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lunes, 3 de febrero de 2025

SENDERISMO: CUEVA LOS PÁJAROS - SANTIAGO DEL TEIDE

Ruta lineal que parte de la carretera TF-38 y nos lleva hasta Santiago del Teide por pistas forestales y varios senderos (ver mapa adjunto).

  • Duración: 4  horas  
  • Distancia:  10,4  Km 
  • Nivel: bajo.

En la ruta se pasa por una quesería que vende productos propios y típicos.

FOTOS












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TRAZADO DE LA RUTA


PERFIL DEL TERRENO



domingo, 2 de febrero de 2025

FABRICANDO UN PARAGÜERO

 Fabricando un paragüero a partir de un trozo de tubo de PVC.

Materiales:
  • Tubo de PVC de 200mm (un trozo que sobró de una obra de desagües).
  • Un tapón para tubo de PVC de 200 mm.
  • Pegamento para PVC.
  • Imprimación y pintura acrílica.
  • Junta de goma en forma de "U".





Fabricación:
  • Cortamos el tubo a la medida necesaria (depende del largo de los paraguas).
  • Hacemos 4 agujeros en la parte baja para que entre aire y ventile el interior.
  • Hacemos un agujero en la parte alta que servirá de asa.
  • Pegamo el tapón.
  • Lijamos todo el tubo.
  • Limpiamos bien el tubo para eliminar polvo y grasa.
  • Aplicamos la imprimación.
  • Lo pintamos según el color que queramos.
  • Colocamos en el borde superior la junta de goma en forma de "U".


miércoles, 29 de enero de 2025

MANCHAS SOLARES Y PROTUBERANCIAS

 El sol del día 29/01/2025

Desde Candelaria - Tenerife.

Manchas solares
Telescopio Vixen ED115 +  Prisma Herschel
Cámara Player One APOLLO-M MAX (IMX428)
Procesado con Autostackkert + Astrosurface + photoshop



H-Alpha

Telescopio solar LUNT LS60MT/B1200R&P ALLROUND ED
Cámara Player One APOLLO-M MINI (IMX429)
rocesado con Autostackkert + Astrosurface + photoshop




domingo, 26 de enero de 2025

MANCHAS SOLARES Y PROTUBERANCIAS

 El sol del día 26/01/2025

Desde Candelaria - Tenerife.

Manchas solares
Telescopio Vixen ED115 +  Prisma Herschel
Cámara Player One APOLLO-M MAX (IMX428)
Procesado con Autostackkert + Astrosurface + photoshop



H-Alpha

Telescopio solar LUNT LS60MT/B1200R&P ALLROUND ED
Cámara Player One APOLLO-M MINI (IMX429)
Procesado con Autostackkert + Astrosurface + photoshop



LOS QUE HAN SUBIDO AL TEIDE: ERNST HAECKEL - 1866

Ernst Haeckel (filósofo, biólogo) llegó a Tenerife el 21 de noviembre de 1866; subió al Teide al día  26 en compañía de  Dr. Greeff , dos estudiantes de Jena, Nikolai Miklouho-Maclay y Hermann Fol, el jefe del Jardín Botánico de La Orotava  el Sr. Wildpret y el guía local Manuel Reyes.

El relato de su ascensión «Ascensión al Pico de Tenerife» apareció por primera vez, en la "Zeitschrift für allgemeine Erdkunde", tomo V, Berlín, 1870.


Fuente: “Eine Besteigung des Pik von Teneriffa” - “Zeitschrift der Gesellschaft für Erdkunde” -  Berlín - 1870


Una ascensión al Pico de Tenerife
Traducción de Juan Carandell Pericay

Haeckel, Ernst & Hernández González, Manuel. (2009). Una ascensión al Pico de Tenerife de Ernst Haeckel.
Las noticias que a nuestra llegada a La Orotava adquirimos acerca de nuestra deseada ascensión al Pico, fueron, como antes en Santa Cruz, muy poco halagüeñas. El guía más práctico de la montaña, con el cual consultamos, encogiose de hombros y opinó que la región final del Pico estaría completamente impracticable a causa del espeso manto de nieve que lo cubría. Entonces porfiamos ascender hasta donde se pudiera, a lo más alto que fuese factible, pues no había tiempo que perder. El violento viento Sur, que ya soplaba el día de nuestra llegada con más fuerza cada vez, desencadenose en un huracán durante la noche, al cual sucedió copiosa lluvia a la mañana siguiente. Después de mediodía, aclaró. Deshiciéronse viento y lluvia, y al instante nos convencimos de que aquel viento Sur había sido nuestra felicidad. Gran parte de la nieve, se fundió al impulso de las rachas calientes. Cobramos nuevas esperanzas acerca de la realización de nuestro proyecto y nos dispusimos a realizar a toda prisa los preparativos para partir la noche siguiente, aprovechando la claridad de la luna llena.

