En suave declive se extiende el suelo de aquel valle desde la costa que baña el
Atlántico, hasta lo alto de las cordilleras
que rodean el Pico de Tenerife, que sirven de precioso remate á tan encantadora región. Esta forma del terreno hace
posible elegir el clima que se quiera; pudiendo llegar hasta la región de las nieves que cubren durante el invierno sus
elevadas cimas, y á pesar de lo cual el
espectáculo de una nevada es completamente desconocido en las poblaciones.
Los enfermos del pecho acuden en
gran número buscando en aquellos aires
puros alivio á sus dolencia, lo que muchísimas veces consiguen; pero son muchos también los que sin estar enfermos
abandonan los nebulosos y fríos lugares
de la Gran Bretaña para gozar de tan
privilegiados climas. Aquellos viajeros
llegan allí con ese tipo característico del
inglés touriste, conocido por todo el mundo, sin abandonar jamás el tradicional
gorro y los indispensable anteojos, no
dejando nada por ver, ya en lo más profundo de sus quebrados barrancos, ya
en lo más alto de las elevadas cimas de
sus montañas, entre las que sobresale el
renombrado Pico de Teide ó de Tenerife.
A pesar de lo accidentado de aquellas
islas, ó quizás por lo mismo, sus naturales son poco dados a hacer ascensiones a sus montañas, por el simple placer de hacerlas y mucho menos al Teide. Por esta razón la gran mayoría cree que subir al Pico es obra de romanos; y que se necesita un arrojo y una valentía sin igual para atreverse á ello. Nada más erróneo, cuando la subida se verifica en el verano ó en otoño, época en que ya las nieves que cubren su cima se han fundido y por consiguiente puede seguirse la ruta sin temor alguno. Con seguridad que no existe montaña de igual altura cuya subida ofrezca menos peligros, y sin embargo sucede lo que dejo apuntado. Parece que este miedo á la subida es como algo heredado de los primitivos habitantes de aquel archipiélago, llamados guanches, que creían que el infierno
tenía su asiento en aquel cráter, y no se atrevían a llegar á él. Dábanle el nombre de Echeyde (infierno), de donde viene el de Teide con que hoy se le conoce en la
localidad.
Lo primero que hicimos fué instalarnos en la Villa de la Orotava en la fonda del Sr. Fumagallo ─Fonda del Teide─, que es una especialidad para tratar bien á sus huéspedes. Una vez allí, compramos todas las
provisiones que habíamos de llevar, por
que nada de esto ha de encontrarse durante el camino. Contratamos un guía y
unos cuantos arrieros con sus bestias, para conducir los equipajes. Entre las provisiones no debe escasear, á más del agua,
el vino y el rom, pues lo bajo de la temperatura eu algunas horas del día y de la noche, hace indispensable el uso de aquellas
bebidas. No deben tampoco olvidarse de
las más variadas y sabrosas frutas, tan
comunes allí, porque son muy refrescantes
y mitigan mucho la sed, que se hace sentir particularmente al atravesar las cañadas y al subir el Lomo Tieso.
Desde el punto en que comenzamos la caminata, que ya hemos dicho es la fonda del señor Fumagallo, ya no se vé el gigante, porque la. proximidad de las
montañas lo impiden. Nosotros partimos
del punto indicado, el sábado 12 de septiembre del año 1885, á las dos de la tarde, por las calles y caminos que conducen á las afueras y á lo más alto de
la
población, al sitio denominado La Cruz del Teide, lugar en que hay una ermita donde se venera la Santa Cruz. Desde aquí se sigue por el llamado camino de la Perdoma, y desde éste
Punto comenzamos á hacer las observaciones y medidas que continuamos durante todo el viaje.
El termómetro marcaba 25° centígrados. Como íbamos
haciendo el croquis del camino, no podíamos andar sino muy despacio, de tal suerte que á las 5 horas y 30 minutos de la tarde, solamente habíamos llegado al barranco llamado Ménimo que dista de la villa 4.000 metros, y junto al cual determinamos
pasar la noche. Montamos nuestra casa de campaña, hicimos las observaciones que deseábamos, y entre ellas
las del termómetro, que acusó una temperatura de 19°, y el hipsómetro una altura sobre el nivel del mar de 1.150 metros.
