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viernes, 10 de noviembre de 2017

LOS QUE HAN SUBIDO AL TEIDE: RAMÓN HERNÁNDEZ POGGIO - 1867

Ramón Hernández Poggio subió al Pico del Teide el 21 de julio de 1865; dejó el relato de su ascensión en el libro "Una Ascensión al Teide" publicado en Cádiz en 1867.


 

Fuente: "Una ascensión al Teide" - Ramón Hernández Poggio - Cádiz -1867
(Biblioteca Municipal central de SC de Tenerife -fondo antiguo)


IV 
Salida para el Teide. 
(Páginas 106-162)

Arregladas las condiciones de la expedición y marcado el itinerario,  se emprendió la marcha para el Pico el 21 de julio de 1865 á las 6 y 15 minutos de la mañana, estando el cielo despejado en la Orotava, pero el mar lo cubría una densa niebla que también coronaba las crestas de las montañas vecinas. Al  salir de la población el termómetro señalaba 20° centígrado; el barómetro 773 milím. y la humedad era 
considerable, pues se hallaban mojadas las calles de la villa.

Nuestros caballos impacientes anhelaban caminar, no por el deseo de andar, sino porque la experiencia les había enseñado que hasta el primer descanso no comían el pienso de la mañana; así fué que con un ligero trote atravesamos las pendientes calles de la Orotava, dejando atrás el derruido palacio de los Adelantados, la cascada de los molinos próximos, para entrar enseguida por senderos que atravesaban hermosos sembrados, donde se ostentaba una vegetación lozana y vigorosa, tan llena de amapolas que seguramente en la primavera no habría mas, siendo notable el contraste de sus rojas flores con las verdes hojas y amarillentas bayas de los altramuces (lupinus albus), planta originaria de Oriente que se cultiva mucho en las Canarias, considerada excelente para engordar á las bestias, solo que es preciso quitarle algo su amargor; entonces los animales la comen bien, sobre todo los camellos que la prefieren á las demás semillas, y como abundan mucho en este país los dromedarios, de ahí el que se cultive tanto el altramuz en este archipiélago.

Ya había transcurrido una hora desde nuestra salida de la villa, cuando se penetró en la región de los brezos, elegantes arbustos que llenan los sitios áridos é incultos de los bosques, compitiendo con ellos en abundancia los helechos (pteris aquilina Lirín) que cubren el llamado Monte verde y antecede á un espeso bosque de sabinas (juniperus sabina) arbusto de seis ó siete pies de elevación cuyos troncos se dividen en muchos tallos, pero el verdor de sus hojas hace muy agradable su vista, no menos que los infinitos abetos (pinus abies) que pueblan esta región nemoral y hacen delicioso este trozo de camino, en donde se paró á las 8 y 15 minutos de la mañana para que descansaran los guías, mulateros, criados y las caballerías. Unas grandes tortas y varias copas de ron sirvieron á mis compañeros de viaje para entretener el tiempo y á los criados para tomar la mañana, como designan ellos este desayuno, que yo había hecho en la fonda con una exquisita taza de café, cuyos granos se habían criado en Icod, bebida más tónica y alimenticia que las espirituosas, á pesar que infundadas creencias hacen suponer lo contrario; más la experiencia y los estudios analíticos prueban palmariamente ser una de las bebidas cuyo uso presta más útiles servicios á la humanidad, sobre todo en los países cálidos, donde las fuerzas de la vida parecen agotarse ante los efectos destructores de un calor aniquilador, efectos que el café conjura con tanta prontitud como eficacia.

Entre muchos autores que recientemente se han ocupado del café, citaré á M. Payen que en su tratado de las sustancias alimenticias dice: «Uno de los efectos más notables del café es indudablemente sostener las fuerzas de los hombres sometidos á rudos trabajos ó bien á fatigosos viajes: permitiendo reducir pasajeramente de 25 á 30 centésimas la cantidad de sus alimentos. Las ingeniosas observaciones de M. Gasparin conducirán á concluir que el café tiene la propiedad de hacer más estable los elementos de nuestro organismo, de modo que si no puede por sí nutrir más, impide la disminución de las pérdidas.» Los análisis efectuados por este químico demuestran que un litro de infusión de café que contenga 100 gramos de esta semilla, representa 20 gramos de sustancia alimenticia y una mezcla de cantidades iguales de esta infusión y leche representará seis veces más sustancia sólida y tres veces más materia azoada que el caldo.