En general, la ascensión al Pico requiere dos, o incluso tres días. Se hace noche a una altura aproximada de 9.000 pies, y desde allí se emprende la parte final, y la más penosa del viaje, para alcanzar la áspera cumbre. No había que pensar en trasnochar al raso allí, dado lo avanzado de la estación. Estábamos, por tanto, forzados a realizar la empresa de una sola tirada, sin interrupción, y de ahí la precisión absoluta de partir antes de medianoche. Con el fin de ahorrar fuerzas, que tan necesarias habrían de sernos luego, nos acostamos a las seis. Pero, a causa de la excitación que la espera nos causaba, poco fue lo que dormimos. Cada cuarto de hora acudíamos al reloj. Finalmente, a las once, nos levantamos, y, para despejarnos, tomamos una buena ración de café indígena, con lo cual nos tonificamos para la marcha y entramos en calor. Sobre las doce de la noche ensillábamos nuestros mulos. Pero, como sucede siempre en España y en sus colonias, todavía teníamos que esperar media hora, hasta que todos los caballos y mulos estuvieron dispuestos y la caravana a punto de emprender la marcha. Además de mis tres compañeros de viaje, el Dr. Greeff y los dos estudiantes de Jena, Miklouho y Fol, completaba nuestra expedición el Sr. Wildpret, jefe del Jardín Botánico de La Orotava, como ya dijimos, el cual había escalado repetidas veces el Pico, pero nunca todavía en invierno. Cada uno de nosotros tenía su propio mulero, a la vez que guía. Al frente de la expedición iba, además, el guía principal, D. Manuel Reyes, uno de los más antiguos y más acreditados guías del Pico. Cerraban la cabalgata dos acémilas con provisiones, mantas y carbón para encender fuego. 

A las doce y media, justas y cabales, púsose nuestra caravana en movimiento. Como la senda es extraordinariamente mala y pedregosa, y tan estrecha que no caben dos personas juntas, hubimos de formar una larga hilera; además, había algunos mulos que gozaban de un carácter sobrado recalcitrante, y de ahí que los extremos de la fila estuviesen separados más de un cuarto de hora. Aparte esto, todos teníamos el mejor humor y ánimo. Las nubes habían desaparecido casi del todo y la luna iluminaba nuestra senda con una claridad y un brillo de los cuales no pueden tener idea los que viven en nuestras latitudes. Del Pico descendía un vientecillo, que bañaba nuestros rostros con excesivo frescor. El silencio profundo de la noche sólo era interrumpido por las pisadas de los mulos y por las voces de los tíos, que gritaban: «¡Arriba, mulo! ¡Arriba, caballo!» Las bestias hacían mejor faena cuando oían los nombres femeninos con los que les excitaban aquéllos: «¡Arriba, Clara! ¡Arriba, Blanca! ¡Eh, eh, Pepina! ¡Eh, eh, Cristina!» 

Lamentamos vivamente el tener que hacer de noche la travesía hasta la región de las retamas, porque era así imposible ver las distintas zonas geográficas de vegetación que tan bien establecieron Humboldt y Buch. Conforme se sube desde el nivel del mar a la cumbre, cabe distinguir, en general, cinco estratos. La primera zona, desde la costa hasta una altura de 1.500 pies, es el dominio de las palmeras, correspondiente a la región africana o subtropical, y caracterizada por las palmeras y los bananos, los dragos y las euforbias, los cactos y los agaves, así como otras plantas típicamente subtropicales. La segunda zona, la de la vid, entre 1.500 y 2.000 pies, abarca los cultivos propios de clima templado, muy semejantes a los de los países mediterráneos, y entre los cuales están los del naranjo y algarrobos, trigo, maíz, la vid y el castaño. Sigue luego la tercera zona, la del laurel, húmeda y fría, entre 2.500 y 4.000 pies, en la cual crecen los árboles de hoja perenne, como laureles, olivos, mirtos y brezos. La cuarta zona corresponde, en cambio, a las coníferas, entre 4.000 y 6.000 pies, representados allí casi únicamente por los pinos canarios, con sus típicas hojas aciculares, que miden, por término medio, de uno a dos pies de longitud. Finalmente, está la quinta y última zona, entre, 6.000 y 10.000 pies, la zona de la cumbre, caracterizada casi exclusivamente por dos retamas leñosas, pues en unos sitios abunda la retama glandulosa (Adenocarpus frankenioides), y en otros, a mayor altura generalmente, domina la retama de los Alpes (Spartium nubigenum), que llega hasta más arriba de los 10.000 pies. Sólo una violeta alcanza todavía 1.000 pies más de elevación. Los 1.000 pies finales carecen en absoluto de vegetación fanerogámica. 

Grande fue nuestra contrariedad al atravesar el bosque de lauráceas durante la noche, pues todavía hoy constituye, con las distintas especies de esta familia, con los brezos de gran talla y con el falso laurel (Myrica faya), una ancha zona. El bosque de coníferas, que todavía en tiempos de Humboldt constituía, por encima de la zona de lauráceas, un compacto anillo en derredor del Pico, ha desaparecido casi completamente en la vertiente septentrional, debido a las talas que con total carencia de sentido se han prodigado sin tasa, lo mismo en las Islas Canarias que en el Sur de Europa, durante los últimos siglos. Cuando atravesamos el bosque de lauráceas, corté el tronco de un árbol joven, que me sirvió admirablemente cuando hubimos de escalar la cumbre. 

La consecuencia triste de las talas bien se nota en la escasez de aguas y la consiguiente desecación de lugares que antes fueron fertilísimos. Por la misma causa una gran parte de Grecia, de Italia y de España, son totalmente esteparias; a pesar de estos ejemplos, también hemos de lamentar en nuestra patria, sobre todo en el Norte, la desaparición, proseguida año tras año, de los que un día eran bosques riquísimos. 

Al apuntar el nuevo día, nos hallábamos ya en la árida y agreste región de las retamas, cuyas dos especies ya citadas, pueblan la superficie agria de las corrientes de lava y piedra pómez. El Adenocarpus es un arbusto antipático, de forma hemisférica, con hojas cubiertas de pelos granulosos y con flores amarillas. La retama alpina, por el contrario, o retama blanca, como allí se la llama (Cytisus nubigenus), se asemeja a nuestra «lluvia de oro», y lleva en sus ramas leñosas densos racimos olorosos de flores blancas. Alcanza unos nueve o diez pies de talla, y de él se nutren casi exclusivamente los conejos y las cabras salvajes que pueblan aquellos parajes inhóspitos para el hombre.