Liberal de Tenerife 19/04/1892
El punto en que el barranco de Ménimo es cortado por el camino de la Perdoma, se halla en sitio elevado ofreciendo
un golpe de vista delicioso, pues desde él
se vé gran parte del valle,dominando á vista de pájaro la hermosa población de la
Villa, con sus casas escalonadas y rodeadas de preciosos jardines; más lejos, allá
junto á la faja blanca que la espuma del
mar hace contra la costa,una mancha sumamente blanca nos indicaba el sitio donde se asienta el Puerto de la Orotava, tan
pintoresco como el antes citado, y entre
ambas la masa verde y apiñada de los
gigantescos árboles del jardín Botánico,
que se distinguen entre los infinitos que
cubren con su follaje aquel suelo tan
privilegiado. Todo esto se hacía más hermoso por la perspectiva tan delicada de
color que le imprime el sol, ya próximo
al horizonte de la mar, con su disco
color de sangre que dentro de pocos momentos ha de hundirse en aquella enorme masa azul formada por las aguas del
Océano Atlántico.
El espectáculo de una puesta de sol
por el horizonte de la mar es uno de los
más grandiosos que pueden contemplarse en el mundo, y mucho más cuando
se está en terreno montañoso, pues las
tintas de que va cubriéndose la tierra de
una manera insensible, el rojo color del
disco solar, que puede impunemente mirarse cara,á cara, y que lentamente marcha hacia la línea azul del horizonte tras
el cual ha de hundirse á los pocos momentos, deja en el ánimo una impresión
tal, que no es posible en aquellos instantes dedicarse á faena alguna, sino quedarse en muda contemplación hasta que
la última molécula —si vale la frase— de aquel gigantesco círculo, ha desaparecido de nuestra vista para ser la primera chispa precursora del dia en el opuesto
hemisferio.
Las tinieblas no tardaron mucho en
invadir aquella región; hicimos nuestra
cena y nos acostamos sobre el duro suelo,
mitigado en lo posible con multitud de
mantas extendidas sobre una capa de
hojas de maíz que llevamos preparadas
al efecto, que nos ponía también á cubierto de la humedad del terreno.
Al día siguiente nos levantamos
bien temprano; pero sin embargo, no salimos de allí hasta las nueve de la mañana, á causa de las observaciones y de tener que embalar los bártulos para su más fácil conducción. El termómetro de mínima expuesto a la intemperie durante la noche marcaba 2º centígrado.
Seguimos nuestra marcha en la misma forma que el día anterior; la tempera era de 20°, y aunque el terreno se presentaba sumamente empinado, la marcha no se hacía molesta, tanto porque íbamos muy despacio para poder medir el terreno, como porque una suave y agradable brisa que venía del S. O. refrescaba
la atmósfera y hacía más llevadero el camino, también contribuía mucho á esto lo hermoso del paisaje, que distraía nuestro ánimo y nos hacía olvidar lo accidentado del camino.
Atravesamos así la región llamada de Benijo, y al llegar á los 5 kilómetros de camino (téngase en cuenta que en lo sucesivo todas las distancias están contadas a partir de la Cruz del Teide) entramos
en el llamado Monte verde, que es un
bosque de apiñados brezos y codesos de
no mucha altura y formando una faja estrecha que atraviesa las laderas de
aquella cordillera.
La niebla posada sobre aquellos árboles nos impedía ver á alguna distancia; pero nos ofrecía el raro espectáculo de contemplar los brezos plateados á causa de llenarse sus hojas filamentosas de menudas gotas de agua, donde se reflejaban
los rayos del sol, que á intervalos y en diversos sitios lograban penetrar á través de
las rupturas que la brisa hacía en aquella
masa de vesículas acuosas.