Este descanso reanimó algo las fatigadas fuerzas de los guías y animales continuándose el camino iluminado ya por el sol, pues se había disipado la densa niebla que por hora y media nos había envuelto. Penetramos por el mal denominado Llano de D. Gaspar, el Juradillo y barranco del mismo nombre, penosa travesía que después nos pareció excelente al transitar por otros puntos más malos. Los caballos conocedores del camino buscaban los mejores sitios, pisando con gran cuidado ya grandes piedras pulimentadas, ya pedregales donde vacilaban al sentar sus cascos sobre tan movedizo terreno; pero en medio de esta penosa marcha se llegó al Portillo, constituido por dos colinas basálticas, las que apenas las atravesamos dijo el experimentado guía Reyes, se iba á ver el Pico; con efecto á las 9 y 20 minutos apareció á nuestra vista su blanca cúspide iluminada por el sol.

Me hallaba entonces á 9.800 piés ó sean 2.730 m. 625 sobre el nivel del mar y había observado poco antes el curioso fenómeno de la disolución de las nubes que impelidas por el viento se dividían en trozos y después se convertían en una sustancia filiforme que se desvanecía en la atmósfera, del mismo modo que cuando se deshace un poco de algodón en rama y se separan sucesivamente sus diferentes fibras hasta que parece se disuelven. Este fenómeno lo había observado en aquel mismo punto hacía más de medio siglo el barón de Humboldt y lo describe en estos términos; «Envolvionos una espesa capa de nubes, que se sostenía á 600 toesas de elevación sobre el nivel de la llanura. Al atravesar esta capa observamos un fenómeno que después hemos visto repetido con frecuencia en la pendiente de las cordilleras. Pequeñas corrientes de aire arrastran fragmentos de nubes con una velocidad desigual y en direcciones opuestas. Nos pareció ver hilos de agua que se movían rápidamente en todos sentidos, en medio de una gran masa de agua durmiente.»

Atravesado el Portillo se tomó el camino que vá de N. E, á S. O. y se llama la vereda de los neveros, dirección la más recta para subir al Pico donde ya el azul del cielo se presenta sin nube alguna, pues en aquella altura se está sobre la región de ellas diciendo M. Piazzi Smyth «que las nubes del mar no penetran en una parte de las altas montañas de Tenerife que las tienen á su lado en un nivel de 3.000 pies.» No solo habían desaparecido las nubes sino también los árboles, pues desde el llano de D. Gaspar solo se vieron algunos brezos raquíticos, abundando enormes peñas basálticas que afectan las mas estrañas figuras.

Eran las diez de la mañana cuando se llegó á la Estancia de las Eras que se halla á la entrada del gran circo de las Cañadas y era el sitio marcado para almorzar. Mientras unos criados descargaban las caballerías otros encendían fuego para calentar los manjares que venían preparados de la Orotava; los guías después de dar un pienso á los caballos, principiaron a amasar el gofio, alimento que la clase pobre de Canarias toma casi exclusivamente y se reduce á harina tostada de maíz, trigo ú otro grano, lo que los nutre mucho, pues la robustez de estos hombres es notable. Mi amigo y compañero de la expedición el Comandante de Ingenieros el Sr. Recio bosquejó varias vistas, entre ellas una del Teide tomada desde la entrada de las Cañadas.

Este vastísimo desierto de piedra pómez se halla rodeado de elevadas montañas en una extensión de 10 leguas, distinguiéndose desde el punto en que me encontraba, la base del Pico, las llamadas Punta del Cabezote y la Fortaleza que se adelgaza á proporción que se eleva, predominando en su composición geológica el feldespato de estructura laminar, rico en cristales blancos y lucientes, de horre blende y de hierro magnético oxidulado. Nuestro compatriota Escolar opina que el circo de las Cañadas apareció después de la destrucción de un volcán más elevado que el que hoy existe: M. de Buch lo considera como un tipo de los volcanes por elevación, pero sea como quiera este desierto impone y sugiere las más graves reflexiones, de las que sale el viajero al ver las plantas alpinas y animales propios de esta región.

Las retamas blancas y amarillas que abundan en este terreno árido y seco llaman mucho la atención, habiendo sentido no fuera aquella la época de su florescencia, para admirar sus llores y percibir su delicado perfume. Pálida e incompleta, sería, la descripción que hiciera, de estas plantas, cuando existe la detallada hecha por el distinguido naturalista. M. Berthelot y que copio: 
«Desde que se han atravesado las escarpaduras de las montañas de las Cañadas, se admira en el seno de una naturaleza salvaje una vegetación que perdería toda la originalidad de sus caracteres si se teníase reproducirla en otra parte. Las leguminosas fructescentes dominan en este recinto, que han invadido las erupciones en diferentes épocas. El Citiso prolífero es el primer arbusto que se presenta, antes de penetrar en las gargantas de las Cañadas; una vez llegado á la planicie central, á la altura de 7.000 pies, no son ya sino Adenocarpos y Citisos, los primeros desde luego solos, después diseminados entre los segundos que terminan por quedar dueños del terreno. Los Citisos que llaman retamas, crecen con preferencia en los tufs volcánicos. Los antiguos torrentes de lava nutren varias especies solitarias; el Rapontium Canariense se halla en la pequeña planicie de Masca; el Chrysanthemim Broussonetti en la desembocadura de la Cañada Blanca; el Echium Auberianum; Polycarpea anitata; el Scrophularia glabrata; el Napeta Teydea, etc. en las escorias amontonadas en la base del Teide.