Después de más de cinco horas de no interrumpida marcha por la montaña, eran las seis de la mañana, aproximadamente, cuando alcanzamos El Portillo. Con este nombre se conoce un collado angosto, por el cual se penetra en el circo del Pico. Las dos grandes cadenas montañosas que desde la base del Pico descienden hasta el mar, abrazando entre sí el valle de La Orotava, son la montaña Tigaiga, al oeste, y la montaña del Cuchillo, al este. El Portillo es, precisamente, el espacio que entre sí dejan en el arranque. Aquel punto está próximamente a 7.000 pies, y puesto que nuestros mulos estaban muy extenuados a causa de la fatigosa subida, acordarnos nosotros mismos descansar, pero, más arriba, media hora más tarde, pues en aquel momento estábamos entumecidos por el vientecillo helado de la madrugada. Al redorso de un ingente bloque de lava ardió pronto un gran fuego, que alimentábamos con los troncos de las retamas. Pronto quedaron tonificados nuestros miembros ateridos, y con ayuda de un buen trago de blanco y fuerte vino, recobramos la agilidad. Caballos y mulos se contentaron, entretanto, con mascar los brotes de las retamas. Aquel sitio se llama Estancia de la Cera, pues en primavera los insulares suben hasta allí las colmenas, abiertas en los troncos de los dragos, y las dejan durante el verano. Las abejas liban en las blancas y fragantes flores de la retama un jugo melifico excelente; y en otoño vuelven a vaciar los troncos rellenos.

Mientras, el color opalino de la mañana comenzaba a hacer palidecer el brillo de la luna, y alrededor de las seis y media, montábamos nuevamente en nuestras caballerías. Ahora teníamos ante nosotros una suave pendiente de lavas, cubiertas por piedra pómez blanca y amarilla, por lo cual nuestra cabalgata reanudó la marcha a paso muy ligero. El Portillo nos había franqueado la entrada a la meseta del Circo, y de una sola mirada, abarcábamos la totalidad de la gigantesca mole del Pico. Con el nombre de circo se conoce un colosal anfiteatro circular, en medio del cual se erguía anteriormente el cráter del volcán. El mismo circo está rodeado, además, de las Cañadas, gigantesca muralla acantilada hacia el interior, pero de suave declive exteriormente, para perderse en los contrafuertes de las faldas del Pico. La cúspide central se parece mucho a una fortaleza. El cinturón de murallas de las Cañadas constituye las defensas exteriores, que rodean al foso, al circo. Si en vez de estar cubierto de pumitas lo llenasen las aguas, y en lugar de los muchos portillos y entalladuras que la van destruyendo estuviese intacta aquella ingente muralla, tendríamos la reproducción cabal de una fortaleza en forma de anillo, en derredor del volcán central. Jamás he presenciado yo un paisaje volcánico tan grandioso como el que mis ojos vieron al asomar por el Portillo. No ya solamente el pequeño Vesubio, sino ni el mismo Etna, impone tanto como ese gigantesco edificio. El anillo de las Cañadas, negruzco o pardo rojizo, cae a plomo sobre la superficie amarillenta o blanca que cubre el circo con los lapillis, formando una pared ciclópea, de 1.000 a 1.500 pies de elevación. Pero a la vista de la cumbre majestuosa, que se yergue todavía 6.000 pies sobre el fondo del circo, aquella muralla parece un ligero reborde en derredor del volcán central. Tal como si se tratase de un lustroso pilón de azúcar, las laderas del colosal cráter están cubiertas de nieve, cuyo manto es interrumpido aquí y allá por delgadas hileras de obsidiana negra, que irradian de la cumbre.

No hay que hablar ya de vegetación en el árido, sediento recipiente del circo, como no sea los pobres matorrales de retama alpina; por esto, los insulares lo llaman también Llano de las Retamas. La superficie de aquél alcanza, por lo menos, diez millas cuadradas.

Quienquiera que conozca el Vesubio, tendrá una pequeña idea de lo que es el gigantesco Pico de Teide. La Somma, que rodea con su ingente muralla el magnífico cráter, está allí representada por las Cañadas, y, como aquélla, representa los restos del grandioso cráter primitivo. El circo, entre las Cañadas y el Pico, corresponde al Atrio del Cavalli, entre la Somma y el Vesubio. 

Mientras hasta allí la dirección de nuestros pasos había sido casi hacia el sur, una vez que penetramos en el circo, torcimos más hacia el oeste. Durante dos horas anduvimos por la superficie árida, llana, un poco ascendente, del circo, cubierta de lapillis o cenizas. El suelo está formado por un manto cuyo espesor será de varios pies, a base de aquellos blancos detritus volcánicos, los cuales son de tamaño cada vez mayor, conforme más próximos al cráter. Allí sólo logra vivir la retama, que al parecer puede pasarse sin agua apenas entre aquellos derrubios estériles. La vida animal no da señal alguna. La aridez y la soledad de aquel paisaje volcánico, son escalofriantes. Hacia las ocho y media de aquella mañana, alcanzábamos la base del cráter central, y media hora más tarde, ya subiendo la empinada cuesta, nos hallábamos en la Estancia de los Ingleses, punto final de la ascensión a caballo. 

