. Masferrer, añadiré los de los ingleses Sprat y Scory en el siglo XVII, de los franceses Bory de Saint-Vincent y Dumont d'Urville en el siglo XVIII. El Príncipe de Joinville, el Príncipe Heredero de Mónaco y muchas otras personalidades han escalado el Pico en nuestro tiempo. El señor Goblet d’Alviella, un viajero belga que se distinguió por varios relatos de viajes y ascendió al Teide en abril de 1874. El señor Masferrer, un joven estudioso catalán que sólo tiene amigos en Tenerife, alcanzó la cumbre el 2 de septiembre de 1878, acompañado por el ingeniero Margarit.
  7. Según las mediciones trigonométricas de Borda, la altura absoluta del Teide es de 11.430 pies. Buch le da 11.206 pies en su tabla de alturas y 11.430 pies en su mapa. Fritsch le asigna una altitud de 3.711 metros. Esta última cifra es la generalmente aceptada.

Encontramos una descripción resumida de su ascensión en la publicación "Côte occidentale d'Afrique..." publicada en París en 1890:

"Ahora aquí está la región de lava. Son bloques gigantescos, de color negro, con forma ovoide más o menos regular... Unos instantes más y llegamos a la Estancia de los Ingleses (2.891 metros sobre el nivel del mar). Es costumbre pasar la noche aquí bajo las estrellas... A pesar de su sencillez más que primitiva, la Estancia tiene un aspecto pintoresco. Al pie de una gran roca, los caballos comen su avena. Nuestra casa ocupa un espacio de unos pocos metros cuadrados entre dos bloques volcánicos de cuatro o cinco metros de altura. En el suelo están depositadas todas nuestras riquezas; El barril, las provisiones, las mantas... El último cono o pan de azúcar, de sólo 150 metros de altura, es la parte más difícil de la subida. Hay que subir en un ángulo de 45° entre fragmentos de escoria y piedra pómez que, a cada paso, ceden bajo los pies y hacen resbalar hacia atrás; Esta es la desesperada historia de todos los picos volcánicos."



Fuente: "Côte occidentale d'Afrique..." - Paris - 1890




domingo, 22 de diciembre de 2024

LOS QUE HAN SUBIDO AL TEIDE: BOUET-WILLAUMEZ - 1841

En la publicación "Cote Occidentale D'Afrique" escrita por el coronel "Frey", publicada en París en 1890, encontramos el relato de la ascensión al Pico del vicealmirante Bouet-Willaumez en 1841.


Fuente: "Côte occidentale d'Afrique..." - Paris - 1890

TRADUCCIÓN

ASCENSO AL PICO DE TENERIFE, POR EL VICEALMIRANTE BOUET-WILLAUMEZ.

Acabamos de comer en Orotava, un encantador pueblo construido al pie del pico. Son las diez en punto; Montamos nuestras mulas; Aquí estamos en camino. Atravesamos primero una zona de campos, luego una zona de brezos verdes, luego, un poco más arriba, páramos áridos. Aquí estamos en la región de las nubes: algunos abetos atrofiados aquí y allá; piedra pómez bajo los pies de nuestras mulas; enormes bloques de lava a la derecha y a la izquierda; Ya hemos recorrido siete leguas. Son las cinco de la tarde, desembarcamos en la Estancia donde acampamos. El termómetro marca cero; Así que apenas podemos cerrar los ojos.

A las cinco de la mañana, todos levantados; Nos pusimos en marcha de nuevo, pero esta vez a pie, con un palo con punta de hierro en las manos. Avanzamos con dificultad, a veces sobre un terreno inestable formado por polvo y piedra pómez, a veces sobre bloques angulares de lava, sobre los que saltamos de un punto a otro, como rebecos.

Aquí estamos en la estación de los neveros, al pie mismo del Pan de Azúcar que forma el pico extremo; pero la pendiente es tan pronunciada, el terreno tan inestable, que para avanzar un paso hay que dar cuatro o cinco. ¡Un último esfuerzo! Aquí estamos finalmente en la cumbre, es decir al borde del cráter parcialmente extinguido de este inmenso volcán. Es mediodía: nuestro termómetro marca dos grados bajo cero y ¡quince grados en el propio cráter! De ella se escapan vapores sulfurosos... La brisa es fresca; arroyos de nubes se encuentran a nuestros pies y ocultan nuestra vista del mar; Estamos a 3.808 metros sobre el nivel del mar.