Desde que se principia á subir las cuestas del Pico, que las relaciones de los viajeros han hecho célebre, dos especies diferentes de género o idénticas por la forma de las hojas y perfume de las flores, una Violeta y una Silene aparecen de pronto en medio de las pómez. Las retamas se hacen entonces más raras, á 8.6773 piés  de altura absoluta se pasa el último grupo; pero la violeta desafía la. aridez del suelo y la sequedad del aire; los cambios de temperatura que se manifiestan instantáneamente en esta esfera de reacción cuyo centro es el Pico, no parecen retardar su desarrollo, se halla aún en Alta vista y solo a 9850 pies de altitud, en la Rambleta deja de crecer. Al partir de este punto ya no se ven las  fanerógamas, el volcán parece rechazar toda vegetación, solo algunos líquenes coloran su cima y sobre sus bordes, miserables musgos tapizan las grietas por donde se exhalan calientes vapores.» Descritas las varias clases de plantas de esta región alpina y los puntos en que aparecen, es el caso conocer los caracteres de las retamas, que según M. de Buch, forma la última zona fitostática del Teide.

Los Codesos (Adenocarpus Frankemoides) es un sub-arbusto, dice M. Berthelot, de tronco corto y nudoso, de la tribu de Genista, pero cuyas hojitas sin brillo, pubescentes y arrolladas hacia fuera están reunidas á lo largo de ramas divergentes, le dan el aspecto de ciertas Frankenias. En Mayo se cubre de flores olorosas de color amarillo limón, que naciendo en la extremidad de las ramas armonizan agradablemente con el verde claro del follajaje; se principian á encontrar en Tenerife á los 2.400 metros sobre el nim del mar, en el camino de la Orotava al Pico. La retama Cystinu nubigenus es otra especie de la tribu de las retamas cuyo tronco corto y tortuoso se ramifica muy cerca del suelo. Su corteza delgada se hiende y desprende á tiras; los primeros ramos se extienden horizontalmente y se encorvan hasta la tierra; brotan de ellos tallos largos, delgados, rectos, grises, que salen por paquetes divergentes como la retama de España. Sus hojas pequeñas, sin brillo, oblongas, sedosas y de un verde pálido nacen de tallos largos, sin embargo la aparición de estos órganos no se efectúa sino de las ramas jóvenes, los viejos Citisos carecen de ellas; pero al principiar la primavera se cubre de infinidad de flores blancas tan apretadas á lo largo de las ramas que á cierta distancia este matorral parece un montón de nieve. Las flores que en Tenerife se llaman retama blanca, en algunos arbustos es rosada; exhalan un perfume suave que embalsama todos los sitios inmediatos y la brisa de la tarde lo lleva á los valles inferiores.

Almorzamos sosegadamente bajo una frondosa retama; y mientras recogían los criados troncos de codeso y retamas para las fogatas que debieran calentarnos por la noche, recorrí una gran estension de terreno examinando los vegetales citados, recolectando lavas y buscando insectos, pájaros ó mariposas de que hacen mención algunos viajeros. Vagaba tranquilamente por aquel imponente y silencioso desierto, sin ningún arma, pues tanto allí como en toda la isla no se conocen animales dañinos de ningún clase. Durante mi excursión pude ver volar de una á otra retama un pájaro precioso, de una vivacidad extraordinaria, que el guia Reyes dijo llamarse en el país el pájaro de la Cumbre, que nunca sale de este circo ni desciende á la costa.

Los Sres. Webb y Berthelot que han hecho un estudio particular de esta ave que aseguran habita exclusivamente en la región alta de la isla de Tenerife, desde los 2.200 hasta cerca de 2.900 metros sobre el mar, zona propia de este precioso animal, que con dificultad suma pudo coger dos M. Berthelot, los cuales se hallan en París.

La denominación propia de este pájaro es Fringilla Teidea, cuya longitud total es de 17 centímetros, la altura los tarsos 25 milímetros y 45 lo que excede la cola á las alas. En medio del ajilado vuelo, cuando se posaba en alguna retama pude distinguir el azul oscuro de su cabeza y dorso que realza mucho el azul ceniciento del pecho y vientre, las alas oscuras con franjas grises azuladas, constituyen un conjunto agradable.

