Víctor Pruneda nos deja su ascensión al Teide del 30 de agosto de 1846 en en su libro "Un viaje a las islas Canarias" publicado en 1848.
Fuente: Un viaje a las Islas Canarias - Víctor Santos Pruneda - 1848 (Memoria Digital de Canarias)
Expedición al pico de Tenerife llamado Teide
(TEXTO TRANSCRITO DEL LIBRO)
El 30 a las cuatro de la mañana salió nuestra expedición de la antigua Orotopala, aumentada con dos de los vecinos más prácticos en las incursiones al pico: sin ellos es casi imposible subir a él. Principiaba la aurora a esparcir su claridad sobre la tierra. Respirábase un deleitable y fresco ambiente, aromatizado por el suave perfume de odoríferas flores y plantas bañadas de rocío. Se deslizaba a nuestros pies el agua diáfana de multitud de fuentecillas, que fecundan la tierra a los lados de un camino pesado y escabroso. A muy corta distancia divisábamos un extenso monte plantado de castaños. Antes de llegar a él hicimos alto para contemplar el sublime espectáculo, la magnífica perspectiva que presenta el hermoso y matizado valle de la Orotava, antiguamente de Taoro. Cualquiera que lo ve por primera vez se queda absorto; entusiasmado al ver tantas bellezas reunidas, no puede menos de postrarse y ofrecer su adoración al autor de la naturaleza.
El día había recobrado enteramente su imperio; el astro que anima y vivifica todo lo criado, se alzaba majestuoso por el Oriente; sus dorados rayos difundían por todas partes los brillantes destellos de su luz radiante, reflejando de lleno sobre las innumerables preciosidades del ameno valle. ¡Qué cuadro tan encantador y magnífico! La vista se tiende por todos lados y no se cansa de admirar millares de objetos a cual más hermosos y variados: se desea disfrutar de sus encantos a un mismo tiempo, porque causan una sensación profunda.
El florido valle reúne en un corto espacio cuántas maravillas tiene esparcidas la naturaleza en la vasta extensión del globo. Forma un anfiteatro cuyo fondo está cubierto de la frondosa vid, de naranjos, limoneros, plátanos y árboles frutales de todas clases, entre los cunles se hace notable el que produco la bella nanzana cuya cascara es de color de oro puro y bruñido. Jardines más o menos extensos, con variedad de arbustos, flores, plantas, y abundantes cuadros de legumbres, amenizan aquel delicioso vergel. Se elevan de entre el verde follage muchas casas de recreo, más blancas que la nieve, adornadas con profusión de macetas de flores, y altos miradores cubiertos de cristales. Este paisaje reúne todas Ias galas de la primavera, y en su recinto se disfrutan las delicias de un mágico Edén.
Tan hermosísimo panorama está rodeado de altas cordilleras que, elevándose insensiblemente y en suave declive desde las orillas del valle, presentan espesos bosques de castaños, laureles y brezos; grupos majestuosos de salvias, mirtos, retamas, y otras mil plantas olorosas; embellecido todo este conjunto admirable por susurrantes fuentes y vistosos surtidores de agua cristalina. De techo en techo se ven, como en el fondo del valle, suntuosas casas de campo y á un lado la hermosa villa de la Orotava con sus bellos edificios, sus deliciosos paseos, sus abundantes huertas y preciosos jardines, entre los que descuella el botánico formado hace mucho tiempo para aclimatar las plantas, árboles y flores de América.
El valle de Taoro solo queda descubierto por la parte del mar, cuyas olas plateadas se estrellan en sus orillas: en ellas están situados formando un contraste agradable el puerto de la Cruz y los dos pueblos llamados Realejos alto y bajo.
El claro azul de las aguas del océano, su vasta extensión, y las encumbradas cimas de otra isla que al frente se divisa, todo contribuye á dar mayor realce á la magnificencia de aquel cuadro grandioso y sublime dominado por el Teide. Una tintura de singular armonía parece reunir la tierra, el agua y el cielo: sus diversos colores ofrecen una graduación asombrosa, unidos en sus extremidades unos con otros.
Absorto en la contemplación de tantas bellezas no podía separar la vista de aquel sitio encantador y verdaderamente maravilloso, Seguí la marcha encontrando a cada instante nuevos objetos que admirar: ya veía porción de plantas y raras flores, desconocidas por los botánicos; ya un insecto de particular y extraña configuración; ya un pájaro no conocido en aquellas regiones. La vista no descansa; se agita, se vuelve sin cesar a todas partes y por doquier admirar los prodigios de la naturaleza. Se fija en una alta roca cuyas grietas brotan arbustos y plantas, y se desvía luego para observar la diversidad de árboles, la variada multitud de yerbas aromáticas salpicadas de fragantes violetas, la figura y vivo colorido de los pajarillos, que vuelan de rama en rama y alegran aquel paraíso con melodiosos cantos. Sorprende y pasma agradablemente el contemplar tantos primores. ¡Qué perspectiva tan halagüeña! ¡Qué pensamientos tan sublimes inspira hacia el supremo autor de todo lo creado!
Salimos del monte de los castaños, y después de algunos minutos, llegamos al sitio llamado el Portillo, que es un paso sumamente estrecho entre dos rocas, figurando dos columnas basálticas. Desde allí se descubre todo el pico, que presenta un golpe de vista majestuoso. Ceñía entonces su parte más elevada un grupo de blancas nubes, que cubriendo a veces su cumbre, la dejaba otras enteramente descubierta. El más diestro pintor no acertaría a dibujar la contraposición que resalta entre la sombra del medio de la montaña y el resplandor y claridad que se observa en su base y alta cima.
CONTINUARÁ A MEDIDA QUE SE VAYA TRANSCRIBIENDO
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