Fuente: "Côte occidentale d'Afrique..." - Paris - 1890




sábado, 21 de diciembre de 2024

SENDERISMO: DE CUEVAS DE SAMARA A PARTIDOS DE FRANQUIS

Ruta lineal que partiendo de las Cuevas de Samara llega al caserío de los Partidos de Franquis.

  • Duración: 4  horas  
  • Distancia:  9,5  Km 
  • Nivel: bajo.

En Los partidos a disfrutar de un buen puchero.
Además nos encontramos con Papa Noel.

















TRAZADO DE LA RUTA


PERFIL DEL TERRENO



LOS QUE HAN SUBIDO AL TEIDE: LOUIS FEUILLÉE - 1724

Louis Feuillée (Feuillet), fraile, matemático, astrónomo y botánico, inició su ascensión al Teide al amanecer del 3 de agosto de 1724 acompañado del cónsul Porlier, el marqués de la Florida con dos de sus hijos, el señor Daniel (médico irlandés residente en la isla) y el joven Verguin, además la expedición estaba formada por tres guías y doce criados que conducían una docena de mulas cargadas con equipajes y provisiones. 


 

Fuente: Voyage aux isles Canaries, ou journal des observations physiques, mathématiques, botaniques et historiques, faites par ordre de Sa Majesté, par le R. P. Louis FEUILLÉE, religieux Minime, mathématicien et botaniste - 1724


Siguieron uno de los itinerario habituales.

Partiendo desde La Orotava, después de una hora de camino llegaron al Dornajito, donde había un pequeño manantial de excelentes aguas. Luego comenzaron a ascender por la zona del Monteverde, a través de los senderos trazados por los naturales en medio de los helechos. El recorrido significaba el cruzar los diferentes estratos de vegetación propios de las Canarias centrales y occidentales, singularmente marcados en Tenerife, la isla de mayor altitud.

"A las ocho de la mañana nos encontramos en la cumbre del Monteverde. Allí vimos terminar las nubes tan espesas a través de las cuales habíamos pasado desde nuestra partida de La Orotava. Comenzamos a entrar en una atmósfera mucho más pura que aquella que acabábamos de dejar. La superficie superior de estas nubes nos cubría. Los criollos de estas Islas Canarias llaman a este sitio Los Charquitos...

Seguidamente penetraron en el pinar (en otro tiempo este monte estuvo enteramente cubierto de estos elevados y frondosos árboles, pero actualmente están muy claros). Al respecto, los guías le manifestaron que un huracán había abatido gran número de ellos (vimos muchos caídos y con sus troncos podridos por la humedad). 

Antes del mediodía se detuvieron a comer a la sombra del “Pino de la Merienda”, en donde aprovecharon para descansar y reponer fuerzas. A la una de la tarde prosiguieron el camino pasando por el lugar llamado “La Carabela” (en donde los pinos son en mayor número que en el resto del monte)  y a las dos llegaron al Portillo, (un paraje entre dos montañas donde, de un lado y de otro, se veían los restos de furiosos volcanes que se abrieron en otro tiempo). El Portillo marcaba «el final de la montaña de los pinos» y seguidamente entraron (en un llano cubierto de arenas que los vientos han acumulado y de muchas retamas). Por la estación, las retamas que «se elevan a la altura de seis pies» estaban muy secas. Vieron un gran número de conejos, muy abundantes en la zona, y también varias cabras salvajes. Dos de éstas fueron capturadas por los guías, grandes corredores, y su carne les sirvió para la cena.