La Estancia de los Ingleses, a 8.500 pies de altura, aproximadamente, está enclavada en la ladera oriental del cráter; pero no es, como por el nombre pudiera creerse, un hotel, ni siquiera un refugio sencillo, como la Casa degli Inglesi en el Etna, en la cual siete años antes pernocté, al pie del cráter. Más bien se trata de una especie de fortificación enclavada en el salvaje desierto de lava, rodeada de grandes bloques más o menos apilados. Allí suelen pernoctar los excursionistas, a cielo raso, antes de emprender la escalada del cráter central. La mayoría de aquéllos lo hacen, empero, al revés. Entonces comenzó el trabajo verdadero, penoso, el trayecto terrible de nuestra jornada.

Después de prepararnos una hoguera, de ingerir un frugal desayuno y de descansar otra media hora, emprendimos la ascensión definitiva. Los mulos y caballos quedaron allí, lo mismo que algunos de los hombres, así como también un estudiante, el Sr. Fol, al cual una mala jugada de un mulo, cerca de la rodilla, le obligó a esperar nuestro regreso. El cráter central del volcán, por cuya vertiente oriental comenzábamos a trepar, se subdivide en dos. La sección inferior tiene aproximadamente unos 3.000 pies de altura, es decir, casi tanto como nuestro Brocken, sobre el mar. Con razón se llama «malpaís», pues se trata de un informe caos de bloques de lava y obsidiana. La porción superior, que todavía tiene otros 1.000 pies, y que termina en punta, es el cono de cenizas. Su superficie aparece a grandes trechos cubierta de cenizas negruzcas, destacando aquí y allá pequeños bloques de lava erosionados. Las dos secciones del cono central son extraordinariamente empinadas y dificilísimas de escalar. Están separadas por una pequeña planicie, llamada la Rambleta, rodeando a modo de anillo el cono de cenizas superior.

Los negruzcos bloques de lava, que cubren el malpaís, son de tamaños diversos en alto grado; muchos alcanzan diámetros de ocho a doce pies; pero dos mayores llegan a tenerlo de más de 20. Entre ellos hay innumerables canchales, constituidas por pedruscos de pequeño tamaño. Allí no hay nada de vida vegetal. Tan sólo existe una pequeña violeta (Viola cheiranthifolia) que trepa todavía hasta los 11.000 pies. La marcha por aquel mal país, por entre las piedras, duras como el hierro, cortantes como hojas de cuchillo, sin presentar jamás ninguna superficie redondeada por la denudación, salvando los numerosos agujeros y altibajos entre los bloques pequeños y grandes de obsidiana, y por encima de los movedizos bloques, es difícil y hasta peligrosa, incluso si se disfruta de buen tiempo. Cuanto más si en aquella ocasión el malpaís estaba cubierto por la nieve hasta más abajo de la Estancia. A cada paso temblábamos ante la idea de resbalar sobre la nieve o hundirnos entre la que cubría los espacios que entre sí quedaban entre los grandes bloques. Naturalmente, allí no existían ni señales de camino, y cada cual tenía que ver la manera de ayudarse a sí mismo, sin otra preocupación que trepar, trepar siempre por sitios por donde ni anclar se podía. Para aumentar tantas dificultades, soplaba un viento helado en extremo. Todos experimentamos algo de congestión en la cabeza, y algunos comenzamos a sentir vértigo y a chorrear sangre por las narices. Y aún nos quedaban 2.000 pies para que aquel tormento acabase de una vez. Nuestra esperanza de ganar la cúspide se desvanecía a cada minuto que pasaba.

Media hora más tarde, la caravana estaba ya desorganizada por completo. Como entre el caos de bloques de lava era materialmente imposible vernos, durante algún tiempo anduvo cada uno por su lado; menos mal que nos oíamos. El Sr. Wildpret y yo procurábamos seguir cuanto fuera posible las pisadas del guía, D. Manuel, que andaba a la cabeza de la expedición y que nos metía mucha prisa; no había que perder ni un minuto si queríamos alcanzar la cúspide, pues el día iba ya muy entrado. Por mucha que fuese la fatiga que yo tenía, mayor era la voluntad enérgica por ganar la cumbre, contra la cual redoblaban los obstáculos los témpanos de hielo que, cubriendo los bloques de lava y dándoles formas extraordinarias, imprimían al paisaje un aspecto por demás interesante y fantástico. Allí contemplé un raro y curioso fenómeno, que jamás he experimentado en las cúspides y glaciares de los Alpes, y del cual no he vuelto a oír hablar a nadie. La nieve, a medio fundirse, y nuevamente congelada, que cubría en delgados estratos algunas superficies favorables de los angulosos bloques de lava, aparecía endurecida, adoptando la forma de plumas y hojas muy divididas. La belleza y diversidad de las figuras de hielo, que todos hemos observado en los cristales de nuestras heladas ventanas en invierno, no tienen punto de comparación con aquellas hojas de hielo de dibujos extraordinariamente complicados que cubrían los negros peñascos de lava. Muchos aparecían de una manera tan mimética como si los hubiesen cubierto con plumas de cisne; otros, como si los hubiesen tejido con hilos de plata y con flores, a modo de tocas o velos, o, en fin, a guisa de grandes rosetas de hojas microscópicas que se hubieran transformado en hielo instantáneamente. Todo de una manera tan regular y simétrica, como si se tratase de plumas de aves o de hojas de saxifraga. La fatiga no nos impidió la admiración que experimentamos. Respecto de las causas determinantes de aquellas raras estructuras del hielo, sólo puedo conjeturar que el viento Sur, huracanado y caliente, que había soplado durante el día anterior, provocaría en el caparazón de nieve que rellenaba las oquedades y estrías de los bloques de lava, por un lado la fusión, al mismo tiempo que, por otro, el agua que se escurría volvía a quedar congelada.