Pronto se atraviesa esta faja de árboles, y al salir de ella se entra en la región
llamada Llanos de Gaspar, que de todo
tienen menos de llanura. Lo primero que
se presenta á nuestra vista es la hermosa
cima del Pico, que como atalaya nos indica la dirección que debemos seguir; pero bien pronto esta atalaya deja de ser visible á causa de las depresiones del terreno. No hay que apurarse por eso, nuestro
guía Ignacio conoce perfectamente el terreno, y no le arredraría conducirnos aun
en medio de la noche más oscura. Cuenta este guía por centenares las veces que
ha subido al Pico acompañando á los ingleses.
A la una de la tarde habíamos llegado
al Lomo de los Charquitos, con una temperatura en la atmósfera de 27°, que se
dejaba sentir bastante. La vegetación va
poco á poco disminuyendo, y solamente
se ven algunos codesos esporádicos, y al
llegar á los 10.000 metros de camino empiezan á verse algunos ejemplares de la
célebre retama del Teide (citisus nubígenus.) Esta región se llama El Juradillo,
y en el cauce del barranco del mismo
nombre, al abrigo de las rocas, sentamos
nuestros reales, repitiendo la faena de la
tarde anterior.
El reloj marcaba las 3 h. y 15 m. y el
termómetro 24°; la altura del terreno según el hipsómetro era de 1.550 metros
Es notable el contraste de esta región
comparándola con la del barranco de Menimo donde acampamos la tarde anterior;
pues en ésta todo era verdura y exuberancia de vegetación, y aquí no se divisan sino rocas quemadas por todas partes; allí el sol se manifestaba radiante sobre un cielo azul purísimo, y aquí el sol se había ocultado tras la gran masa de
nubes que se amontonaban, no sobre nuestras cabezas, sino á algunos metros bajo nuestros pies.
Este singular panorama sorprende a todo el que lo presencia por vez primera; pues parece que un inmenso y alborotado mar de espuma se ha formado de pronto a nuestras plantas, con sus terribles rompientes contra las crestas de las rocas que consiguen rebasar aquella altura, formando una movible costa con sus profundos golfos y sus
salientes cabos, que por momentos varían de forma dado lo inestable
del extraño elemento que las limita.
La temperatura había descendido bastante y uos fué necesario echar mano de
nuestros abrigos y encender una hoguera
con restos de retama que por allí abundan, tanto para calentarnos, cuanto para
preparar nuestra cena, en la que entró
como elemento principal un asado de cabra que por el día había matado nuestro jefe de expedición, y que se encuentran
con frecuencia en estado salvaje en todas
aquellas montañas.
Estos animales deben su origen á cabras descarriadas de los rebaños que en
regiones más bajas cuidan los pastores, y
que se reproducen en esas alturas sin tener
más dueño que aquel que logra cazarlas.
A las seis de la mañana del nuevo día ya estábamos en marcha, y á los 14.000
metros entramos en la región llamada
Las Cañadas, que es una inmensa llanura circular con el suelo formado por escorias volcánicas, pómez en su mayoría,
y rodeada de altas montañas traquíticas
acantiladas en unos dos tercios de su circunferencia., dejando por tanto abierto
ese circo por el lado que mira al pueblo
de Icod de los vinos.
La línea de circunvalación de estas
montañas es de unas 10 leguas, y su altura sobre el nivel del mar varía entre
los 2.522 y 2.910 metros.
En diversos sitios se notan algunas
bruscas depresiones en la línea de sus
crestas, formando destiladores y portillos
por donde se hace accesible el paso á la
llanura de las Cañadas, que de otra suerte serían infranqueables.
Los portillos más notables son los siguientes:
El de Guajara por la parte meridional.
El de Ucanca, que es de difícil tránsito por los peligrosos desfiladeros que contiene, y que solamente frecuentan los pastores de Chasna.
Las Bocas de Tauce al Sur del Pico.