Más deseando conocer los caracteres especiales de esta ave, busqué la descripción hecha por mi ilustrado amigo M. Berthelot, tomada de los ejemplares que casualmente pudo cojer en 1825, la cual 
está concebida en estos términos: «Todas las partes superiores del macho son de un tinte azul ceniza empañado, más oscuro y vivo en la cabeza; garganta, pecho, é ijares de un ceniza-azul claro; blanco el vientre y bajo la cola; alas de un pardo negruzco con franjas oblicuas y transversales, ligeramente arqueadas por delante, de un blanco gris ó azul poco marcado; cada pluma está galoneada al exterior de azul-ceniza; cola bastante larga, un poco escotada del mismo color que las alas; los cuchillos laterales galoneados de gris azul y las medianas cubiertas de un tinte ligero de dicho color; mandíbula superior del pico de color cuerno claro, variado de blanco gris sobro todo en la base; mandíbula inferior toda, blanca, pies color cuerno. La hembra se diferencia del macho por ser algo más pequeña y tener toda la parte Superior del cuerpo de un pardo rojizo mezclado de gris; la de la cabeza es algo más oscura que el dorso; garganta, pecho é ijares de un gris rojizo uniforme bastante empañado; vientre y debajo de la cola ligeramente blancuzco, alas de un pardo rojo y las dos franjas oblicuas gris; cola parda, pico y pies como el macho.»

En medio de enjambres de abejas que buscaban en las retamas productos para elaborar la miel, distinguí revolotear una mariposa cuyos colores brillantes y matizados de sus alas despertaron mi deseo de cogerla, lo que no pude conseguir. Este insecto llamado Polyommatus Webbiamus es propio de esta región y no se parece á ninguno de los Argus conocidos de su especie, véase su descripción según M . Berthelot «Por encima es de un azul oscuro rodeado de un bordado negro y además por fuera tiene una franja alternativamente negra y blanca. Por debajo es leonada, ron manchas oscuras y rodeadas de un bordado pálido y aun blancuzco en las alas posteriores. La franja exterior de las alas es alternativamente oscura, y blanca; las anteriores hacia el ángulo externo tienen una mancha blanca que proyecta hacia atrás en rayas del mismo color y que se aproxima al borde externo; las posteriores ofrecen dos franjas blancas y oblicuas, la una muy corta y vecina al borde anterior, la otra más grande, sinuosa y  aproximándose al borde posterior; cerca, de este borde hay cinco pequeñas manchas oscuras, que las más próximas al vientre, que son las mayores, están adornadas de un anillo de escamas metálicas. Las antenas son negras, por debajo de este color y blancas terminadas  por pelos blancos. Las alas de este insecto miden una pulgada de ancho. Habita solo en la Cañada y en las inmediaciones al Pico.»

Entre tanto que yo recorría aquel paraje habian hecho los criados acopio de leña, para el fuego de la noche y cargado las caballerías; por lo que se emprendió la marcha á las once y inedia de la mañana, señalando entonces el termómetro 20° centígrados á la sombra, pero no obstante el calor principiaba á molestar y prometía acrecentarse á medida que se penetrara por el desierto; como en efecto sucedió, pues el polvo que levantaban las pisadas de las caballerías en la piedra pómez, que constituyen el suelo de las Cañadas, la reverberación de los rayos del sol sobre aquella vasta planicie, la calma de la 
atmósfera y la hora del día en que se atravesaba este inmenso circo de lava plomizo-amarillento hacían experimentar un calor sofocante ú pesar de no haber subido el termómetro sino 4° centígrado desde que salimos de la Estancia de las Eras, pero era natural sucediese esto, pues «cuando la aridez del suelo, dice M. Piazzi Smyth, la supera la del aire, este es tan seco como el de Sahara.»

Algunos de los compañeros de la expedición intentaron hacer á pié parte de este camino, pero pronto desistieron de su propósito al experimentar la fatiga y molestia consiguiente á pisar un terreno agrio y movedizo de trozos pequeños de lava pómez donde vacilaba el pié a cada paso, pues desde la salida del 
Monte Verde ya no se distingue vereda alguna hasta un punto que citaré pronto.