En el lugar llamado Las Faldas del Teide, (Feuillée) recogió varias piedras de obsidiana que después presentaría en una asamblea de la “Academia de Ciencias de París". A las cuatro de la tarde llegamos al pie del Pico, donde comienza la montaña, que es extremadamente empinada; la tierra que la cubre es una arena blanquecina sembrada de pequeñas piedras pómez parecidas a aquellas que acabábamos de ver en el llano. A pesar de su pendiente no dejamos de subir a caballo por pequeños senderos en zigzag, abiertos por los hombres que van a coger la nieve al pie del Pan de Azúcar. Prosiguieron la ascensión hasta llegar a la “Estancia de los Ingleses”, lugar así llamado «a causa de que algunos de esta nación, que tuvieron la curiosidad de subir al Pico»; allí se detuvieron y pasaron la noche. En este sitio prepararon su campamento y pernoctaron.

A las cuatro de la madrugada del día 4 de agosto los expedicionarios se levantaron con el ánimo de llevar a cabo la ascensión al Pico durante la mañana. Después de haber tomado un desayuno de chocolate iniciaron la subida, provistos de buenas dosis de aguardiente. Subiendo vimos salir el sol de la superficie de las aguas del mar, cruzado de tres bandas muy oscuras formadas por gruesas nubes extendidas paralelamente al horizonte. Vimos también las islas Lanzarote a 45 leguas, Fuerteventura a 30 y la Gran Canaria a 10. Pronto varios integrantes del grupo comenzaron a sentirse fatigados, sin fuerzas para subir hasta la cima. Entre ellos se hallaba el propio Feuillée, quien afirma en su relación haber sufrido una caída durante el ascenso, la cual no le permitió seguir más lejos. Sólo subieron hasta el Pico seis de los expedicionarios, entre ellos el señor Porlier, los dos hijos del marqués y el joven Verguin, a quien Feuillée confió sus instrumentos y le encomendó hacer las observaciones y mediciones que él había previsto.  Antes de escalar el cono volcánico eran las 7,30 horas. Llegaron a la cima a las 8,42 horas.

A su llegada a la cumbre, Verguin construyó el barómetro e hizo la medición, sosteniéndose el mercurio a 17 pulgadas y 5 líneas. Posteriormente, en uno de los bordes del cráter la medición dio el resultado de 17 pulgadas y 6 líneas…

Verguin y sus acompañantes permanecieron dos horas en lo alto del Pico. Aquél proporcionó a Feuillée varios datos sobre las características del pequeño cráter que se halla en la cima, al cual habían descendido. Ellos descendieron todos al fondo de la Caldera pero el gran calor que sintieron bajo sus pies no les permitió hacer allí una larga estancia; observaron que los bordes interiores de la Caldera estaban llenos de un número infinito de pequeños hoyos de cada uno de los cuales salía un vapor sulfuroso y muy húmedo, y que no se podía tener la mano delante de estos agujeros más de cuatro segundos de tiempo sin resultar quemado. Observaron, igualmente, que el fondo del cráter está formado por grandes rocas, que allí habían quedado al perder el volcán su actividad. (Nuestro médico hizo involuntariamente una incómoda experiencia. Reunió del mismo azufre (del cráter), lo envolvió en papel, lo puso en su bolsillo; cuando estuvo al pie del Pico quiso mostrarme el azufre; encontró no solamente el papel perforado, sino su bolsillo quemado igual que su pantalón y su azufre evaporado.

…. Iniciado el regreso encontraron la Cueva del Agua…

Luego volvieron a la Estancia de los Ingleses, en donde habían dejado sus equipajes, y desde allí regresaron, siguiendo el mismo camino, a La Orotava, llegando a las 8 de la noche."

NOTA: Hay una confusión en el año en el relato de Viera y Clavijo ya que Feuillée subió al Teide en 1724 y no en 1524.


NOTA: En algunos documentos se ha confundido a "Louis Feuillée" (1724) con “Père Feutrée” (1524) y el año en que ascendió al Teide.

FUENTES
  • Voyage aux isles Canaries, ou journal des observations physiques, mathématiques, botaniques et historiques, faites par ordre de Sa Majesté, par le R. P. Louis FEUILLÉE, religieux Minime, mathématicien et botaniste - 1724.
  • Estancia en las Islas canarias Canarias de Louis Feuillée, pionero de la explotación científico-natural de este archipiélago - 1724 - Alfredo Herrera Piqué.
  • Noticias de la Historia General de las Islas Canarias - Viera y Clavijo - 1783






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