El paso de Güimar, que utilizan los habitantes de este pueblo para venir á la Orotava, y el de la Villa ó Paso de los guancheros, que es el de más fácil tránsito, y por donde nosotros penetramos en la ya citada llanura.
En el suelo movedizo de este gran circo vegetan mejor que en ningún otro sitio la ya nombrada retama, exclusiva de este paraje; preciosa planta de metro y
medio á dos metros de altura, con ramas
color verde gris, sumamente apiñadas,
formando su conjunto una semiesfera, lo
que da al paisaje un aspecto sui géneris.
Fuente: El lIberal de Tenerife - 18/04/1892 - ULL
Liberal de Tenerife 20/04/1892
En primavera, estos arbustos se llenan de multitud de flores, hasta el punto de parecer que las cubre una sábana
blanca; á ellas acuden las abejas de
los contornos y elaboran con sus jugos
una deliciosa miel, competidora de la de
la Alcarria Lo más notable es el agradable olor
que despiden aquellas flores, que cuando
el viento sopla favorable embalsama la
población de la Villa, á pesar de la gran
distancia; y cuentan muchos viajeros haber percibido su olor desde el mar a muchas millas de la costa.
En medio de este jardín natural, que si
no de las Hespérides, como llamaban en
la antigüedad á las Canarias, no por eso
es menos encantador,hicimos nuestra tercera estación, acampando junto al llamado Risco del Peral, al pié de una retama,
á los 10.540 metros de camino, á las ó de
la tarde y con una temperatura de 20°
centígrados.
Aquí pasó un cómico incidente que no
quiero dejar de contar. Al hacer los preparativos para la cena, nos encontramos
con que los barriles que llevábamos llenos de agua estaban vacíos; y la dificultad para hacer la comida era grandísima.
No nos explicábamos cómo podía haber desaparecido el agua, cuando poca
se había bebido durante el día. Interrogados nuestros arrieros, confesaron que la
habían dado á las bestias sin que nosotros nos apercibiéramos. El jefe de nuestra expedición les impuso la pena de marchar á buscar agua al sitio más próximo
en que creía la hubiera, ó despedirlos en
el acto sin pagarlos. Todos aprobamos tal
resolución, pues desde que supimos que
el agua faltaba sentíamos una sed devoradora.
En el mismo instante partieron con
sus barriles al hombro tres de aquellos
hombres, y ya bien entrada la noche, favorecidos por la clara luna que á la sazón había, regresaron con los barriles ...
vacíos también;pero conduciendo sobre sus
espaldas grandes masas de hielo, que en
este estado es cómo pudieron encontrar
el agua entre las grietas de las montañas
más próximas. Al fin teníamos agua, y
ya cou este elemento pudimos cenar tranquilos y esperar á que llegase el nuevo
día, que era el en que habíamos de comenzar la subida al segundo cono de los
tres que escalonados constituyen la gigantesca montaña; pues todo lo que hasta ahora habíamos subido no era más
que un enorme cono truncado, que tiene por base inferior la superficie que limita la costa de la isla y por base superior el cerco de las Cañadas. En el centro
de éste se eleva el segundo cono, á cuyo
pié acampamos, y al dia siguiente á las
5 y 15 de la mañana ya marchábamos
en dirección a Montaña blanca, que es
una primera eminencia formada de pómez de color, de crema claro, y que á esto debe el nombre que lleva, pues á distancia y cuando le hieren los rayos del
sol brilla como mancha blanca que se
destaca sobre el fondo oscuro del Pico.
La vegetación aquí ya es bastante raquítica; las retamas, únicos seres que
allí vegetan, tienden sus ramas por el
suelo agarrándose á él como si las guiara el instinto para salvarse en la terrible lucha por la existencia, que allí tienen que entablar con el medio ambiente.
Poco á poco van desapareciendo á medida que se asciende, y cuando se llega
á los 20.340 metros de camino y 2.750
de altura, sitio llamado Estancia de los
ingleses, ya no se vé sino alguna que
otra retama al abrigo de algún grupo de
rocas; pero languideciendo y formando
los últimos elementos de la transición entre la fértil zona de allá abajo y la región
de las nieves que vá á comenzar ahora.