La lava pómez que recogí en las Cañadas está compuesta de una sustancia ligera, esponjosa y fibróidea, resultado de la acción de los gases en las lavas traquíticas y de otras clases, conteniendo escasos y pequeños cristales de feldespato vidrioso. Al terminar las Cañadas se llegó al Cerro de los rastrojillos, siendo entonces la una y cuarto de la larde, de modo que se tardó en pasar el desierto una hora y 45 minutos, ya en dicho punto los guías variaron la dirección hacia una llanura algo más elevada, cuya lava de color rojizo oscuro pertenece á la trefina escoriácea, especie de pómez algo más compacta que la anteriormente citada. En este sitio hallé inmensas moles de obsidiana, llamada bombas de los volcanes, constituidas por una lava vidriosa que se coagula en el aire, que le hace adquirir la forma redondeada por el movimiento giratorio que sufre dicha masa al salir del cráter. Estas piedras ígneas tienen un color verde oscuro de un aspecto resinoso y parece vidrio fundido, conteniendo feldespato, mica, cuarzo y horneblenda, lava que es muy atacada por los álcalis, según asegura M. Delesse.

Estas bombas de forma ovoidea medirían de 4 á 6 metros de longitud y su circunferencia pasará de 3 á 4, hallándose las primeras próximamente á una legua de distancia de la boca del cráter, lo cual nada de extraño tiene si se atiende que el Cotopaxi lanzó á 3 leguas del cráter bombas volcánicas de 10 metros cúbicos. M. W. Hamilton notó en la erupción del Vesubio de 1779 que las piedras se elevaron á 3.000 metros y en otras posteriores del mismo volcán la elevación vertical fue de 2.000 metros. El Dr. Peters en el Etna ha observado que la mayor rapidez de las piedras lanzadas por el cráter del volcán de este nombre era de 406 metros por segundo. En la erupción del Teide de 8 de junio año 1798 D. Bernardo Cólogan que presenció la efectuada en esta época en la parte llamada Cahorra, calculó en 975 metros la velocidad del movimiento de estas piedras volcánicas que se elevaban á 3.000 pies, diciendo: «que el cráter superior  lanzaba piedras enrojecidas á una altura considerable y en dirección perpendicular ó casi cerca al plano del horizonte; siendo tal el volumen de estas piedras que se distinguían desde muy lejos, notándose entre ellas tres por sus dimensiones extraordinarias que tardaron de 10 á 15 minutos en elevarse hasta perderse de vista y caer en tierra.» Este fenómeno que también lo observó entonces Fr. José de Soto le hace decir: «Una columna continuada de fuego y piedras enormes que á centenares se impelían unas á otras á más de un cuarto de legua de altura perpendicular. Las piedras que se elevaban describían la figura con que termina el agua cuando se desgaja de un gran surtidor artificial y comprendían á su caída más de un cuarto de legua de diámetro, haciéndose oir á casi una, legua de distancia. Su subida era aún más rápida que su descenso y en ambos movimientos gastaban quince segundos las más elevadas.»

Al llegar a la llanura citada, conocida con el nombre de Montón de trigo, eran las dos y cinco minutos de la tarde, habiendo tardado los caballos en subir por aquel terreno de pómez movediza 50 minutos, al cabo de los que me encontraba en el punto Estancia de los ingleses, por ser el paraje donde pernoctan los muchos viajeros de esta nación que visitan el Pico y en donde se halla un buen abrigo entre las dos grandes piedras de una sustancia betuminosa de naturaleza ígnea, que están rodeadas de otras más pequeñas con las que han hecho una especie de cercado. Dicha Estancia está a la derecha del camino y presta mejor refugio para pasar la noche que el elegido por nosotros, á pesar que tiene otros inconvenientes que manifestaré después. Durante los 40 minutos que descansamos en este paraje divisé desde él detrás de las Cañadas de Guajara la isla de Gran Canaria, y gran parte de la de Tenerife, pudiéndose entro tanto convencer a los mulateros para que se continuara el viaje hasta la Estancia de los Neveros ó sea Alta vista, siempre que era temprano y había trazado un buen camino, único que se halla desde la salida del Molde verde y que se debe al célebre astrónomo inglés M. Piazzi Smyth que lo hizo construir durante los dos meses que  permaneció con su esposa en Alta vista entregado á interesantes observaciones y experiencias  para conocer la pureza de la atmósfera, las planicies superiores de las nubes, el choque de los vientos alisios y de la contracorriente venida del ecuador.

Se emprendió la marcha á las dos y 45 minutos de la tarde por una empinada cuesta de un terreno igual al del Montón de trigo siendo necesario parar los caballos á cada vuelta del camino, pues los pobres animales jadeantes, cubiertos de sudor y casi vacilando a cada paso necesitaban suspender la marcha, para, adquirir fuerzas y continuar la penosa subida que se tardó en recorrer 30 minutos, lo cual es mucho para un trayecto que á mi ver escasamente medirá un quilómetro. Por fin se llegó á Alta vista y los semblantes macilentos de los expedicionarios adquirieron cierta expansión que manifestaba el gozo de sus almas al tocar el término del viaje de aquel día.