Al cabo de otra media hora de penosísimo gatear, coincidimos tres compañeros, D. Manuel, el Sr. Wildpret y yo, en la llamada Alta Vista, pequeña planicie enclavada entre el interminable cono de cenizas. Allí permaneció durante varias semanas, en el verano de 1856, el astrónomo inglés Piazzi Smyth, con su hermana¹, realizando trabajos astronómicos y meteorológicos. Un cuarto de hora más arriba, llegamos a la Cueva del Hielo. Se trata de una oquedad profunda, cubierta por ingentes corrientes de lava, en cuyo interior no penetra jamás la luz del sol, por lo cual persiste todo el verano la nieve, transformada en neviza. Desde Santa Cruz y desde La Orotava suben diariamente hasta allí numerosos neveros para llevarse hielo a estas poblaciones, mediante el cual se preparan en combinación con los jugos de las deliciosas frutas meridionales, riquísimas confituras heladas, que constituyen un manjar exquisito durante el caluroso verano. Transcurrido otro cuarto de hora, llegamos a la Rambleta, pequeña planicie en forma de anillo, rodeando al cono de cenizas. De toda la caravana, sólo tres nos encontrarnos allí: el guía, el Sr. Wildpret y yo; los restantes, o bien erraban por el malpaís, o se habían vuelto a la Estancia de los Ingleses.

Hasta allí habíamos llegado, no sin cierta desilusión. ¿Todavía teníamos que hacer otros 800 pies o más de malísima subida si queríamos alcanzar la meta? A primera vista, la impresión fue muy poco agradable. El cono se alzaba allí, ante nosotros, cual pilón de azúcar, como los insulares lo llaman; pero nos imponía con su mole. Para colmo de obstáculos, en lugar de la capa de cenizas y pumitas amarillentas blanquizcas con que aparece cubierto durante el verano, el cono volcánico quedaba oculto bajo el hielo resplandeciente, que todavía asemejaba con más motivo el aspecto de pan de azúcar.

Con cuánto laconismo resumió don Manuel la impresión acobardante que los tres teníamos de la mole de hielo. El guía declaró como absolutamente imposible la escalada. Incluso durante la época más favorable del año, la ascensión del cono volcánico constituye empresa dificilísima, por los lapillis escurridizos de que está cubierto. Al efecto, recordaba haber leído yo el relato de Humboldt, que si en verano era intento de difícil realización, en invierno constituía empresa completamente destinada a fracasar, y que el capitán Baudín, que llegó hasta la cumbre en el invierno de 1797, no perdió la vida por el canto de un duro, pues resbaló y fue rodando desde lo alto, no parando hasta la Rambleta, y no cayó más abajo aún, gracias a un montón de nieve que estaba acumulada tras un gran bloque de lava, y en el cual quedó su cuerpo detenido.

Por otro lado, se daba la circunstancia de estar ya tan cerca el fin de nuestra soñada empresa, que era lástima declararse vencidos; por lo menos, era cosa de intentar algo. Después de muchos rodeos, conseguí que D. Manuel y el Sr. Wildpret me acompañasen. Tardamos algunos minutos en llegar hasta las llamadas Narices del Pico, dos grandes oquedades que exhalan vapores calientes, y poco después, comenzamos a atacar la inexpugnable cumbre, a copia de incontables e inauditos esfuerzos.

Pronto nos convencimos de que el pilón de azúcar no era tan difícil de escalar como las apariencias hacían calcular. La nieve, que durante las semanas anteriores lo cubría en un espesor de bastantes pies, se había licuado en una masa más o menos compacta, granujienta, gracias al viento Sur, y la superficie estaba endurecida por la congelación. Era de todo punto necesario calzar las botas de alpinista para trepar por allí. 

En los sitios donde la nieve fundida se escurría por debajo de la corteza de hielo superficial, la subida era algo menos penosa, pues podíamos romperla, apareciendo la arena compacta debajo de las oquedades que abríamos. Aunque con gran lentitud y muchas precauciones, el tercio inferior del Pitón no fue difícil de hacer. Pero luego nos encontramos ante un trecho muy malo, a causa de que había unas lomas de lava resguardadas del sol, por lo cual el hielo constituía allí un caparazón compacto y resbaladizo, pulimentado como acero. Allí me fue de gran utilidad el martillo de geólogo que yo llevaba. Con él cavé escalones en el hielo, en los cuales alojábamos las claveteadas suelas de nuestras botas, y sirviéndonos de brazos y piernas redoblábamos nuestros penosos esfuerzos. Avanzábamos con extraordinaria lentitud. Al cabo de pocos minutos declaró el guía que era completamente imposible hacer un paso más, y que dado lo avanzado del día debíamos emprender el regreso. Antes de que el sol se pusiese era preciso que estuviésemos de vuelta en el Circo y en el Portillo. Volví a insistir en que avanzásemos, prometiéndole una espléndida recompensa. Apeló él a su autoridad y experiencia para descartar, en aquellas circunstancias, la conquista de la cumbre y declaró que no avanzaba ya un paso más. Hasta el Sr. Wildpret, que tan fiel y adicto había permanecido hasta allí, comenzó a titubear y a iniciar también la retirada. Pero como yo alardease de que no me asaltaba el más leve síntoma de cansancio y de que, por tanto, no renunciaría por nada al deseo de llegar hasta el vértice del volcán, acabó el Sr. Wildpret por acceder a continuar acompañándome, pese a sus indecisiones; el guía volvióse a la Rambleta. 