La Estancia de los ingleses no tiene nada de notable; no existe allí sino un pequeño escalón donde se han detenido en su caída unas enormes masas de obsidiana de forma esférica, y tan tan grandes como una casa de dos pisos. A la sombra de estos monolitos descansamos un momento para aliviar la fatiga de la subida del Lomo tieso, que así se llama el camino que une este sitio con Montaña blanca, que por estar formado de menudas
escorias volcánicas y ser el terreno por
lo tanto muy movedizo, cansa sobremanera haciendo á pié la ascensión.
Bien pronto seguimos nuestra marcha
para detenernos un poco más arriba en
donde llaman Altavista.
Eran las cuatro y media, y determinamos pasar allí la noche para poder llegar
temprano al dia siguiente á la cima.
En aquel paraje existen aún las ruinas de dos habitaciones construidas por el inglés Smith, para vivir en ellas y hacer sus observaciones astronómicas.
En la buena estación pudo el Sr. Smith vivir perfectamente en aquella altura pero al llegar el invierno y con él las heladas consiguientes, tuvieron que sacarle de aquel sitio, en el cual, á no ser por esto, hubiera perecido por las malas condiciones de aquellas raquíticas viviendas. Allí podría situarse muy bien un Observatorio astronómico, pues se domina una gran extensión del cielo y con una transparencia tan grande en la atmósfera,
constantemente limpia, que dificulto haya en el mundo lugar que le aventaje.
Entre estas ruinas, que aún son mudo
testigo del atrevimiento de aquel inglés,
levantamos nuestra tienda y pasamos una
agradable aunque fría noche, pues la mínima temperatura en la madrugada llegó
á 0º centígrados.
21.440 metros separa este sitio de la
Orotava, que se eleva 3,000 sobre el
nivel del mar.
El terreno que sigue ya no es movedizo, como el que hemos dejado, sino de una lava firme, negra y áspera, por la que
hay que ir trepando con detrimento del
calzado porque es muy fácil dejar las botas hechas pedazos á la mitad del
camino, si no se anda con precaución. Ya no hay senda alguna marcada pues no puede hacerse huella, ni el tránsito por aquí es tan grande para que
se desgaste el duro suelo. Los guías tienen marcada la dirección que debe seguirse, por la extraña forma de algunos
peñascos que se destacan de entre los
demás.
Eran las ocho de la mañana cuando
comenzamos á subir; á los 370 metros de
Altavista torcimos hacia el N. 22º O y
á los pocos pasos dimos con la célebre
Cueva del hielo.
Es esta una especie de cámara de más
de 40 metros de longitud por 14 ó 16 de
ancho y 5 ó 6 de profundidad, no dejando al descubierto más que un boquete
abierto en el techo, que por él, puede ingresarse en su interior, descolgándose
por una cuerda.
El suelo de esta preciosa gruta está
cubierto de hielo constantemente y sobre
él hay una capa líquida como de 0,20
centímetros de profundidad, muy potable
y de 1º de temperatura.
La seguridad de encontrar siempre agua en esta cueva a tan gran altura, es motivo para que la ascensión al Pico resulte poco penosa, pues el llevarla en hombros hasta aquel sitio adonde no pueden llegar las bestias, sería sumamente difícil y molesto.
Por todos estos sitios no se ve ni la más pequeña planta; un poco más alto, y al abrigo de unas piedras, tuve la suerte de encontrar el último representante de la flora canaria, es decir la última flor que se encuentra subiendo á lo más alto del Archipiélago; es esta un bonito pensamiento, exclusivo de aquella reducida zona, y al que los hombres de ciencia llaman Viola cheiranthifolia.
A las once próximamente llegamos a la base superior de este segundo cono truncado, que es lo que se llama la Rambleta. Aquí determinamos acampar para hacer estación varios días. Nadie, que sepamos, ha pernoctado en este lugar, antes que nosotros, y por eso bautizamos dicho sitio con el nombre de Estancia de
los españoles.