Alta vista es una explanada casi circular, de un terreno de pómez, sembrado de enormes piedras volcánicas, notándose en el centro de esta plataforma restos de los muros en que el citado astrónomo inglés tenía su tienda y fué el sitio donde nos colocamos: reducido á dos espacios uno de tres metros cuadrados y otro de ocho quo se comunicaban por el interior, siendo la elevación de las paredes de un metro, pero sin techumbre; á la izquierda entre dos colosales piedras se estableció el hogar para preparar la comida; los caballos sueltos y los mulos trabados vagaban por aquel sitio, que la rodea desde Sud á Norte la montaña, presentándose á cada lado de Alta vista dos inmensas capas de escorias que seguramente pertenecen á diferentes erupciones, pero siguieron una dirección paralela, salvando el espacio del centro. La parte Este ofrece una vista encantadora, pues, se divisa la mitad de Tenerife, el Océano y en lontananza la Gran Canaria; el valle de la Orotava lo cubría una blanca nubecilla que parecía una capa de algodón, la montaña de los Infantes se veía adelantarse hacia el Norte en semicírculo para formar la punta de Anaga.

El cielo estaba despejado, la transparencia de la atmósfera era notable y el claro azul del firmamento deslumbrador, un viento fresco venia á templar el calor intenso que se había sentido desde la entrada en las Cañadas, marcando el termómetro este descenso de temperatura; pues á las tres y 15 minutos de la tarde señalaba 17º centígrado. No me fué posible anotar la presión atmosférica, porque siendo el barómetro que llevaba aneróideo su aguja y la de la brújula experimentaron rápidas variaciones. Entonces recordé que Humboldt y Guy Lusac notaron en el Vesubio la declinación de la aguja y sus notables variaciones en los parajes donde abundan las lavas, por la intensidad que entonces tienen las fuerzas magnéticas; también tuve presente lo manifestado por la comisión inglesa que en 1820 exploró la isla de los Salvajes, que está formada por una piedra de color negro oscuro, cuyos fragmentos unidos ó disgregados revelan su positiva polaridad magnética. La aguja sufrió notables desarreglos en las tres estaciones que escogieron para sus trabajos. A menos de una milla de distancia la diferencia de variación llegó a 72º. Aconteció una vez que un individuo de los que acompañaban a los Capitanes, habiendo dejado el reloj en el suelo de una de las tres estaciones, cuando volvió lo halló adelantado dos horas, cuyo notable movimiento en adelanto fue debido á la acción magnética del terreno sobre el volante.

Viene todavía confirmar estas observaciones las recientes efectuadas en la erupción del Etna de 1865 por el profesor Silvestri; que después de indicar que el color negro tirando á verde de las lavas nuevas depende de que contienen mayor cantidad de piroxene que de feldespato y como estos elementos minerales dominantes encierran olivina y titano de hierro por eso tienen esa propiedad magnética y distinta polaridad etc. Pero M. Piazzi Smyth que tenía excelentes instrumentos para sus observaciones anotó el 21 de agosto de 1856 que en Alta vista el barómetro marcaba 20,5 pulgadas; el termómetro á las seis de la mañana 9º 4 centígrados y al mediodía 18º 3; el higrómetro 41º a esta hora y 18º por la noche.

Mientras vagaba por aquel terreno reconociéndolo y examinando las diversas lavas que había, unos criados fueron con barriles por agua á la Cueva del hielo y otros calentaban la comida, que se sirvió tan 
luego como llegaron los primeros con el deseado líquido para apagar la sed que todos temían. La comida, duró más de una hora, no solo por la abundancia de manjares que nos habían preparado en la fonda de la Orotava, sino porque durante ella cada cual daba cuenta de las impresiones que le habían causado los diversos objetos vistos durante el Camino y cuando saboreábamos después de los postres una exquisita taza de café, repentinamente el sol dejó de iluminarnos pues se ocultaba detrás del Pico. Entonces el guía Manuel Reyes nos dijo debíamos mirar hacia la Gran Canaria para ver la sombra del Teide. Con efecto este sorprendente fenómeno comenzó a ofrecerse á nuestra consideración con una rapidez notable, proyectándose la colosal sombra del volcán primero sobre Alta vista, la, Estancia de los Ingleses, Cuajara y sus cañadas, entre tanto que se veía la parte N. y S. iluminada por el sol, siguió extendiéndose la sombra por toda la isla de Tenerife, cubrió no solo las 18 leguas de mar que separa esta Isla de la Gran Canaria, sino sus montañas que miden 7.000 piés de elevación, donde se dibujaba perfectamente el recortado perfil del Teide; mas así como cubrió aquellos montes vi aparecer en el espacio el espectro del vértice del volcán rodeado de una aureola luminosa, debida seguramente á la acción refleja de la luz solar en alguna capa de la atmósfera con niebla. Entonces recordé que este fenómeno curiosísimo que se denomina anthelia, lo había observado otra vez de un modo confuso en los Pirineos.