Estábamos, por fin, en el trayecto más encumbrado del cráter, de más de cien pies de desnivel, y el más peligroso de toda nuestra dura jornada. Proseguimos abriendo huecos y escalones en el hielo, y gateando ayudándonos con las manos y los pies. No habríamos triunfado en la empresa a no ser por el calzado alpino, erizadas las suelas de resistentes clavos, y por lo que nos ayudaron el bastón de montaña y la vara que improvisé al cortar un tronco de laurel cuando, en lo bajo, acabábamos de iniciar la expedición. Nuestras manos sangraban, heridas por la infinidad de aristas cortantes de los fragmentos de hielo y por los agudos bordes de los bloques de obsidiana a que no cabía otro remedio que agarrarse fuertemente. La congestión en la cabeza y la opresión en el pecho que todos habíamos comenzado a padecer ya cuando sólo estábamos en el malpaís, iban haciéndose cada vez más angustiosas. Entonces sí que dudé del buen resultado de nuestros propósitos.

El Sr. Wildpret, que venía algo más abajo, pero muy cerca de mí, me rogó que me parase, y al tiempo que me volvía vile caerse súbitamente, desmayado. Le froté la frente y las sienes con nieve y le di unos sorbos de ron. Esto, y alguna sangre que arrojó por la nariz, volviole en sí al instante. A los pocos pasos tuve yo mismo un amago de desvanecimiento, pero me repuse inmediatamente. Después de algún descanso, nos sentimos con nuevos bríos, disponiéndonos a rematar la suerte con ánimo.

Quedábanos lo más difícil. Pronto llegamos a un lugar donde la nieve estaba reblandecida a trechos, o en vías de fundirse bajo la capa superficial de hielo, por lo cual pudimos asentar bien nuestros pies. Haciendo un desesperado llamamiento a nuestras últimas fuerzas, hiciéronse bastante rápidamente los tres últimos centenares de pies sobre aquel favorable trecho. A las doce en punto del día 26 de noviembre experimenté con orgullo la satisfacción de hollar la cúspide más alta del volcán, a 12.200 pies sobre el mar. Clavé mi tranca de laurel sobre la capa de hielo que cubría la porción superior del borde del cráter, y a él até mi pañuelo, que el viento sacudió. Diez minutos después llegaba el Sr. Wildpret. Los dos testábamos extenuados, por lo cual nos apresuramos a buscar un emplazamiento preservado del violento Sur para descansar. 

En lo más enhiesto del Pico de Teide no existe apenas dónde permanecer, tan aguzados son los bordes. Ocurre allí lo que en la mayoría de los volcanes: se halla uno en el escarpado reborde de una muralla circular en derredor de un cráter en forma de embudo; las laderas interiores y exteriores son extraordinariamente inclinadas. El punto más elevado de dicho reborde, donde nosotros nos hallábamos, en el cual clavé mi bandera, está en el nordeste. Algo más hacia el norte, pocos pies más abajo, descubrimos un grupo de bloques de lava, medio derruidos, entre los cuales el suelo estaba libre de hielo, y cuando nosotros nos dirigimos a aquel abrigo hubimos de notar, con gran sorpresa, que las cenizas quemaban, teniendo en la superficie una temperatura de 30-35° Réamur. Cuando revolví la capa externa de éstas y hundí mis manos en su espesor, casi me las quemé, tal era la temperatura. ¡Y pensar que a pocos pasos estaba la nieve!

El calor de estos lugares desprovistos de nieve nos favorecía extraordinariamente. En poco tiempo nuestro estado de ánimo, que el viento helado y huracanado habíalo deprimido hasta la extenuación, recobró el papel perdido, y después de convidarnos mutuamente a beber un trago de ron bien cumplido, nos entregamos por entero a la contemplación del inmenso escenario que ante nuestros ojos se desarrollaba.

e pregunta uno si el goce es proporcionado al cúmulo de sinsabores y peligros con que hay que afrontar cuando se escala una arriesgada cumbre; como el Pico de Teide. Yo dejo sin respuesta la pregunta anterior. La hora que duró mi permanencia en el borde del cráter del Pico de Teide, y que transcurrió tan rápida como si hubiese sido sólo un minuto, pertenece a una de las más inolvidables de mi vida. Impresiones de tanta majestad como aquélla, de tanto carácter y de profundidad tal no pueden borrarse jamás.

Nada hay más falso que esta frase: «un hermoso paisaje», si se quiere dar una idea de aquella impresión. Son muy pocos los horizontes de las elevadas cumbres a los cuales quepa calificar de bellos, cuando el concepto de belleza tiene el sentido o el valor que se le da en Pintura. Difícil es allí hallar bellas las armonías de color, la ponderación y mezcla de la diversidad de tonalidades. Las formas que desde una alta eminencia montañosa aislada se divisan, así como la distribución de los claros y oscuros, son en la mayoría de los casos nada más que bellas. Se trata de otras causas, a las cuales los panoramas deben su sello especial y el encanto indefinible que producen. 

Ante todo hay que considerar las proporciones de la parte de tierra que de un solo golpe de vista se abarca, así como la cantidad de objetos diversos, conocidos los unos, desconocidos otros, que se reúnen en el marco de un panorama. La extensión y la altura inusitadas del horizonte nos dan una idea confusa de la infinitud del espacio. El silencio profundo, que ningún sonido interrumpe, la conciencia de que desde tiempo desapareció allí por completo la vida animal y la vida vegetal, producen en el alma un sentimiento de soledad la más profunda. Un momento hay en que poseídos de pasajera soberbia nos creemos amo y señor de aquella atalaya, hasta la cual hemos llegado después de tantas fatigas y riesgos. Pero en seguida reaparece el hombre tal cual es, como onda errante en el mar sin límites de la vida, como una pasajera combinación de un corto número de células orgánicas que, en última instancia, deben su origen y su importancia a las propiedades químicas del carbono. ¡Cuán despreciable y desdichado es, considerado en aquella visión panorámica, el papel de las pasiones humanas que sin cesar se desatan allí abajo, en donde está la llamada civilización!