Liberal de Tenerife 21/04/1892
Sumamente cansados por el peso de
los instrumentos que llevábamos, dejamos todo en el suelo y emprendimos de
nuevo la subida al último cono, llamado
Pan de azúcar, que no es más que un
montón de escoria de 370 metros de altura con una pendiente lateral de 45°; ya se
comprenderá por esto la fatiga que
causa su ascensión, pero animados por
ser el fin de la jornada, pronto le dimos
cima y pudimos todos llegar á la altura
hipsométrica, según nuestras observaciones, de 3,716 metros sobre el Océano.
Ninguno se quedó rezagado, y sin
gran malestar llegamos arriba, pues
es muy frecuente que muchas personas
no pueden pasar de Altavista, porque
efecto de la poca presión atmosférica sufren mareos, y hemorragias por las narices.
En el vértice del Teide, hay una cavidad de unos 100 metros de diámetro
y 40 de profundidad, que es la caldera ó solfatara del volcán.
Puede descenderse á su fondo por
una garganta que existe en la parte N.O. notándose al descender gran aumento
de" temperatura en su suelo blando y húmedo, á causa de la gran cantidad de
vapor de agua que con intervalos rítmicos, como una respiración, sale por diferentes cavidades que comunican con la
chimenea central del volcán; por esto se
les ha dado á aquellos agujeros el apropiado nombre de Narices del Teide. La
temperatura de algunas de estas solfataras
es de 80.°
En el fondo, y por todo el suelo, hay
gran cantidad de azufre cristalizado, y
los vapores sulfurosos que brotan, por
todas partes, son causa que impide permanecer mucho tiempo allí dentro, tanto
por ser impropios para la respiración como porque en combinación con el oxígeno del aire pasan á ácido sulfúrico, y destruyen completamente la ropa.
A las cinco de la tarde ya estábamos
en nuestra casa de campaña para guarecernos del frio, que se dejaba sentir bastante; aquella noche llegó el termómetro
á 3.° bajo cero.
Nos levantamos cuando apenas se veía,
ya por que la luz crepuscular era aún
muy débil, ya por que la gran masa de
nubes que bajo nuestros pies se habían
formado, impedían que llegase á nosotros
la luz reflejada por el mar y por la tierra.
Parecía que nos hallábamos suspendidos sobre aquel inmenso montón de balas de algodón, donde se apoyaba la parte de cono que quedaba al descubierto,
sobre el cual estábamos.
La claridad aumentaba por momentos;
multitud de amarillos y divergentes rayos señalaban el sitio por donde el sol
había de aparecer en el horizonte. No se
hizo esperar; una chispa luminosa vino á
herir nuestra pupila; poco á poco el disco
fué surgiendo de entre las aguas, y cuando se manifestó por completo, nuestra sorpresa fué grande, no solo por las
dimensiones con que el astro aparecía, sino más aún por la gran deformación que
la refracción había operado en su disco
aparente, dibujándolo de forma elíptica
irregular con los bordes sinuosos.
Al calor de aquellos rayos, las nubes
iban desapareciendo y agrietándose, y
por entre esas grietas, como por los agujeros de un velo hecho girones, aparecían
trozos de tierra bañados con los más puros colores que el prisma puede pintar,
No tardó mucho en desgarrarse por completo aquella gasa de agua, y el panorama fue indescriptible.
La primera impresión es como si nos
encontráramos en lo más alto de un enorme monstruo marino; reptil gigantesco
de los pasados tiempos, que es lo que parece la alargada isla de Tenerife tendida sobre los mares.
A su alrededor le acompañan las otras
seis islas del Archipiélago, caprichosamente diseminadas, destacándose sobre
aquel círculo de horizonte que abraza 40
leguas de radio.
Desde allí es imposible distinguir los
pueblos más lejanos de la isla; los más
próximos se muestran por brillantes manchas blancas, y la región donde se hallan los frondosos bosques aparecen con un verde oscuro, propio de una vegetación potente, como es la de las zonas tropicales.