Para comprenderlo bien merece cite un extracto de la descripción hecha por M. Hane de lo que llamaba espectro de Brocken. «Después de haber subido más de treinta veces á la cima de la montaña, tuvo la dicha de contemplar el objeto de su curiosidad. El sol salía cerca de las cuatro de la mañana con un tiempo sereno, el viento Este en dirección del Achtermannshohe arrastraba al Oeste vapores transparentes que aún no habían tenido tiempo de condensarse en nubes. Sobre las cuatro y media el viajero notó en la dirección del Achtermannshohe una figura humana de monstruosas dimensiones. Una ráfaga de viento iba á quitar el sombrero de M. Hane, le echa la mano y la figura hace lo mismo. Al instante M. Hane ejecutó otro movimiento, se bajó y esta acción la reprodujo el espectro. Otra persona vino entonces á unirse a M. Hane y se colocaron en el mismo lugar en que vieron la aparición, dirigen sus miradas al citado punto, pero no vieron nada. Poco después dos figuras colosales aparecen en la misma dirección, reproduciendo los gestos de los dos espectadores, después desaparecieron. Vuelven á subir poco tiempo después, acompañados de otra persona. Algunas veces las figuras eran débiles y mal determinadas; en otros momentos ofrecían una gran intensidad y contornos delineados con pureza. Se adivinó que el fenómeno era producido por la sombra de los observadores proyectada en una nube.»

Sin crepúsculo, sin gradación luminosa nos encontramos envueltos en la oscuridad sobre unos 38 o 40 minutos antes de la hora de ocultarse el sol; pero con la misma rapidez que apareció la noche el termómetro principió a bajar pues de 17º centígrados que señalaba a poco de llegar a Alta vista descendió en menos de 15 minutos á 15º 6 y el viento cambió al instante al N. N. O. adquiriendo por grados más fuerza e impetuosidad, esto nos obligó á refugiarnos en las ruinas de la casa de Piazzi Smyth, a envolvernos en los abrigos y los criados comenzaron á preparar troncos de codeso y retama para formar las fogatas que debían calentarnos durante toda la noche. Tendidos sobre el duro piso que ofrecían aquellas desiguales lavas, envueltos en la oscuridad, rodeados de un silencio pavoroso, interrumpido solo por el viento que silbaba al penetrar por medio de las porosas peñas y lo espantable del paraje en que se estaba eran otras tantas causas para producir esa melancolía que experimenta el hombre siempre que se halla en iguales circunstancias, sobre todo al ocultarse el sol, hora amarga y terrible para toda la creación.

A la locuacidad y alegría que reinara pocas horas antes sucedió el silencio y la tristeza, parecía que las sombras de la noche inducen al hombre al recogimiento, con especialidad cuando un peligro real ó imaginario le amenaza. ¡Cómo no pensar entonces en aquellos seres queridos del alma al verse aislado, muy distante de ellos y en un sitio donde el inseguro terreno que se pisaba y los candentes vapores que allí se exhalan amenazan de continuo destruir con torrentes de fuego cuanto se presente á su paso! ¡Cómo no sentirse sobrecogido de espanto ante aquellas inmensas y amenazantes moles de lava, que  nos rodeaban cual siniestros fantasmas, parecían heraldos del dolor y de la fatalidad! ¡Cómo no vacilar ante los peligros que íbamos á correr dentro de algunas horas al trepar por calcinadas peñas y hollar con planta audaz la boca ignívoma de aquel volcán que tantos seres y poblaciones había destruido! Esta situación de melancólico silencio se prolongó casi cerca de una hora; más el frió se aumentaba por momentos y fue preciso mandar a los criados encendieran la leña preparada con objeto de preservarnos del frío, el cual han sentido cuantos han pernoctado en este paraje.

Rodeamos el fuego con una ansiedad igual á la de la época del más rigoroso invierno: más la sensación que se experimentaba era tanto mayor cuanto la transición había sido más brusca y repentina; hacia pocas horas el calor era sofocante en medio del desierto de la Cañada y casi súbitamente había descendido la columna termométrica a aquella hora á 9º viniendo a aumentar la acción del frió la impetuosidad del viento. El astrónomo M. Piazzi Smyth ocupándose de la prontitud con que se efectúan esos notables cambios entre el día y la noche, opina que siendo la radiación nocturna constantemente negativa, disminuye con marcada rapidez la temperatura, á lo que también contribuye la evaporación en el periodo de frío, pues según el barón de Humboldt en este paraje la noche interrumpe el juego de la corriente ascendente que durante el día se eleva desde las llanuras hacia las altas regiones de la atmósfera y el aire al resfriarse pierde de su fuerza disolvente por el agua. Así fué que á proporción que la noche avanzaba en su curso el frío era más intenso y el termómetro señalaba 9º á las ocho y 7º á a las doce, descenso que siguió progresando hasta las tres de la madrugada que marcaba 2º centígrados sobre cero.