Cuán grande es, en cambio, cuán sublime la Naturaleza en toda su libertad, cuánta majestad y magnificencia teníamos ante nosotros, encuadrada en el marco de aquel cuadro indescriptible.

Vano intento sería dar una idea de las innumerables facetas de aquel panorama de proporciones inauditas, en cuyo goce estuvimos abstraídos durante aquella hora inolvidable. Intentaré, sin embargo, enumerar sucintamente lo de mayor interés e importancia. 

La impresión más grandiosa, puede decirse, constitúyela desde luego el ilimitado horizonte del mar. Por cualquier rumbo que se dirija la mirada, tropieza nuestra vista con la colosal muralla azul oscura, en contacto con el cielo; su perfil rebasa, por doquier, las más elevadas cúspides de las islas próximas. Las grandes y pequeñas islas del archipiélago canario divísanse desde allí en su conjunto: al oeste Palma, Gomera y Hierro; al este Gran Canaria, Lanzarote y Fuerteventura. Se distinguen incluso los islotes más pequeños alineados a partir del extremo septentrional de Lanzarote, Graciosa, Montaña Clara y Alegranza. Todas no parecen sino fantasmas de un color violeta pálido perdidos en la inmensidad del oscuro océano. Imagina uno, en seguida, los tiempos, ya lejanos, en que todas aquellas islas se erguían en medio del mar como úlceras por las cuales fluían las encendidas lavas. Auxiliándonos del anteojo creíamos divisar muy cerca de nosotros la costa del continente africano en la parte sudoriental del horizonte marino, por encima de Gran Canaria o Fuerteventura. Sin embargo, no alcanza hasta allí el círculo de visibilidad del Pico de Teide. La porción de superficie que desde allí se abarca es de unas 5.700 millas cuadradas; es decir, aproximadamente como la cuarta parte de la superficie de España.

La misma isla de Tenerife depara un aspecto maravilloso, pues en su conjunto parece menguado pedestal para tan gigantesco volcán. Parece claramente que no sólo es toda la isla el pie del Pico, sino que éste es el volcán central de todo el Archipiélago. Los volcanes canarios restantes son chimeneas laterales sin importancia en derredor del horno colosal en cuyo alto está el Pico. La claridad y la transparencia prodigiosas de la atmósfera, sólo igualadas por la de los países tropicales y subtropicales, nos permitían reconocer en todos sus detalles los lugares más distantes de la isla. Los nubarrones espesos que todavía al amanecer cubrían una gran porción de la isla, impidiéndonos casi por completo ver nada, se extinguieron hacia el mediodía, bajo los efectos del calor solar.

El cielo, de un azul rutilante, diáfano y limpio de la más ligera nubecilla, brillaba como el mar, oscuro azulado. Por todas partes una luz clarísima e intensísima, de una insuperable belleza. Pudimos seguir el dentellado litoral de Tenerife, entre La Orotava y Garachico por el norte, y de Socorro a Santa Cruz por el sur. En cambio, por el este impedíanos verlo la elevada sierra de Anaga, y por el oeste el Chahorra, gran cráter que se levanta en las laderas sudoccidentales del Teide, y que es 3.000 pies más bajo. 

Tan clara era la atmósfera que pudimos distinguir los barcos anclados en el puerto de La Orotava y las casas de la orilla. Era sorprendente en alto grado el contraste marcado entre la pelada y muerta porción superior del Pico y sus pobladas y vivientes faldas.

Distinguíanse perfectamente las zonas de vegetación que habíamos atravesado durante la ascensión: en la base, la región subtropical de las floridas palmeras y bananos; después, la de la vid y los cereales; encima, los bosques de lauráceas siempre verdes, y sobre ellos, el cinturón de formaciones arbóreas de coníferas verde oscuras que cubren las laderas montañosas partiendo de la costa.

Por encima de todo esto se erguían las ingentes paredes del aireo de las Cañadas, constituidas por lavas negras, rojas y pardas, que nosotros contemplábamos a vista de pájaro. El anillo de piedra pómez del circo o la meseta de retamas aparecíansenos cual un río que corriese al pie del cono negruzco, rematado por el casco de nieve. La abertura del cráter, en forma de embudo, en cuyo borde más elevado estábamos, es escarpada por el noreste, pero suave hacia el suroeste; sus dimensiones, no obstante, son menores que las del Etna, Vesubio y muchos otros volcanes más pequeños. Tiene unos 300 pies de diámetro y sólo de 100 a 150 de profundidad. Los blancos vapores que sin interrupción exhala, impedían la persistencia de la nieve en la concavidad del cráter, y el suelo alterado, rojizo y pardusco, aparecía sembrado aquí y allá de cristales de azufre muy hermosos.

Después de haber contemplado el sin igual panorama durante una hora, a eso de la una comenzamos la bajada. Acertamos a encontrar una vereda, no advertida durante nuestra ascensión, por la cual la nieve estaba fundida en gran extensión, y por los lapillis calientes, ya saltando, ya resbalando, pronto llegamos a La Rambleta, donde nos esperaba D. Manuel, presa de grandes temores. La marcha sobre el malpaís, hacia abajo, fue más fatigosa y también más arriesgada que a la subida. Sin embargo, se hizo felizmente y sin ningún incidente. 