Todos esto contrasta con la aridez del
sitio donde nos hallábamos, la lava lo invade todo; el muro de montañas que rodean las Cañadas parece las ruinas de un inmenso circo romano, gigantesco coliseo
construido por la naturaleza en la primera época de la formación de Tenerife, y desde donde los espectadores del mundo
orgánico vegetal, único que entonces podía ocupar aquellos asientos de piedra, presenciaron el cataclismo horrendo que más tarde dio por resultado el sucesivo
amontonamiento de materiales, que saliendo del conducto central, fueron formando los dos conos donde nos encontramos.
Por el lado que mira á Icod faltan las
montañas del circo y parece que las laderas del Teide van derechamente á
morir sobre el pueblo de Garachico, que está medio cubierto por la lava que arrojó la erupción de 1706. También por los años de 1704 y 1705 dio el Teide señales de vida con la erupción de Güímar, y últimamente con la de Chajorra en 1798.
Desde entonces no han habido más que unos ligeros temblores de tierra o débiles ruidos subterráneos. Nada de esto pudimos nosotros apreciar; sino por
el contrario, el silencio más profundo en aquellos contornos, solamente turbado algunas veces por los chirridos del viento
y los gritos de algún ave de rapiña de
las que levantan su vuelo muchos kilómetros más alto que aquella cima.
Volvimos de nuevo á nuestra casa de
campaña, y aunque teníamos pensado
pasar allí más días, Ignacio, el guía, nos
aconsejó marcharnos, pues unos cirrus
que flotaban á gran altura en la atmósfera, decía ser indicio de cambio de tiempo, por estar muy avanzada la estación.
Nos marchamos más que de prisa.
La bajada se hace tan rápidamente, que
el mismo dia llegamos á la villa; pero
cumpliéndose la profecía del guía, á la
mitad del camino comenzó á llover copiosamente y entramos en el pueblo hechos unas sopas.
Dos palabras para concluir.
A la Comisión nombrada por el Gabinete Científico —formada por el médico D.
Juan Bethencourt y Alfonso y el que suscribe— se agregaron, el 2.° Jefe de Telégrafos Sr. Muñoz, el médico militar
Sr. Túnez, el farmacéutico militar Sr.
Castro, el piloto D. Juan Acevedo y
el joven comerciante Sr. Torres, que generosamente se prestaron á auxiliar con
actividad é inteligencia los trabajos de la
Comisión.
Estos trabajos comprendieron.
1.° La medición del camino llamado
de Los Guancheros, á partir de La Cruz
del Teide (en la Villa) hasta la cima del
Pico, levantando un croquis en que se
señalaban los arrumbamientos tomados
con la brújula.
2.° La observación de alturas barométricas é hipsométricas, estableciendo estaciones cada 2 kilómetros; así como
el estudio de la flora y condiciones geológicas del terreno de cada estación, vistas fotográficas e indicaciones más importantes bajo todos conceptos, de interés científico o recreativo, como análisis de las aguas de la Cueva de hielo, de las solfataras, estudio de las principales rocas que imprimen carácter a la región que cruza el camino,
tradiciones sobre fenómenos de vulcanismo en Tenerife, etc.
Todos estos estudios iban dirigidos á la confección de una Guia, bastante á llenar las aspiraciones de los amantes del
estudio de la Naturaleza y con un fin
eminentemente patriótico.
Dichas observaciones ofrecen el interés no solo de presentar en conjunto un trabajo cuya necesidad se hace sentir, sino
la particularidad de que se tomaba por primera vez en la sierra y montañas del
Teide alturas con el hipsómetro, como
complemento y comprobación de las barométricas.
Probablemente, después de vencer algunas dificultades, daremos á luz éste
trabajo, que estimamos en la actualidad
tanto más necesario cuanto son muchas
las personas que nos han interesado para
que lo publiquemos.
FELIPE RODRÍGUEZ.