El frío extremado que se experimentaba pudo templarse algo con la acción del fuego, cuyas llamas disiparon las sombrías ideas y el triste silencio que reinara poco antes; parece que la luz y el calor excitando el organismo despiertan la mente y mueven a expresar las ideas que forma desde que la claridad de la gran llama que se elevaba de la hoguera disipo las tinieblas que nos rodeaban, todos a porfía deseaban referir una historia en armonía con su edad y su carácter; los más jóvenes contaban sus ligeros amores, y al mismo tiempo recordaban a la mujer amada, otros las penalidades sufridas en los azares de la vida, todos pensaban en sus familias y en los seres queridos de sus corazones. Así transcurrió el tiempo veloz sin que fuese posible dormir; las circunstancias que nos rodeaban eran las menos abonadas para ello, la desigualdad del suelo, su dureza, la falta de espacio, el frío que se sentía á pesar del fuego y la exaltación de la mente esperando la hora de la marcha para ver salir el sol y trepar á la cúspide del volcán, eran otras tantas causas que se oponían á entregarse al sueño. Sin embargo, los guías envueltos en sus capas hechas con una manta blanca plegada por el cuello á. imitación del tamarco de los guanches, dormían profundamente alrededor de la hoguera que habían formado detrás de los ruinosos muros que nos albergaban.

A las dos y media, de la mañana Manuel Reyes despertó á los otros guías que debían acompañarnos á. la cúspide del Teide. Hicieron unas antorchas con trozos de pino resinoso que llaman en el país tea, nos armamos de bastones y bien abrigados se emprendió la marcha á las 3 de la mañana en medio de una profunda oscuridad, por un terreno de lava menuda y movediza que apenas permitía sentar el pie sin hundirse. Este camino tan inseguro, decía Reyes, era el mejor que debíamos recorrer; con efecto á los 10 minutos se hizo alto al lado de unas enormes peñas y con dificultad suma se pudieron encender las antorchas para que iluminaran las terribles rocas que se iban á trepar, entrábamos en el Malpaís y Reyes se colocó entonces delante de nosotros con su antorcha encendida para iluminar el camino, como lo hicieron los otros guías situándose en medio de la fila que formábamos; más las llamas de las antorchas agitadas por el viento, apenas permitían distinguir las peñas que debíamos atravesar, sus desigualdades. naturaleza, movilidad de algunas y las oscilaciones de las luces nos hacían caer o resbalar a cada momento, no obstante del apoyo de los bastones que también faltaba a veces. Yo recordaba entonces estos versos de Dante.
Y prosiguiendo nuestra solitaria vía
por medio de las agudas puntas de los peñascos,
sólo se levantaba el pie con el auxilio de la mano.

A pesar del frío intenso que hacía y de la fuerza del viento, cuya impetuosidad aumentaba con la altura, el sudor


PENDIENTE DE TRANSCRIBIR ESTA PARTE

Así lo enseña la experiencia y lo confirman las observaciones de los sabios, diciendo el Sr. D. Miguel Merino, al ocuparse de los volcanes; «que aun cuando á su pavorosa é inevitable manifestación acompañen ó sucedan a veces algunos hundimientos parciales, el resultado definitivo y en conjunto de su incesante actividad es el levantamiento en grandes masas del terreno y la renovación de la superficie habitable, ó la compensación en breves momentos de los estragos y deterioros ocasionados  por otras causas opuestas durante siglos enteros de ejercicio.»

En mi ascensión al Pico de Tenerife no me ha guiado pretensión alguna, carezco de conocimientos para abrigar la loca arrogancia do, conceptuarme capaz de resolver ninguno de los problemas que sabios eminentes han hecho objeto de sus científicas exploraciones por el Teide. Las obras del P. Feuillé, Edem, Lediú, Humboldt, Dumont D'Urville, Bory de Saint Vicent, Webb y Berthelot, Cordier, Labillardiere, Von Buch, Piazzi Smyth y otros muchos, atestiguan sus profundas investigaciones y las teorías que á veces se ven obligados á establecer...

FUENTES:

  • Una ascensión al Teide - Hernández y Poggio, Ramón. - Cádiz - 1867
    (Biblioteca Municipal Central de SC de Tenerife -fondo antiguo)


















































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