Sobre las tres de la tarde estábamos otra vez en la Estancia de los Ingleses, donde nos esperaban nuestros tres compañeros, los guías y los mulos. Después de un descanso de media hora y de ingerir el resto de las viandas, reanudamos la marcha. Al pie del cono central, ya junto a la llanura de piedra pómez del circo, subimos sobre los mulos. Eran las cuatro. Las dos horas de marcha a través del circo, hasta del Portillo, fueron todavía muy agradables, toda vez que el sol poniente estaba tiñendo las cañadas rojizo parduscas por nuestra derecha, y la cumbre, cubierta de nieve, por nuestra izquierda, se revestía de tintas purpúreas vivisimas.

Pasado el Portillo, nuestra marcha fue todavía más dificultosa. La marcha por un camino cubierto de bloques de lava, a tal punto que lo de menos era camino aquello, no fue de día ningún regalo. Pronto nos invadía la oscuridad más completa, por lo cual éranos del todo imposible reconocer ningún rastro de la vereda. Los guías hubieron de encender antorchas, y como nuevamente formábamos en fila, la desigual velocidad de marcha de los caballos y los mulos ocasionó el que nos distanciásemos a menudo, separándonos gran espacio, por lo cual las antorchas sirvieron de poca cosa. Pero las pisadas de los mulos y de los caballejos eran de una seguridad tan grande como su instinto topográfico, por lo cual, a pesar de la noche cerrada como boca de lobo, y del horrible camino, no nos sobrevino ni un solo contratiempo.

Estábamos cansados a más no poder. El Sr. Wildpret y yo nos dormimos en los lomos de nuestros mulos, sobre cuyos arzones hubieron de colocarnos los guías, sin que nos despertasen los vaivenes bruscos de la marcha. Miklouho estaba tan desfallecido, que quería quedarse debajo de una mata de retama y reanudar la marcha a la mañana siguiente. Costó mucho trabajo lograr colocarlo otra vez sobre la silla. Pero todavía más rendido estaba Fol, cuya rodilla, lastimada por la coz del mullo por la mañana, le dolía mucho. Y aún más lo estaba el pobre Dr. Greef, cuyo estómago era muy sensible al mareo. El dolor que le aquejaba no le dejó durante la ascensión, con tanta intensidad como tres semanas antes, mientras en un vaporcito portugués nos balanceábamos en el golfo de Vizcaya. Una hora antes de llegar a La Orotava, hízose un alto de un cuarto de hora, con objeto de que pudieran reunirse los dispersos individuos, de nuestra caravana. Inmediatamente nos bajamos todos de los mulos y pusimos pie a tierra, sintiendo entonces cómo estaban dormidas nuestras piernas. Por fin, a las diez y media de la noche, entrábamos en La Orotava con toda felicidad. En total, veintidós horas de camino, y, excepción hecha de las dos de parada, habíamos estado en marcha durante veinte horas.

FUENTES
  • ResearcGate: Una ascensión al Pico de Tenerife de Ernst Haeckel - January 2009 - Edition: 1ª Publisher: Ediciones Idea - ISBN: 9788483827321 - Manuel Hernández González - University of La Laguna.
  1. En realidad se trataba de su esposa, Jessica Duncan-Smyth, con la que acababa de casarse

MANCHAS SOLARES Y PROTUBERANCIAS

Dos formas de ver sol.
Esta tarde, 26/01/2025
Desde Candelaria - Tenerife - I. Canarias.
🏴󠁧󠁢󠁳󠁣󠁴󠁿🇮🇨 🇪🇸 🇪🇺

Manchas solares
Telescopio Vixen ED115 +  Prisma Herschel
Cámara Player One APOLLO-M MAX (IMX428)
Procesado con Autostackkert + Astrosurface + photoshop


H-Alpha

Telescopio solar LUNT LS60MT/B1200R&P ALLROUND ED
Cámara Player One APOLLO-M MINI (IMX429)
Procesado con Autostackkert + Astrosurface + photoshop




domingo, 19 de enero de 2025

MANCHAS SOLARES Y PROTUBERANCIAS

El sol del día 19/01/2025

Desde Candelaria - Tenerife.

Manchas solares
Telescopio Vixen ED115 +  Prisma Herschel
Cámara Player One APOLLO-M MAX (IMX428)
Procesado con Autostackkert + Astrosurface + photoshop


DETALLES





H-Alpha

Telescopio solar LUNT LS60MT/B1200R&P ALLROUND ED
Cámara Player One APOLLO-M MINI (IMX429)
Procesado con Autostackkert + Astrosurface + photoshop


DETALLE





SENDERISMO: YACIMIENTO ARQUEOLÓGICO LA MONTAÑETA - GRAN CANARIA

 Ruta lineal de ida y vuelta  que nos lleva hasta el yacimiento arqueológico "La Montañeta".

  • Duración: 1 horas   (al dedicar tiempo a ver las cuevas)
  • Distancia:  0,6  Km 
  • Nivel: bajo 

En la ruta podemos ver también algunos recursos etnográficos abandonados destinados al agua.










MAPA


PERFIL DEL TERRENO



SENDERISMO: MONTE PAVÓN - GRAN CANARIA

Ruta circular en Gran Canaria por "Monte Pavón", también llamado la "Irlanda de Gran canaria", que partiendo  del cruce de carreteras discurre por sendero, pistas y algún pequeño tramo por la carretera.

  • Duración: 4  horas  
  • Distancia:  6,76  Km 
  • Nivel: Medio - hay dos subidas cortas sin mucha dificultad pero con desnivel.

En la ruta se pasa por una quesería que vende productos propios y típicos.





















MAPA


PERFIL DEL TERRENO



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